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Al final de un año, todos llevamos en el alma una cesta de recuerdos. Contiene lo que hemos vivido, un año rico, lleno de recuerdos agradables, pero también de acontecimientos inesperados. Un año en el que no han faltado las sorpresas.

Queridos amigos de Don Bosco y de su carisma, al final del año 2023, me ha parecido interesante utilizar el simbolismo de la cesta que Mamá Margarita lleva siempre en el brazo. Incluso en el nuevo poster del aguinaldo, su signo distintivo es la cesta que cuelga de su brazo. Todos estamos acostumbrados a verla así, Mamá Margarita. Sin la cesta, el pañuelo en la cabeza y el vestido de campesina pobre, no parecería ella misma.
La cesta era de mimbre tejido con gran esmero. Llevaba canastillas para sus nietos, fragantes barras de pan recién horneadas y ropa blanca de olor limpio.
Pero el 3 de noviembre de 1846, como cuenta Don Bosco en sus Memorias del Oratorio, cuando él y su madre bajaron de I Becchi a Turín para acoger a los jóvenes abandonados de la ciudad, Mamá Margarita lo llenó con su ajuar de boda, cuidadosamente doblado y, en el centro, depositó unos ramos de lavanda. En el fondo, bien oculto bajo el forro de tela, escondía su pequeño tesoro: un paquetito de terciopelo con dos anillos y un colgante de oro.
Con estas pocas posesiones, pudieron satisfacer las primeras necesidades del Oratorio. Mamá Margarita tenía un corazón tan grande como todas las colinas de Asti y el lino empezó a desaparecer, convirtiéndose en camisas y ropa interior para los chicos. Curioso fue el destino del vestido de novia que se convirtió en el primer mantel de altar de la capilla Pinardi y luego en una sábana para un enfermo de cólera.
Pero la cesta no estaba vacía, contenía el aroma de todas las cosas buenas y bellas de su vida.

El baúl de los recuerdos felices
Al final del año, todos deberíamos tener una cesta como ésta. Colgada en nuestras mentes y corazones. Una cesta como cofre del tesoro de los recuerdos felices. Deberíamos llenarla con el asombro de la danza de la vida que ha pasado rápidamente: las personas que nos han hecho bien, los acontecimientos de gracia, los encuentros que nos han dado aliento y valor, las certezas, las esperanzas y, debajo de todo, el oro precioso de la presencia de Dios.
En mi cesta encontré muchas cosas por las que dar gracias al Señor de la Vida, nuestro buen Dios y Padre. Y ciertamente, como sucede en la vida de cada persona, también en ti que me lees, no todo lo que se vive en un año ha producido alegría. También hay penas, penurias, exigencias, pérdidas, pero todo esto, vivido en la fe, se ilumina de una manera preciosa.
            – En mi cesta encuentro tantos esfuerzos, tanto personales como de quienes me ayudan en la animación y gobierno de la Congregación, que han servido para dar vida, mucha vida: hemos podido ayudar a tantas personas, a tantos niños y jóvenes en todo el mundo salesiano, animando a mis hermanos y a la familia salesiana a continuar por un camino de fidelidad salesiana. La cesta está llena de tantos donativos de tantas personas en todo el mundo, en las 135 naciones y en las miles de obras de toda la familia salesiana en el mundo.
            – En mi cesta de este año está la visita de Don Bosco al centro de menores (la antigua Generala que Don Bosco visitó con Don Cafasso), y de la que volví a casa con el corazón encogido y lleno de pena por estar allí con aquellos jóvenes (que espero superen pronto esta situación), pero con la alegría de saber que lo conseguirán. El saludo del joven que me preguntó: “¿Cuándo vuelves?” está grabado en mi memoria. Y volveré pronto.
            – En mi cesta está la alegría de tantos viajes realizados durante el año – esta vez de nuevo a los cinco continentes, ya que estoy de vuelta en Australia. Podría escribir páginas sobre todos los viajes. Sólo mencionaré mi visita a Perú, dos veces en febrero, al altiplano de Huancayo, con su frío y sus colinas y el encuentro con más de mil jóvenes, a 2.500 metros de altitud, y el inmenso calor, de la ciudad del calor eterno (como les gusta decir) que es Piura, donde encontré una devoción a María Auxiliadora que me conmovió.
            – Mi canasta contiene la alegría de verme en Viedma – Argentina cinco meses después de la canonización del coadjutor salesiano San Artemisa Zatti y de desandar los caminos que él recorrió y vivir donde él vivió e hizo realidad la santidad en lo cotidiano.
            – Y la cesta, en lo más profundo de mi corazón, contiene este año la experiencia más profunda que puede tener un ser humano. La experiencia de perder a la madre, especialmente cuando el padre ya se ha ido al cielo. Realmente sientes que el “cordón umbilical” que te sostenía no sólo hasta que te trajeron al mundo, sino durante toda tu vida, se corta definitivamente. Pero yo también lo he vivido, con la Gracia del Señor, como una pérdida, ciertamente, pero llena de sentido, llena de esperanza, y con una inmensa gratitud al Señor de la vida por una vida larga y hermosa tanto en el caso de mi padre como en el de mi madre. Cómo no dar gracias al Señor por ello.
            – Mi cesta de este año contiene la inmensa alegría de los preciosos días pasados en Lisboa para la Jornada Mundial de la Juventud. Más de un millón de jóvenes dieron un precioso testimonio de humanidad y humanismo, de capacidad de vivir en armonía, amistad y paz a pesar de ser muy diferentes, procedentes de todo el mundo. Qué gran lección nos dan.
            – Por último, mi cesta de este año contiene un profundo acto de fe y de obediencia. Sin duda por fe lo ha hecho el Santo Padre al nombrarme Cardenal de la Santa Iglesia Romana. Y ciertamente por fe, y con la certeza de que nuestro Dios acompaña la vida de cada uno de nosotros del modo único que sólo Él conoce, he aceptado este designio y esta obediencia. Ciertamente con gratitud y con la promesa de fidelidad y lealtad al Vicario de Cristo, como se nos declara al recibir el anillo cardenalicio. Sólo con fe se puede vivir dignamente algo así.
Como veis, amigos míos, mi cesta está llena. Estoy seguro de que lo mismo ocurre en la vida de cada uno de vosotros. Este es el gran don de la vida de Dios.
Os deseo que este mes sea bendecido. Y os deseo que, mientras esperáis la venida de Jesucristo, sigáis trabajando como Familia Salesiana para que nuestro mundo se purifique de odios y discordias y se llene del espíritu cristiano, para que todos podamos vivir siempre en paz los unos con los otros.

Ángel Card. FERNÁNDEZ ARTIME
Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco