Dios dio a Don Bosco un gran corazón …

sin fronteras, como las playas del mar. De ese corazón siento cada día el latido

Se llama Alberto. De ella, una joven madre, no sé el nombre.
Él vive en Perú. Ella vive en Hyderabad (India).
Lo que une a estas dos historias, a estas dos vidas, es que los conocí durante mi servicio, a Alberto en Perú y a la joven madre en la India la semana siguiente.
Lo que tienen en común es el precioso hilo de oro de la caricia de Dios a través de la acogida que les brindó Don Bosco en una de sus casas. El corazón de los salesianos cambió sus vidas, salvándolos de la situación de pobreza y quizás de muerte a la que estaban condenados. Y creo poder decir que el fruto de la Pascua del Señor pasa también a través de gestos humanos que curan y salvan.
Estas son las dos historias

Un joven agradecido
Hace unas semanas me encontraba en Huancayo (Perú). Me disponía a celebrar la Eucaristía con más de 680 jóvenes del movimiento juvenil salesiano de la Inspectoría, junto con varios centenares de personas de esa ciudad, a 3200 metros sobre el nivel del mar en la alta montaña peruana, y me dijeron que un antiguo alumno quería despedirse de mí. Había tardado casi cinco horas en llegar y otras cinco en regresar.
“Me alegrará mucho encontrarme con él y agradecerle su bonito gesto”, le contesté.
Justo antes de que comenzara la eucaristía, aquel joven se acercó a mí y me dijo que estaba muy contento de saludarme. “Me llamo Alberto y he querido hacer este viaje para dar las gracias en persona a Don Bosco porque los Salesianos me salvaron la vida”. Le di las gracias y le pregunté por qué me contaba esto. Continuó con su testimonio y cada palabra me llegaba más y más al corazón. Me dijo que era un chico difícil; que había dado muchos problemas a los salesianos que lo habían acogido en uno de los hogares para chicos con problemas. Añadió que habrían tenido docenas de razones para deshacerse de él porque “era un pobre diablo y sólo podía esperar algo malo del mundo y de la vida, pero tuvieron mucha paciencia conmigo”.
Continuó: “Logré abrirme camino, seguí estudiando y, a pesar de mi rebeldía, una y otra vez me dieron nuevas oportunidades, y hoy soy padre de familia, tengo una niña preciosa y soy educador social. Si no hubiera sido por lo que los salesianos hicieron por mí, mi vida sería muy diferente, tal vez incluso ya estaría muerto”.
Me quedé sin palabras y muy conmovido. Le dije que estaba muy agradecido por su gesto, sus palabras y su camino, y que su testimonio de vida era la mayor satisfacción para un corazón salesiano.
Hizo un gesto discreto y me señaló a un salesiano que estaba allí en ese momento, que había sido uno de sus educadores y uno de los que había tenido mucha paciencia con él. El salesiano se acercó sonriente y, creo que, con gran alegría en su corazón, me confirmó que efectivamente era así. Compartimos juntos el almuerzo y luego Alberto regresó con su familia.

Una mamá feliz
Cinco días después de este encuentro, me encontraba en el sur de la India, en el estado de Hyderabad. En medio de muchos saludos y actividades, una tarde me anunciaron que tenía una visita. Era una joven madre con su hija de seis meses que me esperaba en la recepción de la casa salesiana. Quería saludarme.
La niña era preciosa y, como no estaba asustada, no pude resistirme a tomarla en brazos y también a bendecirla. Nos hicimos algunas fotos de recuerdo, como había deseado la joven madre. Eso fue todo en este encuentro.
No hubo más palabras, pero la historia fue dolorosa y hermosa al mismo tiempo. Esa joven madre fue una vez una niña “desechada”, que vivía en la calle sin nadie. Es fácil imaginar su destino.
Pero un día, en la providencia del buen Dios, fue encontrada por un salesiano que había empezado a acoger a niños de la calle en el estado de Hyderabad. Fue una de las niñas que logró tener una casa junto a otras niñas. Junto con los educadores, mis hermanos salesianos se aseguraron de que todas las necesidades básicas estuvieran cubiertas y atendidas.
Así que esta niña, recogida de la calle, pudo florecer de nuevo, embarcarse en un viaje vital que la ha llevado a ser hoy esposa y madre y, algo increíblemente inestimable para mí, educadora en la gran escuela salesiana en la que nos encontramos en ese momento.
No pude evitar pensar en cuántas otras vidas como esta, salvadas de la desesperación y la angustia, hay en el mundo salesiano, cuántos de mis buenos hermanos y hermanas salesianos se arrodillan cada día para “lavar los pies” de los Jesús pequeños y grandes de nuestras calles.
Esta es la clave de cuántas vidas se pueden transformar para mejor.
¿Cómo no ver en estos dos hechos la “mano de Dios” que nos tiende a través del bien que podemos hacer? Y que somos todos los que, en cualquier parte del mundo, en cualquier situación de la vida y de profesión, creemos en la humanidad y creemos en la dignidad de cada persona, y creemos que debemos seguir construyendo un mundo mejor.
Escribo esto porque las buenas noticias también deben darse a conocer. Las malas noticias se difunden solas o encuentran gente interesada. Estas dos historias de la vida real, tan cercanas en el tiempo para mí, confirman una y mil veces lo valioso que es el bien que todos juntos buscamos hacer.
Y también lo que expresaba poéticamente una canción salesiana: “Yo digo que Juan Bosco está vivo, no penséis que un Padre así puede abandonarnos. No está muerto, el Padre vive, siempre ha estado ahí y permanece, él que se ocupó de los jóvenes abandonados y huérfanos, de los niños de la calle, solos, a los que ayudó a cambiar… Yo digo que Juan Bosco está vivo y ha emprendido mil iniciativas. ¿No ven su solicitud de padre trabajando ahora en todo el mundo? ¿No le oís entonar su canto a tantas hijas, a tantos hijos, que llevan estos reflejos del Padre que amamos? Él vive, cuando sus Salesianos son así.
Les deseo a todos una Feliz Pascua; y a los que se sienten alejados de esta certeza de fe, les deseo lo mejor, con mucha cordialidad.