¿Pero quién lo creería? Con esa mirada, Don Bosco… ¡veía tantas cosas!
Un viejo sacerdote, antiguo alumno de Valdocco, escribió en 1889: “Lo que más destacaba en Don Bosco era su mirada, dulce pero penetrante hasta la oscuridad del corazón, que uno apenas podía resistirse a contemplar. Se puede decir que su mirada atraía, aterrorizaba, se posaba a propósito y que en mis viajes por el mundo nunca he conocido a una persona cuya mirada fuera más impresionante que la suya. Generalmente los retratos y los cuadros no dan cuenta de esta singularidad, y me hacen de él un aficionado”.
Otro antiguo alumno de los años 70, Pedro Pons, revela en sus recuerdos: “Don Bosco tenía dos ojos que traspasaban y penetraban la mente… Se paseaba hablando y mirando a todo el mundo con esos dos ojos que giraban en todas direcciones, electrizando los corazones de alegría”.
El salesiano Don Pedro Fracchia, alumno de Don Bosco, recordaba un encuentro que tuvo con el santo sentado en su escritorio. El joven se atrevió a preguntarle por qué escribía así, con la cabeza gacha y girado hacia la derecha, acompañando a la pluma. Don Bosco, sonriendo, le contestó: “La razón es ésta, ¡ya ves! De este ojo Don Bosco ya no ve, y de este otro poco, ¡poco!”. – “¿Ve poco? Pero entonces, ¿cómo es que el otro día en el patio, mientras estaba lejos de usted, me lanzó una mirada tan viva, tan brillante, tan penetrante como un rayo de sol?” – “Pero va allí… ¡Ustedes piensan y ven inmediatamente quién sabe qué…!”
Y sin embargo era así. Y los ejemplos podrían multiplicarse. Con su ojo escrutador, Don Bosco penetraba y adivinaba todo en los jóvenes: carácter, ingenio, corazón. Algunos de ellos intentaban a propósito huir de su presencia porque no soportaban su mirada. El padre Dominic Belmonte aseguraba haber sido testigo personal de este hecho: “Muchas veces Don Bosco miraba a un joven de una manera tan especial que sus ojos decían lo que su labio no expresaba en ese momento, y le hacía comprender lo que quería de él”.
A menudo seguía a un joven con la mirada en el patio, mientras conversaba con otros. De repente, la mirada del joven se encontraba con la de Don Bosco y el interesado comprendía. Se le acercaba para preguntarle qué quería de él y Don Bosco se lo susurraba al oído. Tal vez era una invitación a la confesión.
Una noche, un alumno no conseguía conciliar el sueño. Suspiraba, mordía las sábanas, lloraba. El compañero que dormía a su lado, despertado por esta agitación, le preguntó: “¿Qué te pasa? ¿Qué te pasa?” – “¿Qué me pasa? Anoche me miró Don Bosco”. – “¡Oh, hermosa! Y eso no es nada nuevo. ¡No hay necesidad de molestar a todo el dormitorio por eso!” – Por la mañana se lo contó a Don Bosco y éste le contestó: “¡Pregúntale lo que le dice su conciencia!”. Uno puede imaginarse el resto.
Más testimonios en Italia, España y Francia
Don Michele Molineris, en su Vita episodica di don Bosco publicación póstuma en el Colle en 1974, da otra serie de testimonios sobre la mirada de Don Bosco. Nos referimos sólo a tres de ellos, también para recordar a este estudioso del Santo que, además del resto, tenía un conocimiento único de los lugares y las personas de la infancia de Juan Bosco. Pero vayamos a los testimonios que recogió.
El obispo Felice Guerra recordó personalmente la vivacidad de la mirada de Don Bosco, declarando que penetraba como una espada de doble filo hasta el punto de entumecer los corazones y conmover las conciencias. Y sin embargo “¡de un ojo no veía y el otro le servía de poco!”
El P. Juan Ferrés, párroco de Gerona en España, que vio a Don Bosco en 1886, escribió que “tenía unos ojos muy vivos, una mirada penetrante… Mirándole me sentí obligado a inclinarme y examinar cómo estaba de alma”.
El Sr. Accio Lupo, ujier del Ministro Francesco Crispi, que había introducido a Don Bosco en el despacho del estadista, lo recordaba como “un sacerdote demacrado…¡con ojos penetrantes!”.
Y, por último, recordamos impresiones recogidas de sus viajes por Francia. El cardenal Juan Cagliero relató el siguiente hecho que constató personalmente cuando acompañaba a Don Bosco. Tras una conferencia celebrada en Niza, Don Bosco salió del presbiterio de la iglesia para dirigirse a la puerta, rodeado por la multitud que no le dejaba caminar. Un individuo de aspecto sombrío se quedó inmóvil, mirándolo como si tramara algo no bueno. Don Cagliero, que no le quitaba ojo, inquieto por lo que pudiera ocurrir, vio acercarse al hombre. Don Bosco se dirigió a él: “¿Qué quiere? – ¿A mí? ¡Nada!” – “¡Sin embargo, parece que tiene algo que decirme!” – “No tengo nada que decirle” – “¿Quiere confesarse?” – “¿Confesarme? ¡Ni por asomo!” – “¿Entonces qué hace aquí?” – “Estoy aquí porque… ¡no puedo irme!” – “Entiendo … Señores, déjenme solo un momento”, dijo Don Bosco a los que le rodeaban. Los que lo rodeaban se retiraron, Don Bosco susurró unas palabras al oído del hombre que, cayendo de rodillas, se confesó allí mismo, en medio de la iglesia.
Más curioso fue el suceso de Tolón, ocurrido durante el viaje de Don Bosco a Francia en 1881.
Tras una conferencia en la iglesia parroquial de Santa María, Don Bosco, con una bandeja de plata en la mano, recorrió la iglesia pidiendo limosna. Un trabajador, cuando Don Bosco le presentó el plato, volvió la cara, encogiéndose de hombros con rudeza. Don Bosco, al pasar a su lado, le dirigió una mirada cariñosa y le dijo: “¡Que Dios le bendiga!” – El obrero se metió entonces la mano en el bolsillo y depositó un penique en el plato. Don Bosco, mirándole fijamente a la cara, le dijo: _ ¡Que Dios le recompense! El otro, haciendo de nuevo el gesto, le ofreció dos peniques. Y Don Bosco: _ ¡Oh, querido, que Dios te recompense cada vez más! El hombre, al oír esto, sacó su monedero y dio un franco. Don Bosco le dirigió una mirada llena de emoción y se marchó. Pero aquel hombre, casi atraído por una fuerza mágica, le siguió a través de la iglesia, entró tras él en la sacristía, salió tras él al pueblo y no dejó de estar detrás de él hasta que le vio desaparecer. ¡El poder de la mirada de Don Bosco!
Jesús dijo: “Los ojos son como la lámpara para el cuerpo; si tus ojos son buenos estarás totalmente en la luz”.
¡Los ojos de Don Bosco estaban totalmente en la Luz!