Las profecías de Malaquías. Los papas y el fin del mundo
Las llamadas “Profecías de Malaquías” representan uno de los textos proféticos más fascinantes y controvertidos relacionados con el destino de la Iglesia católica y del mundo. Atribuidas a Malaquías de Armagh, arzobispo irlandés que vivió en el siglo XII, estas predicciones describen brevemente, a través de enigmáticos lemas latinos, a los pontífices desde Celestino II hasta el último papa, el misterioso “Pedro Segundo”. A pesar de ser consideradas por los estudiosos como falsificaciones modernas que datan de finales del siglo XVI, las profecías continúan suscitando debates, interpretaciones apocalípticas y especulaciones sobre posibles escenarios escatológicos. Más allá de su autenticidad, representan de todos modos un fuerte llamado a la vigilancia espiritual y a la espera consciente del juicio final.
Malaquías de Armagh. Biografía de un “Bonifacio de Irlanda”
Malaquías (en irlandés Máel Máedóc Ua Morgair, en latín Malachias) nació alrededor de 1094 cerca de Armagh, en el seno de una familia noble. Recibió su formación intelectual del erudito Imhar O’Hagan y, a pesar de su reticencia inicial, fue ordenado sacerdote en 1119 por el arzobispo Cellach. Tras un período de perfeccionamiento litúrgico en el monasterio de Lismore, Malaquías emprendió una intensa actividad pastoral que lo llevó a ocupar cargos de creciente responsabilidad. En 1123, como Abad de Bangor, inició la restauración de la disciplina sacramental; en 1124: nombrado Obispo de Down y Connor, continuó la reforma litúrgica y pastoral y en 1132: convertido en Arzobispo de Armagh, después de difíciles disputas con los usurpadores locales, liberó la sede primada de Irlanda y promovió la estructura diocesana sancionada por el sínodo de Ráth Breasail.
Durante su ministerio, Malaquías introdujo significativas reformas adoptando la liturgia romana, reemplazando las herencias monásticas clánicas con la estructura diocesana prescrita por el sínodo de Ráth Breasail (1111) y promovió la confesión individual, el matrimonio sacramental y la confirmación.
Por estas intervenciones reformadoras, san Bernardo de Claraval lo comparó con san Bonifacio, el apóstol de Germania.
Malaquías realizó dos viajes a Roma (1139 y 1148) para recibir el palio metropolitano para las nuevas provincias eclesiásticas de Irlanda, y en esa ocasión fue nombrado legado pontificio. Al regreso de su primer viaje, con la ayuda de san Bernardo de Claraval, fundó la abadía cisterciense de Mellifont (1142), la primera de numerosas fundaciones cistercienses en tierra irlandesa. Murió durante un segundo viaje hacia Roma, el 2 de noviembre de 1148 en Claraval, en los brazos de san Bernardo, quien escribió su biografía titulada “Vita Sancti Malachiae”.
En 1190, el papa Clemente III lo canonizó oficialmente, convirtiéndolo en el primer santo irlandés proclamado según el procedimiento formal de la Curia Romana.
La “Profecía de los Papas”: un texto que aparece cuatro siglos después
A la figura de este arzobispo reformador se asoció, solo en el siglo XVI, una colección de 112 lemas que describirían a otros tantos pontífices: desde Celestino II hasta el enigmático “Pedro Segundo”, destinado a presenciar la destrucción de la “ciudad de las siete colinas”.
La primera publicación de estas profecías data de 1595, cuando el monje benedictino Arnold Wion las incluyó en su obra Lignum Vitae, presentándolas como un manuscrito redactado por Malaquías durante su visita a Roma en 1139.
Las profecías consisten en breves frases simbólicas que supuestamente caracterizan a cada papa a través de referencias al nombre, al lugar de nacimiento, al escudo de armas o a eventos significativos del pontificado. A continuación, se presentan los lemas atribuidos a los últimos pontífices:
109 – De medietate Lunae (“De la mitad de la luna”)
Atribuido a Juan Pablo I, que reinó solo un mes. Fue elegido el 26.08.1978, cuando la luna estaba en cuarto menguante (25.08.1978), y murió el 28.09.1978, cuando la luna estaba en cuarto creciente (24.09.1978).
110 – De labore solis (“Del trabajo del sol”)
Atribuido a Juan Pablo II, que guió a la Iglesia durante 26 años, el tercer pontificado más largo de la historia después de san Pedro (34-37 años) y el beato Pío IX (más de 31 años). Fue elegido el 16.10.1978, poco después de un eclipse solar parcial (02.10.1978), y murió el 02.04.2005, pocos días antes de un eclipse solar anular (08.04.2005).
111 – Gloria olivae (“Gloria del olivo”)
Atribuido a Benedicto XVI (2005-2013). El cardenal Ratzinger, comprometido en el diálogo ecuménico e interreligioso, eligió el nombre de Benedicto XVI en continuidad con Benedicto XV, papa que trabajó por la paz durante la Primera Guerra Mundial, como él mismo explicó en su primera Audiencia General del 27 de abril de 2005 (la paz está simbolizada por la rama de olivo llevada por la paloma a Noé al final del Diluvio). Esta conexión simbólica se reforzó aún más con la canonización, en 2009, de Bernardo Tolomei (1272-1348), fundador de la congregación benedictina de Santa Maria di Monte Oliveto (Monjes Olivetanos).
112[a] – In persecutione extrema Sanctae Romanae Ecclesiae sedebit…
Este no es propiamente un lema, sino una frase introductoria. En la edición original de 1595 aparece como una línea aparte, sugiriendo la posibilidad de insertar más papas entre Benedicto XVI y el profetizado “Pedro Segundo”. Esto contradeciría la interpretación que identifica necesariamente al Papa Francisco como el último pontífice.
112[b] – Petrus Secundus
Referido al último papa (la Iglesia tuvo como primer pontífice a san Pedro y tendrá como último a otro Pedro) que guiará a los fieles en tiempos de tribulación.
El párrafo completo de la profecía dice:
“In persecutione extrema Sanctae Romanae Ecclesiae sedebit Petrus Secundus, qui pascet oves in multis tribulationibus; quibus transactis, Civitas septicollis diruetur, et Iudex tremendus judicabit populum suum. Amen.”
“Durante la persecución extrema de la Santa Iglesia Romana se sentará Pedro Segundo, que apacentará las ovejas entre muchas tribulaciones; pasadas estas, la ciudad de las siete colinas [Roma] será destruida, y el Juez terrible juzgará a su pueblo. Amén.”
“Pedro Segundo” sería, por tanto, el último pontífice antes del fin de los tiempos, con una clara referencia apocalíptica a la destrucción de Roma y al juicio final.
Especulaciones contemporáneas
En los últimos años se han multiplicado las interpretaciones especulativas: algunos identifican al papa Francisco como el 112º y último pontífice, otros suponen que él ha sido un papa de transición hacia el verdadero último papa, e incluso hay quienes calculan el 2027 como posible fecha del fin de los tiempos.
Esta última hipótesis se basa en un curioso cálculo: desde la primera elección papal mencionada en la profecía (Celestino II en 1143) hasta la primera publicación del texto (durante el pontificado de Sixto V, 1585-1590) transcurrieron aproximadamente 442 años; siguiendo la misma lógica, añadiendo otros 442 años desde la publicación se llegaría al 2027. Estas especulaciones, sin embargo, carecen de fundamento científico, ya que el manuscrito original no contiene referencias cronológicas explícitas.
La autenticidad cuestionada
Desde la aparición del texto, numerosos historiadores han expresado dudas sobre su autenticidad por diversas razones:
– ausencia de manuscritos antiguos: no existen copias fechables antes de 1595;
– estilo lingüístico: el latín utilizado es típico del siglo XVI, no del XII;
– precisión retrospectiva: los lemas referidos a los papas anteriores al cónclave de 1590 son sorprendentemente precisos, mientras que los posteriores resultan mucho más vagos y fácilmente adaptables a eventos posteriores;
– finalidad política: en una época de fuertes tensiones entre facciones curiales, una lista profética similar podría haber influido en el electorado cardenalicio en el Cónclave de 1590.
La posición de la Iglesia
La doctrina católica enseña, como se recoge en el Catecismo, que el destino de la Iglesia no puede ser diferente al de su Cabeza, Jesucristo. En los párrafos 675-677 se describe “La última prueba de la Iglesia”:
Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el «misterio de iniquidad» bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudomesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne.
Esta impostura anti-crística toma ya forma en el mundo cada vez que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio escatológico; la Iglesia ha rechazado esta falsificación del Reino futuro, incluso en su forma mitigada, bajo el nombre de milenarismo, sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado, «intrínsecamente perverso».
La Iglesia no entrará en la gloria del Reino sino a través de esta última Pascua, en la que seguirá a su Señor en su muerte y resurrección. El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino mediante una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal que hará descender del cielo a su Esposa. El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa.
Al mismo tiempo, la doctrina católica oficial invita a la prudencia, basándose en las palabras mismas de Jesús:
«Surgirán muchos falsos profetas, y engañarán a muchos» (Mt 24,11).
«Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán grandes señales y prodigios, capaces de engañar, si fuera posible, a los mismos elegidos» (Mt 24:24).
La Iglesia subraya, siguiendo el Evangelio de Mateo (Mt 24,36), que el momento del fin del mundo no puede ser conocido por los hombres, sino solamente por Dios mismo. Y el Magisterio oficial – El Catecismo (n. 673-679) reitera que nadie puede “saber” la hora del retorno de Cristo.
Las profecías atribuidas a San Malaquías nunca han recibido una aprobación oficial por parte de la Iglesia. Sin embargo, más allá de su autenticidad histórica, nos recuerdan una verdad fundamental de la fe cristiana: el fin de los tiempos ocurrirá, como enseñó Jesús.
Desde hace dos mil años los hombres reflexionan sobre este evento escatológico, olvidando a menudo que el “fin de los tiempos” para cada uno coincide con el propio término de la existencia terrena. ¿Qué importa si el fin de nuestra vida coincidirá con el fin de los tiempos? Para muchos no será así. Lo que realmente importa es vivir auténticamente la vida cristiana en lo cotidiano, siguiendo las enseñanzas de Cristo y estando siempre preparados para rendir cuentas al Creador y Redentor de los talentos recibidos. Sigue siendo actual la advertencia de Jesús: «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor» (Mt 24,42).
Desde esta perspectiva, el misterio del “Pedro Segundo” no representa tanto una amenaza de ruina, sino más bien una invitación a la conversión constante y a la confianza en el designio divino de salvación.