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Hoy me despido por última vez de vosotros desde esta página del Boletín Salesiano. El 16 de agosto, día en que conmemoramos el nacimiento de Don Bosco, termina mi servicio como Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco.
¡Siempre es un motivo para agradecer, siempre gracias! En primer lugar, a Dios, a la Congregación y a la Familia Salesiana, a tantas personas queridas y amigas, a tantos amigos del carisma de Don Bosco, a los muchos bienhechores.


            También en esta ocasión, mi saludo transmite algo que he vivido recientemente. De ahí el título de este saludo: Entre la admiración y el dolor. Os cuento la alegría que llenó mi corazón en Goma, en la República Democrática del Congo, herida por una guerra interminable, y la alegría y el testimonio que recibí ayer.
            Hace tres semanas cuando, después de visitar Uganda (en el campo de refugiados de Palabek que, gracias a la ayuda y al trabajo salesiano de los últimos años, ha dejado de ser un campo de refugiados sudaneses para convertirse en un lugar donde decenas de miles de personas se han asentado y han encontrado una nueva vida), atravesé Ruanda y llegué a la frontera en la región de Goma, una tierra maravillosa, hermosa y rica en naturaleza (y precisamente por eso tan deseada y deseable). Pues bien, a causa de los conflictos armados, en esa región hay más de un millón de desplazados que han tenido que abandonar sus hogares y sus tierras. También nosotros tuvimos que dejar la presencia salesiana en Sha-Sha, ocupada militarmente.
            Este millón de desplazados llegó a la ciudad de Goma. En Gangi, uno de los distritos, está la obra salesiana “Don Bosco”. Me sentí inmensamente feliz al ver el bien que se está haciendo allí. Cientos de niños y niñas tienen un hogar. Decenas de adolescentes han sido sacados de la calle y viven en la casa Don Bosco. Allí, a causa de la guerra, encontraron un hogar 82 recién nacidos y niños y niñas que perdieron a sus padres o fueron dejados atrás (“abandonados”) porque sus padres no podían ocuparse de ellos.
            Y allí, en ese nuevo Valdocco, uno de los muchos Valdocco que hay en el mundo, una comunidad de tres monjas de San Salvador, junto con un grupo de señoras, todos sostenidos por la casa salesiana con ayudas que llegan gracias a la generosidad de los bienhechores y de la Providencia, cuidan de estos pequeños y pequeñas. Cuando fui a visitarlos, las hermanas habían vestido a todos de gala, incluso a los niños que dormían en sus cunas. ¡Cómo no sentir que mi corazón se llenaba de alegría ante esta realidad de bondad, a pesar del dolor causado por el abandono y la guerra!
            Pero mi corazón se conmovió cuando conocí a varios centenares de personas que vinieron a saludarme con ocasión de mi visita. Forman parte de los 32.000 desplazados que abandonaron sus hogares y sus tierras a causa de las bombas y vinieron a buscar refugio. Lo encontraron en los campos y terrenos de la casa Don Bosco de Gangi. No tienen nada, viven en chabolas de unos pocos metros cuadrados. Esta es su realidad. Juntos buscamos cada día la manera de encontrar comida. ¿Pero saben lo que más me impresionó? Lo que más me impresionó fue que cuando estaba con estos cientos de personas, en su mayoría ancianos y madres con niños, no habían perdido su dignidad ni su alegría ni su sonrisa. Me asombró y me entristeció el corazón tanto sufrimiento y tanta pobreza, a pesar de que estamos haciendo nuestra parte en nombre del Señor.

Un concierto extraordinario
            Sentí otra gran alegría al recibir un testimonio de vida que me hizo pensar en los adolescentes y jóvenes que están en nuestra presencia, y en tantos hijos de padres que quizá me estén leyendo y que sienten que sus hijos están desmotivados, aburridos de la vida, o no tienen pasión por casi nada. Entre los invitados a nuestra casa estos días se encontraba una extraordinaria pianista que ha recorrido el mundo dando conciertos y ha formado parte de grandes orquestas filarmónicas. Es una antigua alumna de los Salesianos y tuvo a un salesiano, ya fallecido, como gran referente y modelo. Ha querido ofrecernos este concierto en el atrio del templo del Sagrado Corazón como homenaje a María Auxiliadora, a la que tanto quiere, y como agradecimiento por todo lo que ha sido su vida hasta ahora.
            Y digo esto último porque nuestra querida amiga nos ofreció un concierto maravilloso, con una calidad excepcional a sus 81 años. Estuvo acompañada por su hija. Y a esa edad, quizás cuando algunos de nuestros mayores de la familia hace tiempo que han dicho que ya no quieren hacer nada, ni nada que requiera esfuerzo, nuestra querida amiga, que practica el piano todos los días, movía sus manos con una agilidad maravillosa y se sumergía en la belleza de la música y de su interpretación. Buena música, una sonrisa generosa al final de su actuación y la entrega de las orquídeas a Nuestra Señora Auxiliadora era todo lo que necesitábamos en aquella maravillosa mañana. Y mi corazón salesiano no pudo evitar pensar en esos niños, niñas y jóvenes que quizás han tenido o ya no tienen nada que les motive en sus vidas. Ella, nuestra amiga concertista de piano, vive con gran serenidad a sus 81 años y, como me dijo, sigue ofreciendo el don que Dios le ha dado y cada día encuentra más motivos para hacerlo.
            Otra lección de vida y otro testimonio que no deja indiferente el corazón.

            Gracias, amigos, gracias de corazón por todo el bien que hacemos juntos. Por pequeño que sea, contribuye a que nuestro mundo sea un poco más humano y más bello. Que el buen Dios os bendiga.

Ángel Card. FERNÁNDEZ ARTIME
Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco