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En 1868 San Juan Bosco imprimió una publicación titulada “Maravillas de la Madre de Dios invocadas bajo el título de María Auxiliadora”. Fue su contribución a dar a conocer a la Virgen María no sólo bajo el título más importante, el de “Madre de Dios”, sino también como “Auxilio de los cristianos”. Fue Ella quien había pedido: “Nuestra Señora quiere que la honremos bajo el título de María Auxiliadora”. Hoy comenzamos a presentar esta obra suya.


Aedificavit sibi domum. (Prov. IX,1).
María se construyó una casa.


Al lector
            El título de Auxilium Christianorum atribuido a la augusta Madre del Salvador no es algo nuevo en la Iglesia de Jesucristo. En los libros sagrados del Antiguo Testamento se llama Reina a María, que está a la derecha de su Divino Hijo vestida de oro y rodeada de variedad. Adstitit Regina a dextris tuis in vestitu deaurato, circumdata varietate: Salmo 44. Este manto dorado y rodeado de variedad son otras tantas gemas y diamantes, o títulos con que se suele llamar a María. Por tanto, cuando llamamos a la Santísima Virgen auxilio de los cristianos, no es sino nombrar un título especial, que conviene a María como un diamante sobre sus doradas vestiduras. En este sentido, María fue aclamada como la ayuda de los cristianos desde los primeros tiempos del cristianismo.
            Una razón muy especial por la que la Iglesia de los últimos tiempos quiere mencionar el título de Auxilium Christianorum la da Monseñor Parisis con las siguientes palabras: “Casi siempre, cuando el género humano se ha encontrado en crisis extraordinarias, se ha hecho digno, para salir de ellas, de reconocer y bendecir una nueva perfección en esta admirable criatura, María Santísima, que es el más magnífico reflejo de las perfecciones del Creador aquí abajo”. (Nicolás, página 121).
            La necesidad universalmente sentida hoy de invocar a María no es particular, sino general; ya no hay tibios que inflamar, pecadores que convertir, inocentes que preservar. Estas cosas son siempre útiles en cualquier lugar, con cualquier persona. Pero es la propia Iglesia católica la que es atacada. Es asaltada en sus funciones, en sus sagradas instituciones, en su Cabeza, en su doctrina, en su disciplina; es asaltada como Iglesia católica, como centro de la verdad, como maestra de todos los fieles.
            Y precisamente para merecer la protección especial del Cielo se invoca a María, como Madre común, como auxiliadora especial de los Reyes, y de los pueblos católicos, ¡como católicos de todo el mundo!
            Así se invocaba al Dios verdadero, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, y tal apelativo se dirigía para invocar la misericordia divina en favor de todo Israel, y Dios gozaba de que se le rezara de este modo, y traía pronto socorro a su pueblo en sus aflicciones.
            A lo largo de este opúsculo veremos cómo María ha sido verdaderamente constituida por Dios como auxilio de los cristianos; y cómo en todos los tiempos se ha mostrado como tal en las calamidades públicas, especialmente en favor de aquellos pueblos, soberanos y ejércitos que sufrían o luchaban por la Fe.
            Por eso la Iglesia, después de haber honrado a María durante varios siglos con el título de Auxilium Christianorum, instituyó finalmente una solemnidad especial en la que todos los católicos se unen a una sola voz para repetir las hermosas palabras con que se saluda a esta augusta Madre del Salvador: Terribilis ut castrorum acies ordinata, tu cunctas haereses sola interemisti in universo mundo.
            Que la Santísima Virgen nos ayude a todos a vivir apegados a la doctrina y a la fe, de las que es cabeza el Romano Pontífice, Vicario de Jesucristo, y nos obtenga la gracia de perseverar en el santo servicio divino en la tierra, para que un día podamos unirnos a ella en el reino de gloria del cielo.

Capítulo I. María reconocida con símbolos de ayuda para la humanidad.
            Entre los medios que Dios emplea para preparar a los hombres a recibir algún gran bien, está principalmente el de anunciarlo con mucha anticipación. Por eso la venida del Mesías fue anunciada con cuatro mil años de anticipación y precedida de muchos símbolos y profecías.
            Ahora bien, María, la augusta Madre del Salvador, la verdadera auxiliadora de los cristianos, era una bendición demasiado grande para no ser pronunciada igualmente con figuras que representaran a los hombres los diversos favores que haría al mundo.
            Eva, Sara, Rebeca, María hermana de Moisés, Débora, Susana, Ester, Judit representan de modo especial las glorias de María como insigne bienhechora del pueblo elegido, o como raro modelo de todas las virtudes.
