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(continuación del artículo anterior)

Capítulo II. María mostrada como auxilio de los cristianos por el Arcángel Gabriel en el acto de proclamarla Madre de Dios.
            Las cosas hasta aquí expuestas fueron recogidas del Antiguo Testamento y aplicadas por la Iglesia a la Santísima Virgen María; pasemos ahora al sentido literal según lo que está escrito en el Santo Evangelio.
            El evangelista s. Lucas en el capítulo I de su Evangelio relata que habiendo sido enviado por Dios el Arcángel Gabriel para anunciar a María Santísima la dignidad de Madre de Jesús, le dijo: Ave, gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus. Dios te salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita eres entre todas las mujeres.
            El Arcángel Gabriel saludando a María la llama llena de gracia. Por tanto, María posee la plenitud de la misma.
            San Agustín exponiendo las palabras del Arcángel saluda así a María: Dios te salve, oh María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; Tú en el corazón, Tú en el vientre, Tú en las entrañas, Tú en el socorro. Ave María, gratia plena, Dominus tecum, tecum in corde, tecum in ventre, tecum in utero, tecum in auxilio. (August. en Serm. de nat. B. M.).
            El doctor angélico Santo Tomás dice de las palabras Gratia plena que María debió tener verdaderamente la plenitud de las gracias y razona así: Cuanto más cerca se está de Dios, más se participa de la gracia de Dios. De hecho, los ángeles del cielo que están más cerca del trono divino son más favorecidos y ricos que los demás. Ahora bien, María, la más cercana a Jesús por haberle dado la naturaleza humana, debía ser enriquecida con la gracia. (D. Tomás 3, p., qu. 27, act. 5).
            Lo dijo muy bien el ángel Gabriel, proclamando a María, llena de gracia, observa san Jerónimo, porque esa gracia, que sólo se comunica en parte a los demás santos, se prodigó en María en toda su plenitud.
Dominus tecum. El Arcángel, para confirmar esta plenitud de gracia en María, explica y amplía las primeras palabras gratia plena añadiendo Dominus tecum, el Señor está contigo. Aquí desaparece toda duda de exageración de las palabras anteriores. Ya no es sólo la gracia de Dios la que viene en toda su abundancia en María, sino que es Dios mismo quien viene a colmarla de Sí mismo y a establecer su morada en su casto seno, haciéndolo su templo, santificando así al Altísimo su tabernáculo: Sanctificavit tabernaculum suum Altissimus.
            Así también, según el sentido de la Iglesia, comentan st. Tomás de Aquino y san Lorenzo Justiniano y san Bernardo.
            Y dado que María, en su profunda humildad, se turbó y pidió explicaciones de tan extraordinaria anunciación, el Arcángel Gabriel confirmó lo que había dicho y desarrolló su significado. Ne timeas, Maria, dijo Gabriel, invenisti enim gratiam apud Deum: Ecce concipies in utero et paries filium et vocabis nomen eius Jesum. No temas, oh María, porque has hallado gracia ante Dios: He aquí que concebirás y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Y queriendo explicar cómo tendría lugar el misterio, añadió: Spiritus Sanctus superveniet in te et virtus Altissimi obumbrabit tibi, ideoque et quod nascetur ex te Sanctum vocabitur Filius Dei. El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por eso también el que nazca de ti Santo será llamado Hijo de Dios.

