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¿Amaba Don Bosco a los animales? ¿Están presentes en su vida? ¿Y qué relación tenía con ellos? Algunas preguntas que se intentan responder.


Pájaros, perros, caballos, etc.
            En el establo de la «Casita», donde Mamá Margarita se había trasladado con sus hijos y su suegra tras la inesperada muerte de su marido Francisco, había una vaquita un ternero y un burro. En un rincón de la casa, un gallinero.
            Juan, tan pronto como fue capaz, llevaba a pastar a la vaquita, pero le interesaba con más gusto por los nidos de los pájaros. Él mismo lo recuerda en sus “Memorias”: «Yo era muy hábil para atrapar pájaros, con trampas, con liga pegajosas, con lazos, y muy diestro en el conocimiento de los nidos» (MO 30).
            Los diversos incidentes de su “oficio” son bien conocidos. Recordamos la vez en que su brazo quedó atrapado en la grieta del tronco de un árbol, donde había descubierto un nido de herrerillos; o aquella otra vez en que vio cómo un cuco mataba a una nidada de ruiseñores. Otra vez vio a su urraca morir de glotonería tras tragarse demasiadas cerezas, con carozo incluido. Un día, para alcanzar a una cría que se encontraba en un viejo roble, resbaló y cayó pesadamente al suelo. Y un triste día, al volver de la escuela, encontró a su mirlo favorito, criado en una jaula y entrenado para gorjear melodías, muerto por el gato.
            En cuanto a las gallinas, de aquellos años data el hecho de la misteriosa gallina abandonada bajo la criba de la casa de sus abuelos en Capriglio y liberada por Juan entre risas de alivio. También de aquellos años es el incidente del pavo robado por un pícaro y devuelto con valentía y un toque de imprudencia infantil. De los años de Chieri es el truco del pollo en gelatina llevado a la mesa y salido de la olla vivo y graznando.
            Juan entabló una verdadera amistad con un perro de Sussambrino, el sabueso de caza de su hermano José. Lo adiestró para que mordiera los trozos de pan al vuelo y no se los comiera hasta que se lo ordenaran. Le enseñó a subir y bajar la escalera del granero y a hacer saltos y trucos de circo. El sabueso le seguía a todas partes y cuando Juan se lo llevó de regalo a unos parientes en Moncucco, la pobre bestia, invadida por la nostalgia, volvió sola a casa en busca de su amigo perdido.
            Como estudiante en Castelnuovo, Juan también aprendió a montar a caballo. En el verano de 1832, el preboste Don Dassano, que le daba clases en la escuela, le confió el cuidado del establo. Juan tenía que sacar el caballo a pasear y, una vez fuera del pueblo, saltaba sobre su lomo y lo hacía galopar.
            Como nuevo sacerdote, invitado a predicar en Lauriano, a unos 30 km de Castelnuovo, partió a caballo. Pero la cabalgata acabó mal. En la colina de Berzano, la bestia, asustada por una gran bandada de pájaros, se encabritó y el jinete acabó en el suelo.
            Don Bosco dio luego muchos otros paseos en sus andanzas por el Piamonte y salidas con los muchachos. Baste recordar la triunfal ascensión al Superga en la primavera de 1846 sobre un caballo enjaezado al más alto nivel, enviado especialmente a Sassi por instrucción de Don J. Anselmetti.
            Mucho menos triunfal fue la travesía de los Apeninos a lomos de un burro en el viaje a Salicetto Langhe en noviembre de 1857. El camino era estrecho y empinado, y la nieve muy alta. El animal tropezaba y se caía a cada paso y Don Bosco se veía obligado a desmontar y empujarlo hacia adelante. El descenso fue aún más aventurado y sólo el Señor sabe cómo pudo llegar al pueblo a tiempo para la sagrada misión.
            Aquel no fue el último viaje de Don Bosco en burro. En julio de 1862 recorrió de la misma manera seis kilómetros desde Lanzo a Sant’Ignazio. Y así, probablemente, en otras ocasiones.
            Pero uno de los paseos más gloriosos de Don Bosco fue el que hizo en octubre de 1864 de Gavi a Mornese. Llegó al pueblo a última hora de la tarde con el sonido festivo de las campanas. La gente salía de sus casas con las lámparas encendidas y se arrodillaba a su paso para pedirle la bendición. Era el hosanna del pueblo al santo de la juventud.

Los animales en los sueños de Don Bosco
            Si pasamos a considerar los sueños de Don Bosco, encontramos una gran variedad de animales domésticos y salvajes, pacíficos y feroces, que representan a los jóvenes y sus virtudes y defectos, al diablo y sus halagos, al mundo y sus pasiones.
            En el sueño del niño de 9 años, cuando los muchachos desaparecieron, se le aparecieron a Juanito multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros animales, todos los cuales se transformaron luego en mansos corderos. En el de los 16 años la majestuosa Señora le confió un rebaño; en el de los 22 volvió a ver a los jóvenes transformados en corderos; y finalmente en el de 1844, ¡los corderos se transformaron en pastores!
            En 1861 Don Bosco tuvo el sueño de un paseo por el Paraíso. En aquel viaje los jóvenes que le acompañaban se encontraron con lagos que debían cruzar. Uno de ellos estaba lleno de bestias feroces dispuestas a devorar a quien intentara cruzarlo.
            La víspera de la fiesta de la Asunción, en 1862, soñó que estaba en I Becchi con todos sus jóvenes, cuando apareció en el prado una serpiente de 7-8 metros de largo, horrorosa. Pero un guía le enseñó a atraparla con una cuerda, que más tarde cambió por un rosario.
            El 6 de enero de 1863 Don Bosco contó a los muchachos el famoso sueño del elefante que apareció en el patio de Valdocco. Era de un tamaño inmenso y divertía amistosamente a los muchachos. Los siguió hasta la iglesia, pero se arrodilló en dirección contraria con el hocico vuelto hacia la entrada. Luego salió de nuevo al patio y, de repente, su humor cambió y, con temibles bramidos, se abalanzó sobre los jóvenes para despedazarlos. Entonces la estatuilla de Nuestra Señora, que aún hoy se encuentra bajo el pórtico, cobró vida, se agrandó y abrió su manto para proteger y salvar a los que se refugiaban con ella.
            En 1864 Don Bosco tuvo el sueño de los cuervos que revoloteaban sobre el patio de Valdocco para picotear a los muchachos. En 1865 fue el turno de una perdiz y una codorniz, símbolos de la virtud y el vicio respectivamente. Luego vino el sueño de la majestuosa águila que descendía para apoderarse de un muchacho del Oratorio; y después otra vez el del gran gato con ojos de fuego.
            En 1867 le pareció ver a Don Bosco entrar en su habitación un gran sapo repugnante, el diablo. En 1872 contó el sueño del ruiseñor. En 1876 el de las gallinas, el del toro furioso, y también el del carro tirado por un cerdo y un enorme sapo.
            En 1878 vio en sueños un gato perseguido por dos sabuesos. Y así sucesivamente.

            Dejando a los expertos la discusión sobre estos sueños, sabemos sin embargo que tuvieron una gran función pedagógica en las casas de Don Bosco y que especialmente en algunos de ellos es difícil no ver una especial intervención de Dios.

