Comprendí lo que sentía Don Bosco

Al día siguiente de la solemne celebración de Don Bosco, sentí una intensa emoción. Después de controles bastante estrictos, crucé el umbral del Instituto Penitenciario de Menores “Ferrante Aporti” de Turín, lo que antes se llamaba “La Generala”.

En una de las paredes hay una gran placa que recuerda las visitas de Don Bosco a los jóvenes encarcelados. Cuántas veces, con los bolsillos de su remendada sotana llenos de fruta, bombones, tabaco, había atravesado puertas pesadas como éstas, el Senado, el Centro Penitenciario, las Torres y luego aquí en la Generala, para visitar a sus “amigos”, los jóvenes presos. Hablaba del valor y la dignidad de cada persona, pero a menudo, cuando volvía, todo estaba destruido. Lo que parecían amistades incipientes habían muerto. Los rostros se habían endurecido de nuevo, las voces sarcásticas siseaban blasfemias. Don Bosco no siempre podía superar su abatimiento. Un día rompió a llorar. En la sombría habitación hubo un momento de vacilación. “¿Por qué llora ese sacerdote?”, preguntó alguien. “Porque nos quiere bien. Hasta mi madre lloraría si me viera aquí”.

El impacto de estas visitas en su alma fue tan grande que prometió al Señor que haría todo lo posible para que los chicos no fueran enviados allí. Así nacieron el oratorio y el sistema preventivo.

Muchas cosas han cambiado. Los hijos de Don Bosco no han abandonado el camino trazado por el Padre. Es tradicional que los capellanes sean salesianos. Entre los capellanes “históricos” está el querido P. Domenico Ricca, que se jubiló el año pasado tras más de 40 años de servicio. Otro salesiano, el P. Silvano Oni, ha ocupado su lugar, y los novicios salesianos, bajo la dirección del maestro del noviciado, van cada semana al encuentro de los jóvenes reclusos del Instituto Penitenciario, con una iniciativa llamada “el patio entre rejas”. Todos los “internos” son mucho más jóvenes que los novicios de Don Bosco. Y la gran mayoría no tiene parientes.

Por eso los salesianos amamos tanto a los jóvenes
Como Don Bosco, dejé hablar a mi corazón. También estaban allí los educadores que acompañan diariamente a estos jóvenes. Saludé a todos, incluidos los numerosos jóvenes extranjeros. Sentí que la comunicación era posible. Antes, tres novicios habían recitado una breve escena de la vida de Don Bosco. Luego me dieron la palabra y también dieron a los jóvenes la oportunidad de hacerme tres o cuatro preguntas. Y así fue. Me preguntaron quién era Don Bosco para mí, por qué era salesiano, qué era vivir lo que vivo y por qué había venido a verlos.

Les hablé de mí, de mi origen y de mi nacionalidad. “Soy español, nacido en Galicia, hijo de un pescador. Estudié teología y filosofía, pero sé mucho más de pesca porque mi padre me enseñó. Elegí ser salesiano hace 43 años, quería ser médico, pero entonces me di cuenta de que Don Bosco me llamaba para cuidar de las almas de los más jóvenes. Porque no hay jóvenes buenos y malos, sino jóvenes que han tenido menos, y como decía nuestro santo, en cada joven, incluso en el más desgraciado, hay un punto accesible a la bondad, y el deber primordial del educador es buscar este punto, el acorde sensible de este corazón, y hacer florecer una vida. Por eso los Salesianos amamos tanto a los jóvenes. Todos podemos cometer errores, pero si creéis en vosotros mismos, si confiáis en vuestros educadores, saldréis mejor. Mi sueño es encontrarme un día con todos vosotros en Valdocco, con los jóvenes a los que saludé ayer en la fiesta de nuestro Santo.

Durante la comida, un joven me preguntó si podía hacerme una pregunta en privado. Nos separamos un poco del gran grupo para no ser interrumpidos. “¿A qué se debe mi presencia aquí?”, me preguntó a bocajarro. Le dije: “Sinceramente, para nada y para mucho. Para nada, porque la prisión, el internamiento no puede ser un destino ni un lugar de llegada, sólo un lugar de paso. Pero, añadí, creo que te hará mucho bien porque te ayudará a decidir que ya no quieres volver aquí, que tienes la posibilidad de un futuro mejor, que después de unos meses aquí existe la posibilidad de ir a una de las comunidades de acogida que tenemos los Salesianos, por ejemplo, en Casale, no lejos de aquí…”.

En cuanto dije esto, el joven añadió, sin dejarme terminar: “Lo quiero, lo necesito, porque he estado en el lugar equivocado y con la gente equivocada”.

Hablamos. Ellos hablaron. Y comprendí cuan verdadero es lo que, como decía Don Bosco, en el corazón de cada joven siempre hay semillas de bondad. Ese joven, y muchos otros que conocí, son totalmente “salvables” si se les da la oportunidad adecuada, después de los errores que han cometido.

Volví a saludar a los jóvenes, uno por uno. Nos saludamos con gran cordialidad. Sus miradas eran limpias, sus sonrisas eran las sonrisas de jóvenes golpeados por la vida, jóvenes que habían cometido errores, pero llenos de vida. Percibí en los educadores un gran sentido de la vocación. Lo disfruté.

Al final del tiempo acordado, me despedí y uno de ellos se me acercó y me dijo: “¿Cuándo vuelves?”. Me emocioné. Sonreí y le dije: “La próxima vez que me invites, estaré aquí, y mientras tanto te esperaré, como Don Bosco, en Valdocco”.

Esto es lo que viví ayer.

Amigos del Boletín Salesiano, amigos del carisma de Don Bosco, como ayer, también hoy es posible llegar al corazón de cada joven. Incluso en las mayores dificultades, es posible mejorar, es posible cambiar para vivir honestamente. Don Bosco lo sabía y trabajó en ello toda su vida.