Don Bosco y “la Consolata”
El pilón más antiguo de la zona de Becchi parece datar de 1700. Se erigió en el fondo de la llanura, hacia el “Mainito”, donde se reunían las familias que vivían en la antigua “Scaiota”. Luego se convirtió en una granja salesiana, que ahora ha sido renovada y convertida en una casa juvenil que acoge a grupos de jóvenes peregrinos al Templo y a la Casa de Don Bosco.
Este es el pilar de la Consolata, con una estatua de la Virgen Consoladora de los Afligidos, siempre honrada con flores campestres traídas por los devotos. Juan Bosco debió de pasar muchas veces junto a ese pilar, quitándose el sombrero y murmurando un Ave María, como le había enseñado su madre.
En 1958, los Salesianos restauraron el antiguo pilar y, con un solemne oficio religioso, lo inauguraron al culto renovado de la comunidad y de la población, según consta en la Crónica de ese año conservada en los archivos del Instituto “Bernardi Semeria”.
Aquella estatua de la Consolata pudo ser, por tanto, la primera imagen de María Santísima que Don Bosco veneró en su infancia en su casa.
En la “Consolata” de Turín
Ya como estudiante y seminarista en Chieri, Don Bosco debió de ir a Turín para venerar a la Virgen Consoladora (MB I, 267-68). Pero es seguro que, como nuevo sacerdote, celebró su segunda Santa Misa precisamente en el Santuario de la Consolata “para agradecer -como escribió- a la Gran Virgen María los innumerables favores que me había obtenido de su Divino Hijo Jesús” (MO 115).
En los tiempos del Oratorio errante y sin morada fija, Don Bosco iba con sus muchachos a alguna iglesia de Turín para la Misa dominical, y la mayoría de las veces iban a la Consolata (MB II, 248; 346).
En el mes de mayo de 1846-47, para agradecer a la Virgen Consoladora el haberles dado por fin un hogar estable, llevó allí a sus jóvenes a hacer la Santa Comunión, mientras los buenos Padres Oblatos de la Virgen María, que oficiaban en el Santuario, se prestaban a confesarlos (MB II, 430).
Cuando, en el verano de 1846, Don Bosco cayó gravemente enfermo, sus muchachos no sólo mostraron su dolor con lágrimas, sino que, temiendo que los medios humanos no bastaran para su curación, se turnaban de la mañana a la noche en el Santuario de la Consolata para rogar a María Santísima que preservara a su amigo y padre enfermo.
Hubo quien incluso hizo votos infantiles y quien ayunó a pan y agua para que la Virgen les escuchara. Fueron escuchados y Don Bosco prometió a Dios que hasta su último aliento sería para ellos.
Las visitas de Don Bosco y sus muchachos a la Consolata continuaron. Invitado una vez a cantar una misa en el santuario con sus jóvenes, llegó a la hora convenida con la improvisada “Schola cantorum”, llevando consigo la partitura de una “misa” que había compuesto para la ocasión.
El organista del santuario era el famoso maestro Bodoira, a quien Don Bosco invitó al órgano. Éste ni siquiera echó un vistazo a la partitura de Don Bosco, pero cuando se disponía a tocar la música, no la entendió en absoluto y, abandonando enfadado el puesto de organista, se marchó.
Don Bosco se sentó entonces al órgano y acompañó la Misa siguiendo su composición tachonada de signos que sólo él podía entender. Los jóvenes, que antes se habían perdido ante las notas del famoso organista, continuaron hasta el final sin indicación alguna y sus voces plateadas atrajeron la admiración y la simpatía de todos los fieles presentes en el oficio (MB III, 148).
Desde 1848 hasta 1854, Don Bosco acompañó a sus muchachos en procesión por las calles de Turín hasta la Consolata. Sus jóvenes cantaban alabanzas a la Virgen a lo largo del camino y luego participaban en la Santa Misa que él celebraba.
Cuando murió Mamá Margarita, el 25 de noviembre de 1856, Don Bosco fue aquella mañana a celebrar la Santa Misa de sufragio en la capilla subterránea del Santuario de la Consolata, deteniéndose a rezar largamente ante la imagen de María la Consoladora, rogándole que fuera madre para él y sus hijos. Y María cumplió sus plegarias (MB V, 566).
En el Santuario de la Consolata, Don Bosco no sólo tuvo ocasión de celebrar varias veces la Santa Misa, sino que un día también quiso servirla. Al entrar en el santuario para hacer una visita, oyó la señal de comienzo de la Misa y se dio cuenta de que faltaba el ministrante. Se levantó, fue a la sacristía, cogió el misal y sirvió la Misa con devoción (MB VII, 86).
Y la asistencia de Don Bosco al Santuario nunca cesó, especialmente con ocasión de la Novena y de la Fiesta de la Consolata.
Estatuilla de la Consolata en la Capilla Pinardi
El 2 de septiembre de 1847 Don Bosco compró por el precio de 27 liras una estatuilla de María Consoladora colocándola en la Capilla Pinardi.
En 1856, cuando la Capilla estaba siendo demolida, don Francisco Giacomelli, compañero de seminario y gran amigo de Don Bosco, deseando conservar para sí lo que él llamaba el monumento más distinguido de la fundación del Oratorio, se llevó la estatuilla a Avigliana, a su casa paterna.
En 1882, su hermana hizo construir en la casa un pilar con un nicho y colocó allí la preciosa reliquia.
Cuando los Salesianos supieron, tras la extinción de la familia Giacomelli, de la existencia del pilar en Avigliana, consiguieron recuperar la antigua estatuilla, que el 12 de abril de 1929 volvió al Oratorio de Turín después de 73 años desde el día en que Don Giacomelli la había retirado de la primera capilla (E. GIRAUDI, L’Oratorio di Don Bosco, Turín, SEI, 1935, p. 89-90).
Hoy la histórica estatuilla sigue siendo el único recuerdo del pasado en la nueva capilla Pinardi, constituyendo su tesoro más querido y preciado.
Don Bosco, que difundió por todo el mundo el culto a María Auxiliadora, nunca olvidó su primera devoción a la Virgen, venerada desde su infancia en el pilar de Becchi, bajo la efigie de la “Consolata”. Cuando llegó a Turín como joven sacerdote diocesano, durante el período heroico de su “Oratorio”, recibió de la Virgen Consoladora en su Santuario luz y consejo, valor y consuelo para la misión que el Señor le había confiado.
Por eso también es considerado con pleno título uno de los santos de Turineses.