El perro gris
            Pero si queremos llegar al umbral del misterio, debemos recordar al “Gris”, ese misterioso perro que tantas veces apareció para proteger a Don Bosco en momentos en que su vida corría peligro.
            En sus “Memorias” el mismo Don Bosco escribió sobre él: «El perro gris fue objeto de muchas habladurías y de diversas suposiciones. No pocos de vosotros lo habréis visto e incluso acariciado. Ahora, dejando a un lado las extrañas historias que se cuentan sobre este perro, vendré a vosotros con lo que es pura verdad» (MO 251). Y continúa contando los riesgos que corría al regresar a Valdocco a altas horas de la noche en los años cincuenta y cómo este gran perro aparecía a menudo de repente a su lado y le acompañaba a casa.
            Cuenta, por ejemplo, aquella noche de noviembre de 1854, cuando en la calle que va de la Consolata al Cottolengo (hoy Via Consolata y Via Ariosto, perpendiculares al Corso Regina), notó que dos merodeadores le seguían y ellos saltaron sobre él para asfixiarle, cuando apareció el perro, les atacó furiosamente y les obligó a emprender una huida precipitada. Como último recurso, cuenta del Gris que se le apareció una noche en la carretera de Morialdo a Moncucco, cuando se dirigía, solo, a Cascina Moglia para visitar a sus viejos amigos.
            Pero sus “Memorias”, escritas en los años 1873-75, no pudieron mencionar lo que realmente parece ser la última aparición del Gris, que tuvo lugar la noche del 13 de febrero de 1883. Mientras Don Bosco de Ventimiglia, no habiendo encontrado carruaje, se dirigía a pie bajo la lluvia torrencial a la nueva casa salesiana de Vallecrosia, justo cuando con su débil vista ya no sabía dónde poner los pies, su viejo amigo, el muy fiel Gris, al que no había visto desde hacía varios años, salió a su encuentro. El perro se le acercó festivamente y luego, precediéndole, avanzó por el barro y la espesa oscuridad para guiarle. Cuando llegó a Vallecrosia, y saludó a Don Bosco con la pata, desapareció (MB XVI, 35-36).
            Don Bosco, encontrándose en Marsella almorzando en la casa de los Olive, contó el suceso. La señora le preguntó entonces cómo era posible semejante aparición, porque el perro ya debía ser demasiado viejo. Y Don Bosco, sonriendo, le respondió: “¡Debe haber sido un hijo o un nieto de aquél!” (MB XVI, 36-37). Evadió entonces una pregunta embarazosa, pues no podía tratarse de un fenómeno natural, pero no dijo que fuera su imaginación. Era demasiado sincero para eso.
            Según los testimonios de José Buzzetti, Carlos Tomatis y José Brosio, que vivieron con Don Bosco desde los primeros días, el Gris se parecía a un perro de rebaño o a un sabueso guardián. Nadie, ni siquiera Don Bosco, supo nunca de dónde venía ni quién era su amo. Carlos Tomatis dijo algo más: “Era un perro con un aspecto verdaderamente formidable y a veces Mamá Margarita, al verlo, exclamaba: “¡Oh, qué bestia más fea! Parecía casi un lobo, con el hocico alargado, las orejas hacia arriba, el pelaje gris, un metro de altura” (MB IV, 712). No en vano inspiraba temor a quienes no lo conocían. Sin embargo, Card. Cagliero atestigua: “Vi a la querida bestia una tarde de invierno” (MB IV, 716).
            ¡Querida bestia!!! ¡para los amigos!…
            Una vez, en lugar de acompañar a Don Bosco a casa, le impidió salir. Era tarde y Mamá Margarita trató de disuadir a su hijo de salir, pero él estaba decidido y pensó en hacerse acompañar por algunos muchachos mayores. En la puerta de la casa encontraron al perro tumbado. “¡Oh, el Gris -dijo Don Bosco-, levántate y ven!”. Pero el perro, en vez de obedecer, emitió un aullido de miedo y no se movió. Dos veces intentó Don Bosco pasar y dos veces el Gris se lo impidió. Entonces intervino Mamá Margarita: «Se ‘t veule nen scoteme me, scota almeno ‘l can, seurt nen!» (Si no quieres hacerme caso, al menos hazle caso al perro, no salgas). Y el perro ganó. Más tarde se supo que unos sicarios esperaban fuera para quitarle la vida (MB IV, 714).
            Así que el Gris salvó varias veces la vida de Don Bosco. Pero nunca aceptaba comida ni ningún otro tipo de recompensa. Aparecía de repente y desaparecía en el aire cuando la misión estaba cumplida.
            Pero entonces, ¿qué clase de perro era el Gris? Un día de 1872, Don Bosco fue huésped de los Baroni Ricci en su casa de campo de Madonna dell’Olmo, cerca de Cuneo. La baronesa Azeglia Fassati, esposa del barón Carlos, sacó el tema del Gris y Don Bosco dijo: “Dejemos en paz al Gris, hace tiempo que no lo veo”. Hacía dos años que había dicho en 1870: «¡Este perro es verdaderamente algo extraordinario en mi vida! Decir que es un ángel, haría reír; pero tampoco se puede decir que sea un perro ordinario, porque el otro día lo volví a ver» (MB X, 386). ¿Podría haber sido ésa la ocasión de Moncucco?
            Pero en otra ocasión llegó a decir: «De vez en cuando me venía el pensamiento de buscar el origen de aquel perro… No sé otra cosa que aquel animal fue para mí una verdadera providencia» (MB IV, 718).
            ¡Como el perro de San Roque! Ciertos fenómenos escapan a la red de la investigación científica. Para los que creen ninguna explicación es necesaria; para los que no creen, ninguna explicación es posible.

P. Natale CERRATO
Salesiano de Don Bosco, misionero en China de 1948 a 1975, estudioso de Don Bosco y del Salesianismo, escribió obras y artículos, realizando una valiosa labor de difusión de la vida y obra del Santo de la Juventud. Entró en la eternidad en 2019.