(continuación del artículo anterior)
Capítulo XIII. Institución de la fiesta de María Auxiliadora.
El modo maravilloso en que Pío VII fue liberado de su prisión es el gran acontecimiento que dio ocasión a la institución de la fiesta de María Auxiliadora.
El emperador Napoleón I ya había oprimido de varias maneras al Sumo Pontífice, despojándole de sus bienes, dispersando a cardenales, obispos, sacerdotes y frailes, y privándoles asimismo de sus bienes. Después de esto, Napoleón exigió al Papa cosas que no podía conceder. A la negativa de Pío VII, el Emperador respondió con violencia y sacrilegio. El Papa fue arrestado en su propio palacio y, con el cardenal Pacca, su secretario, conducido a la fuerza a Savona, donde el perseguido, pero aún glorioso Pontífice, pasó más de cinco años en severa prisión. Pero como donde está el Papa está la Cabeza de la Religión y, por tanto, la concurrencia de todos los verdaderos católicos, Savona se convirtió en cierto modo en otra Roma. Tantas demostraciones de afecto movieron a envidia al Emperador, que quería que el Vicario de Jesucristo fuera humillado; y por ello ordenó que el Pontífice fuera trasladado a Fontainebleau, que es un castillo no lejos de París.
Mientras el Jefe de la Iglesia gemía como un prisionero separado de sus consejeros y amigos, a los cristianos sólo les quedaba imitar a los fieles de la Iglesia primitiva cuando San Pedro estaba en prisión, rezar. El venerable Pontífice rezó, y con él rezaron todos los católicos, implorando la ayuda de Aquella a la que se llama: Magnum in Ecclesia praesidium: Gran Guarnición en la Iglesia. Se cree comúnmente que el Pontífice prometió a la Santísima Virgen establecer una fiesta para honrar el título de agosto de María Auxiliadora, en caso de que pudiera regresar a Roma a el trono papal. Mientras tanto, todo sonreía al terrible conquistador. Después de haber hecho resonar su temido nombre por toda la tierra, caminando de victoria en victoria, había llevado sus armas a las regiones más frías de Rusia, creyendo encontrar allí nuevos triunfos; pero la divina Providencia le había preparado, en cambio, desastres y derrotas.
María, movida a piedad por los gemidos del Vicario de Jesucristo y las oraciones de sus hijos, cambió en un instante el destino de Europa y del mundo entero.
Los rigores del invierno en Rusia y la deslealtad de muchos generales franceses echaron por tierra todas las esperanzas de Napoleón. La mayor parte de aquel formidable ejército pereció congelado o sepultado por la nieve. Las pocas tropas que se salvaron de los rigores del frío abandonaron al Emperador y éste tuvo que huir, retirarse a París y entregarse en manos de los británicos, que lo llevaron prisionero a la isla de Elba. Entonces la justicia pudo seguir de nuevo su curso; el Pontífice fue rápidamente liberado; Roma le acogió con el mayor entusiasmo, y el Jefe de la Cristiandad, ahora libre e independiente, pudo reanudar la administración de la Iglesia universal. Liberado de este modo, Pío VII quiso inmediatamente dar una señal pública de gratitud a la Santísima Virgen, por cuya intercesión el mundo entero reconoció su inesperada libertad. Acompañado de algunos cardenales, se dirigió a Savona, donde coronó la prodigiosa imagen de la Misericordia que se venera en esa ciudad; y con una multitud sin precedentes, en presencia del rey Víctor Manuel I y de otros príncipes, se celebró la majestuosa función en la que el Papa colocó una corona de gemas y diamantes sobre la cabeza de la venerable efigie de María.
Volviendo entonces a Roma, quiso cumplir la segunda parte de su promesa instituyendo una fiesta especial en la Iglesia, para atestiguar a la posteridad aquel gran prodigio.
Considerando, pues, cómo en todos los tiempos la Santísima Virgen ha sido siempre proclamada auxilio de los cristianos, se apoyó en lo que San Pío V había hecho después de la victoria de la Iglesia. Pío V había hecho después de la victoria de Lepanto ordenando que se insertaran en las letanías lauretanas las palabras Auxilium Christianorum ora pro nobis; explicando y ampliando cada vez más la cuarta fiesta que el Papa Inocencio XI había decretado al instituir la fiesta del nombre de María; Pío VII, para conmemorar perpetuamente la prodigiosa liberación de sí mismo, de los Cardenales, de los Obispos y la libertad restaurada a la Iglesia, y para que hubiera un monumento perpetuo a ella en todos los pueblos cristianos, instituyó la fiesta de María Auxilium Christianorum que se celebraría todos los años el 24 de mayo. Se eligió ese día porque fue ese día del año 1814 cuando fue liberado y pudo regresar a Roma entre los aplausos más vivas de los romanos. (Quienes deseen saber más sobre lo que aquí hemos expuesto brevemente, pueden consultar Artaud: Vita di Pio VII. Moroni artículo Pío VII. P. Carini: Il sabato santificato. Carlo Ferreri: Corona di fiori etc. Discursus praedicabiles super litanias Lauretanas del P. Giuseppe Miecoviense). Mientras vivió, el glorioso Pontífice Pío VII promovió el culto a María; aprobó asociaciones y Cofradías dedicadas a Ella, y concedió muchas Indulgencias a las prácticas piadosas realizadas en Su honor. Un solo hecho basta para demostrar la gran veneración de este Pontífice hacia María Auxiliadora.
En el año 1817 se terminó un cuadro que debía colocarse en Roma, en la iglesia de S. María in Monticelli, bajo la dirección de los Sacerdotes de la doctrina cristiana. El 11 de mayo ese cuadro fue llevado al Pontífice en el Vaticano para que lo bendijera y le impusiera un título. En cuanto vio la devota imagen, sintió una emoción tan grande en su corazón, que, sin ninguna prevención, prorrumpió instantáneamente en el magnífico prefacio: Maria Auxilium Christianorum, ora pro nobis. De estas voces del Santo Padre se hicieron eco los devotos Hijos de María y en la primera develación de aquella (15 del mismo mes) hubo un verdadero transporte de gente, alegría y devoción. Las ofrendas, los votos y las fervientes oraciones han continuado hasta nuestros días. De modo que puede decirse que esa imagen está continuamente rodeada de devotos que piden y obtienen gracias por intercesión de María, Auxilio de los Cristianos.
Capítulo XIV. Hallazgo de la imagen de María Auxilium Christianorum de Espoleto.
Al relatar la historia del hallazgo de la prodigiosa imagen de María Auxilium Christianorum en las cercanías de Spoleto, transcribimos literalmente el informe hecho por Monseñor Arnaldi Arzobispo de esa ciudad.
En la parroquia de San Lucas, entre Castelrinaldi y Montefalco, archidiócesis de Spoleto, en campo abierto, lejos de la ciudad y fuera de la carretera, existía en la cima de una pequeña colina una antigua imagen de la Bienaventurada Virgen María pintada al fresco en un nicho en actitud de abrazar al Niño Jesús. Junto a ella, cuatro imágenes que representaban a San Bartolomé, San Sebastián, San Blas y San Roque parecen haber sido alteradas por el tiempo. Expuestas a la intemperie durante mucho tiempo, no sólo han perdido su viveza, sino que han desaparecido casi por completo. Sólo se ha conservado bien la venerable imagen de María y el Niño Jesús. Aún quedan restos de un muro que demuestran que allí existió una iglesia. Desde que se tiene memoria, este lugar estuvo totalmente olvidado y se redujo a una guarida de reptiles y, en particular, de serpientes.
Desde hacía ya varios meses, esta venerable imagen había excitado de algún modo su culto por medio de una voz que oía repetidamente un niño de no más de cinco años, llamado Enrique, que le llamaba por su nombre y le dirigía una mirada de un modo que no expresaba bien el propio niño. Sin embargo, no atrajo la atención del público hasta el 19 de marzo del año 1862.
Un joven campesino de los alrededores, de treinta años, agravado posteriormente por muchos males, que se habían vuelto crónicos, y abandonado por sus médicos, se sintió inspirado para ir a venerar la imagen mencionada. Declaró que, después de encomendarse a la Santísima Virgen en dicho lugar, sintió que se le restablecían las fuerzas perdidas, y en pocos días, sin utilizar ningún remedio natural, volvió a gozar de perfecta salud. Otras personas también, sin saber cómo ni por qué, sintieron un impulso natural de ir a venerar esta santa imagen, y refirieron haber recibido gracias de ella. Estos acontecimientos trajeron a la memoria y a la discusión entre la gente de Terrazzana la voz dormida del niño antes mencionado, al que naturalmente no se le había dado crédito ni importancia, como debería haber sido. Fue entonces cuando se supo cómo la madre del niño lo había perdido en las circunstancias de la supuesta aparición y no podía encontrarlo, y finalmente lo encontró cerca de una pequeña iglesia alta y en ruinas. También se sabe cómo una mujer de buena vida, aquejada por Dios de graves aflicciones, anunció a su muerte, hace un año, que la Santísima Virgen quería ser adorada y venerada allí, que se construiría un templo y que los fieles acudirían en gran número.
De hecho, es cierto que un gran número de personas, no sólo de la diócesis, sino también de las diócesis vecinas de Todi, Perugia, Fuligno, Nocera, Narni, Norcia, etc., acuden en masa al lugar, y el número crece de día en día, especialmente en los días de fiesta, hasta cinco o seis mil. Este es el mayor milagro del que se tiene noticia, ya que no se observa en otros descubrimientos prodigiosos.