            El árbol de la vida, el arca de Noé, la escalera de Jacob, la zarza ardiente, el arca de la alianza, la torre de David, la fortaleza de Jerusalén, el jardín bien guardado y la fuente sellada de Salomón, la rosa de Jericó la estrella de Jacob, el amanecer matutino, el acueducto de aguas claras, son algunos de los muchos símbolos que la Iglesia católica aplica a María y con los que acostumbra a explicar algunos de sus privilegios celestiales o virtudes heroicas. Escogeremos sólo algunos de estos símbolos con la aplicación que la Iglesia o los escritores más acreditados de las glorias de María suelen darles.
            Así, leemos en el libro del Eclesiástico que el Espíritu Santo pone en boca de María estas palabras: “Sicut aquaeductus exivi de Paradiso”; como un acueducto salí del Paraíso. (Eccl. 24, 41).
            Un acueducto es un canal que sirve para recibir las aguas del manantial y conducirlas según la distribución de los riachuelos y la necesidad de las flores para regar la tierra. Y para que el acueducto cumpla su función, dice San Bernardo, debe ser largo para recibir las aguas por un lado y conducirlas a las flores; y María es un acueducto muy largo y abundante porque, por encima de todas las demás criaturas, fue capaz de subir al trono del Altísimo y extraer de la fuente de las gracias celestiales y repartirlas abundantemente entre los hombres. Por eso, continúa San Bernardo, los hombres carecieron durante tanto tiempo de los torrentes de gracias. Es porque les faltó un acueducto capaz de comunicarse con Dios como verdadera fuente de gracias y de difundirlas sobre la tierra. Pero María fue precisamente este acueducto sin mancha por la confianza inviolada, humildísimo por la virginidad, oculto por el amor a la soledad, admirable por la humildad verdadera, difusivo por la piedad, abundante en aguas por la plenitud de gracia, defendido por la custodia de los sentidos, no de plomo, sino de oro por la nobleza real y la caridad sublime.
            Por este acueducto, dice el cardenal Ugo, se transmiten a la Iglesia las aguas de la gracia; de ahí que el demonio, enemigo de todo nuestro bien, trate de impedir el curso de estas aguas saludables haciendo la guerra a la devoción de María; del mismo modo que Holofernes, no pudiendo conquistar de otro modo la ciudad de Betulia, mandó cortar y desviar el curso del río que introducía las aguas en la ciudad.
            También la Santísima Virgen María es figurada bajo el tipo de una gran reina, diciendo el rey David en sus salmos: Adstitit regina a dextris tuis in vestitu deaurato, circumdata varietate (Sal. 44). ¿Y por qué María es reina? ¿Por qué está a la derecha de Jesús con un manto de oro, rodeada de variedad? Es reina por el gran poder que tiene en el cielo como Madre de Dios; se sienta a la derecha de Jesús para aplacar su indignación, para ayudarnos en nuestras miserias, para ser nuestra auxiliadora, nuestra abogada soberana.
            Un buen abogado debe tener diligencia, poder ante el juez, autoridad ante la corte real y conocimiento en el manejo de los casos. Y David en ese texto encierra precisamente estos cuatro dones en María en el grado más eminente. Ella está a la diestra del juez, adstitit a dextris casi para vigilar que la justicia divina no venza a la misericordia, esto es diligencia suprema. Adstitit regina, ahora todo el mundo sabe que la reina tiene sin duda un gran poder sobre el alma del juez, intercediendo antes de que se dicte la sentencia, y obteniendo el perdón si la sentencia ya se ha pronunciado. In vestitu deaurato, la túnica dorada es una imagen de la sabiduría de María, porque el oro representa la sabiduría. Circumdata varietate, rodeada de variedad, es decir, dotada de la multiplicidad de los méritos y glorias de los santos. Porque en María se encuentra el color oro de los Apóstoles, el rojo de los mártires, el azul de los confesores y el blanco de las vírgenes. Todos estos santos rodean a María y la proclaman su reina porque poseía en grado sumo las diversas virtudes que poseían estos santos en particular.
            Que si consideramos a María ya sentada en el cielo sobre un trono de gloria, la encontramos elevada a la más alta dignidad a la que puede elevarse criatura alguna. Porque no encontramos a María en la clase de las vírgenes, en el orden de los confesores, en las filas de los mártires, en el sagrado colegio de los Apóstoles, en el coro de los Patriarcas y Profetas como un simple miembro casi de ellos. Ella supera en excelencia a todas las jerarquías celestiales y se sienta en un trono de preciosísima hechura a la diestra del Rey del cielo Jesucristo su Hijo como verdadera Reina y Señora de todo el Paraíso.
            Daniel Agrícola en la obra conocida como: De corona duodecim stellarum, explicando este texto de David, dice que María está a la diestra de los cristianos para ayudarles, porque la palabra latina adstare significa estar al lado de uno para ayudarle. El mismo autor continúa desarrollando el texto y observa que la palabra latina adstare en este lugar también significa estar en defensa, y María está a nuestra derecha para defendernos de los constantes asaltos de los demonios.