            Escuchemos ahora a s. Antonino Arzobispo de Florencia para explicar estas palabras del Evangelio.
            “De estas palabras (invenisti gratiam) se manifiesta la excelencia de María. El Ángel, al decir que María encontró la gracia, no quiere decir que la encontró sólo entonces, mientras que María ya tenía la gracia antes de la Anunciación del Ángel; la tenía desde su nacimiento; por tanto, nunca la perdió, sino que la encontró en favor de todo el género humano, que la había perdido con el pecado original. Adán con su pecado perdió la gracia para sí y para todos, y con la penitencia que hizo después sólo la recuperó para sí. María la encontró entonces para todos, porque por María todos tuvieron virtualmente la gracia, en cuanto que por María tuvimos a Jesús que nos trajo la gracia.” (D. Antonino parte. tit. 15, § 2).
            Por lo tanto, es incuestionable lo que enseñan los santos Padres, a saber, que María al encontrar esta gracia restituyó a la humanidad tanto bien como el mal que Eva nos había traído al perder la gracia.
            Así que el cardenal Ugone, tomando la palabra en nombre de los hombres, se presenta humildemente a María y le dice: “No debes ocultar esta gracia, que has encontrado, porque no es tuya, sino que debes ponerla en común para que los que la perdieron puedan recuperarla como es justo. Por eso, los que pecaron y perdieron la gracia, corran a la Virgen y, encontrándola con María, digan con humildad y confianza: Devuélvenos, oh Madre, nuestra propiedad, que has encontrado. Y no podrán negar haberla hallado, pues el Ángel da testimonio de ello, diciendo: Invenisti, la habéis hallado, no comprado, pues eso no sería gracia, sino recibido gratuitamente, por tanto, invenisti, la habéis hallado.”
            La misma verdad se desprende de las palabras que Santa Isabel dirigió a María. Cuando la Santísima Virgen fue a visitar a s. Isabel, ésta, apenas la vio, quedó llena del Espíritu Santo, y tan llena que comenzó a profetizar inspiradamente: Benedicta tu inter mulieres, et benedictus fructus ventris tui.
            ¿No hemos de confesar que María había recibido la misión de santificar? Y sí, fue precisamente María quien llevó a cabo esta santificación de Isabel, pues s. Lucas dice con precisión: Et factum est ut audivit salutationem Mariae Elisabeth exultavit infans in utero eius et repleta est Spiritu Sancto Elisabeth. Y sucedió que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. Precisamente cuando María entró en su casa la saludó e Isabel oyó el saludo. Orígenes dice que s. Juan no pudo sentir la influencia de la gracia antes de que ella, que llevaba la autoridad de la gracia, estuviera presente ante él. Y el cardenal Ugone, observando que Isabel se llenó del Espíritu Santo y santificó a Juan al oír el saludo de María, concluye: “Saludémosla, pues, a menudo, para que en su saludo nos encontremos también nosotros llenos de gracia, ya que de ella está escrito especialmente: La gracia se derrama en tus labios, de modo que la gracia brota de los labios de María. Repleta est Spiritu Sancto Elisabeth ad vocem salutationis Mariae: ideo salutanda est frequenter ut in eius salutatione gratia repleamur; de ipsa enim specialiter dietim est: Diffusa est gratia in labiis tuis (Ps. 14) Unde gratia ex labiis eius fluit.”
            Santa Isabel, siguiendo la inspiración del Espíritu Santo, con el que había sido colmada, correspondió al saludo de María diciéndole: Benedicta tu inter mulieres: Bendita tú entre las mujeres. Con estas palabras, el Espíritu Santo, por boca de Isabel, exaltó a María por encima de cualquier otra mujer afortunada, queriendo enseñar que María había sido bendecida y favorecida por Dios al elegirla para traer a los hombres esa bendición, que se había perdido en Eva y que se había esperado durante cuarenta siglos, esa bendición que, eliminando la maldición, debía confundir la muerte y darnos la vida eterna. A las felicitaciones de su pariente, María respondió también con inspiración divina: Magnificat anima mea Dominum, quia respexit humilitatem ancillae suae, ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes. Mi alma exalta la grandeza del Señor…. porque ha mirado la humildad de su sierva, pues he aquí que desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. (Lc. 1, v. 46 y ss.).
            ¿Por qué la llamarían bienaventurada todas las generaciones? Esta palabra abarca no sólo a todos los hombres que vivían en aquel tiempo, sino también a los que vendrán después hasta el fin del mundo. Ahora bien, para que la gloria de María se extendiera a todas las generaciones, y para que pudieran llamarla bienaventurada, era necesario que algún bien extraordinario y eterno viniera de María a todas estas generaciones; de modo que siendo perpetuo en ellas el motivo de su gratitud, fuera razonable la perpetuidad de la alabanza. Ahora bien, este beneficio continuo y admirable no puede ser otro que la ayuda que María presta a los hombres. Ayuda que debe abarcar todos los tiempos, extenderse a todos los lugares, a toda clase de personas. San Alberto Magno dice que María es llamada beata por excelencia, del mismo modo que al decir el Apóstol nos referimos a s. Pablo.
            Antonio Gistandis, escritor dominico, se pregunta cómo puede decirse que María ha sido bendecida por todas las generaciones, mientras que nunca lo fue por los judíos y los mahometanos. Y responde que esto se dijo en sentido figurado para indicar que de cada generación algunos la bendecirían. Pues, como dice Lirano, en todas las generaciones hubo conversos a la fe de Cristo que bendijeron a la Virgen; y en el mismo Alcorano, que es el libro escrito por Mahoma, encontramos muchas alabanzas a María (Ant. Gistandis Fer. 6, 4 Temp. adv.). Por esta misma razón María es proclamada bendita entre todas las generaciones: Beatam me dicent omnes generationes.
            He aquí cómo el ungido y abundantemente sentimental cardenal Ugone comenta este pasaje:
            “Me llamarán bienaventurada todas las generaciones, es decir, de los judíos, de los gentiles; o de los hombres y de las mujeres, de los ricos y de los pobres, de los ángeles y de los hombres, porque por ella todos recibieron la bendición de la salud. Los hombres fueron reconciliados y los ángeles reparados; porque Cristo, el Hijo de Dios, obró la salud en medio de la tierra, es decir, en el seno de María, que puede llamarse el centro de la tierra. Porque hacia ella vuelven sus ojos los que gozan del cielo, y los que moran en el infierno, es decir, en el limbo, y los que trabajan en el mundo. Los primeros para ser redimidos, los segundos para ser expiados, los terceros para ser reconciliados. Por eso, bendita sea María por todas las generaciones”. Y aquí exclama en el arrebato de veneración: “Oh Virgen bendita, porque a todas las generaciones diste vida, gracia y gloria: vida a los muertos, gracia a los pecadores, gloria a los desdichados.” Y aplicando a María las palabras con que fue alabada Judit, le dice: Tu gloria Ierusalem, tu laetitia Israel, tu honorificentia populi nostri quia fecisti viriliter. En primer lugar, viene a alabarla la voz de los ángeles, cuya ruina es reparada por ella; en segundo lugar, la voz de los hombres, cuya tristeza es alegrada por ella; después, la voz de las mujeres, cuya infamia es borrada por su obra; finalmente, la voz de los muertos en el limbo, que por María son redimidos de la esclavitud e introducidos gloriosamente en su patria.

(continuación)