La gran concurrencia de fieles que acuden de todas partes como guiados por una luz y una fuerza celestial, una concurrencia espontánea, una concurrencia inexplicable e inexpresable, es el milagro de los milagros. Los mismos enemigos de la Iglesia, incluso los cojos de fe, se ven obligados a confesar que no pueden explicar este sagrado entusiasmo del pueblo….. Son muchos los enfermos de los que se dice que han sido curados, no pocas las gracias prodigiosas y singulares concedidas, y aunque es necesario proceder con la máxima cautela para discernir rumores y hechos, parece indudablemente cierto que una mujer civilizada yacía afligida por una enfermedad mortal y fue curada invocando aquella sagrada imagen. Un joven de la Villa de Santiago, que tenía los pies aplastados por las ruedas de un carro y se veía obligado a permanecer de pie con muletas, visitó la sagrada imagen y sintió tal mejoría que se deshizo de las muletas y pudo volver a casa sin ellas, y está perfectamente libre. También se produjeron otras curaciones.
No hay que olvidar que algunos incrédulos, habiendo ido a visitar la santa imagen y burlándose de ella, acudieron al lugar y, en contra de su buen juicio, sintieron la necesidad de arrodillarse y rezar, y volvieron con sentimientos completamente distintos, hablando públicamente de las maravillas de María. El cambio producido en estas personas corruptas de mente y corazón causó una santa impresión en el pueblo. (Hasta aquí Mons. Arnaldi).
Este Arzobispo quiso ir él mismo con numerosos clérigos y su Vicario al lugar de la imagen para comprobar la verdad de los hechos, y encontró allí a miles de devotos. Ordenó la restauración de la efigie, que estaba algo fracturada en varias partes, y habiendo recaudado ya la suma de seiscientos escudos en piadosas oblaciones, encargó a hábiles artistas que diseñaran un templo, insistiendo en que los cimientos se colocaran con sumo cuidado.
Para favorecer la gloria de María y la devoción de los fieles a tan gran Madre, ordenó que se cubriera temporal pero decentemente el nicho donde se venera la imagen taumaturga, y que se erigiera allí un altar para celebrar la Santa Misa.
Estas disposiciones fueron de indecible consuelo para los fieles, y a partir de entonces el número de personas de toda condición creció diariamente.
La devota imagen no tenía título propio, y el piadoso Arzobispo juzgó que debía venerarse con el nombre de Auxilium Christianorum, como parecía más adecuado a la actitud que presentaba. También dispuso que siempre hubiera un sacerdote custodiando el Santuario o, al menos, algún laico de conocida probidad.
El informe de este prelado concluye con el relato de un nuevo rasgo de la bondad de María obrado tras la invocación a los “pies” de esta imagen.
Una joven de Acquaviva estaba en proceso de prueba en este Monasterio de Santa María de la Estrella, donde debía vestir el hábito de conversa. Una enfermedad reumática general la invadió de tal modo que, paralizados todos sus miembros, se vio obligada a regresar con su familia.
Por muchos remedios que probaran por los providentes padres, nunca pudo curarse; y hacía cuatro años que yacía en cama, víctima de una dolencia crónica. Al oír las gracias de esta efigie taumatúrgica, deseó que la llevaran allí en un carruaje, y en cuanto se encontró ante la venerable imagen, experimentó una notable mejoría. Se dice que otras gracias singulares han sido obtenidas por personas de Fuligno.
La devoción a María crece siempre de un modo muy consolador para mi corazón. Bendito sea siempre Dios, que en su misericordia se ha dignado reavivar la fe en toda Umbría con la prodigiosa manifestación de su gran Madre María. Bendita sea la Santísima Virgen que con esta manifestación se dignó señalar con preferencia la Archidiócesis de Spoleto.
Benditos sean Jesús y María, que con esta misericordiosa manifestación abren los corazones de los católicos a una esperanza más viva.
Spoleto, 17 de mayo de 1862.
† GIOVANNI BATTISTA ARNALDI.
Así, la venerable imagen de María Auxiliadora cerca de Spoleto, pintada en 1570, que permaneció casi tres siglos sin honor, se ha elevado a la más alta gloria en nuestros tiempos por las gracias que la Reina del Cielo concede a sus devotos en ese lugar: y ese humilde lugar se ha convertido en un verdadero santuario, al que acuden gentes de todo el mundo. Los devotos y benéficos hijos de María dieron muestras de gratitud con conspicuas oblaciones, gracias a las cuales pudieron ponerse los cimientos de un majestuoso templo, que pronto alcanzará su deseada culminación.