            S. Jerónimo, donde la palabra varietate se encuentra en el texto latino, explica que mientras las otras princesas y reinas van vestidas con suntuosos ropajes, María va ceñida y cubierta de escudos con los que defiende a sus hijos. Este sentido parece concordar con el otro de la Escritura: Mille clypei pendent ex ea, omnis armatura fortium.
            El profeta David narrando la salida del pueblo hebreo de Egipto dice que tenían una nube que guiaba sus pasos de día, y una columna de fuego que iluminaba su camino de noche. San Bernardo aplicando las propiedades de esa nube y de esa columna a María, dice que así como las nubes nos defienden del ardor excesivo del sol, así María nos protege del fuego de la venganza celestial y de las llamas de la concupiscencia. Ahora bien, como la columna de fuego alumbraba los pasos del pueblo de Israel, así María ilumina el mundo con los rayos de su misericordia y la multiplicidad de sus gracias. ¿Qué haríamos nosotros, miserables ciegos, en las tinieblas de este siglo, si no tuviéramos esta luz bienhechora, esta columna luminosa? (D. Ber. Serm. de Nativ. B. M.).
            Pero para todas las demás miserias, ¿no nos socorre la dulcísima Reina del Cielo? El Beato Santiago de Varazze aplicándole las palabras del Eclesiástico: In Jerusalem potestas mea, dice que María nos ofrece su ayuda en la vida, en la muerte y después de la muerte. Tal es el poder de María que puede extenderlo a estos tres tiempos. Si tenemos un amigo (argumenta este escritor) que nos beneficia en vida, es ciertamente un bien para nosotros; pero si es tal que nos beneficia incluso en el momento de la muerte, es un bien mayor; si entonces su poder llega para ayudarnos, incluso después de la muerte, entonces es un bien mayor. Ahora bien, María nos concede precisamente este triple bien. En efecto, la santa Iglesia, en las alabanzas que hace cantar a los fieles en honor de María, incluye estos tres auxilios y exclama: Maria mater gratiae, dulcis parens clementiae; Tu nos ab hoste protege, et mortis hora suscipe. En primer lugar, nos ayuda en la vida; porque en esta vida unos son justos y otros pecadores; ahora bien, María ayuda a los justos porque conserva en ellos la gracia de Dios, de ahí que se la llame Mater gratiae madre de la gracia; ayuda a los pecadores porque les imparte la misericordia divina, de ahí que se la llame dulcis parens clementiae.
            En segundo lugar, nos ayuda en la muerte, porque allí nos defiende de las asechanzas del demonio; pues este enemigo es tan audaz que no sólo acude al lecho de los pecadores moribundos, sino también al de los santos, usando incluso de toda malicia para hacerlos caer. Pero cuando muere uno de sus devotos, la Santísima Virgen se apresura con solicitud maternal, lo protege y defiende, por lo que ruega a la Iglesia: Tu nos ab hoste protege, protégenos del enemigo.
            En tercer lugar, no nos abandona ni siquiera después de la muerte. A veces sucede que a la muerte de algunos santos vienen los Ángeles y conducen sus almas al cielo, pero cuando mueren los verdaderos devotos de María, ella viene en persona y recibe sus almas y las introduce en el hermoso paraíso. Luego añade Et mortis hora suscipe.
            Leemos en el Libro III de los Reyes que Betsabé, madre de Salomón, fue rogada por su hijo Adonías para que intercediera ante el rey por una gracia. Betsabé se sintió conmovida por aquella plegaria y se presentó ante el rey. En cuanto Salomón la vio aparecer, descendió del trono, fue a recibirla, e incluso la hizo subir a la silla real y sentarse a su derecha, diciéndole: Pete, mater mea, neque enim fas est ut avertam faciem tuam. Ahora bien, ¿quién se atrevería a pensar que Jesús en el trono de la gloria, ante las oraciones que María le presenta, fuera menos generoso con ella de lo que Salomón lo fue con su madre?
            En efecto, el docto Mendoza observa aquí que la gracia y la autoridad de María son tan grandes que no sólo intercede por los hermanos de Jesús, sino también por sus enemigos, y todo lo que pide lo obtiene ciertamente.
            Moisés cuenta en el libro de los Números que cuando María, su hermana, murió, las aguas escasearon. Por lo tanto, el mencionado Padre Mendoza señala que, si las aguas abundaron durante cuarenta años en el desierto, fue debido a los méritos de esa santa mujer. Aplicando esto a la Santísima Virgen María, dice que, si nunca faltan las gracias a los hombres en la Iglesia, se debe a María, quien primero en la tierra y luego en el cielo interpuso sus méritos ante el Altísimo.

(continuación)