🕙: 5 min.
image_pdfimage_print

(continuación del artículo anterior)

Capítulo XVII. Continuación y terminación del edificio.

            Parece que la Santísima Virgen cumplió de hecho la oración hecha públicamente en la bendición de la piedra angular. Las obras continuaron con la mayor celeridad, y en el transcurso de 1865 el edificio fue llevado hasta el tejado, cubierto, y la bóveda completada, con excepción de la sección incluida en la periferia de la cúpula. En 1866 se completó la cúpula y se cubrió todo con cobre estañado.
            En 1867 se terminó la estatua que representa a María Madre de Misericordia bendiciendo a sus devotos. Al pie de la estatua se encuentra esta inscripción: Angela y Benedetto Chirio esposos en homenaje a María Auxiliadora FF. Estas palabras recuerdan los nombres de los beneméritos donantes de esta estatua, que es de cobre forjado. Mide unos cuatro metros de altura y está coronada por doce estrellas doradas que coronan la cabeza de la gloriosa Reina del Cielo. Cuando se colocó la estatua en su lugar, estaba simplemente bronceada, lo que revelaba muy bien la obra de arte, pero a cierta distancia se hacía apenas visible, por lo que se juzgó conveniente dorarla. Una persona piadosa, merecedora ya de muchos títulos, se encargó de ese gasto.

            Ahora brilla intensamente, y a quienes la miran desde lejos, cuando es batida por los rayos del sol, les parece que habla y quiere decir:
            Soy bella como la luna, electa como el sol: Pulcra ut luna, electa ut sol. Estoy aquí para acoger las súplicas de mis hijos, para enriquecer con gracias y bendiciones a los que me aman. Ego in altissimis habito ut ditem diligentes me, et thesauros eorum repleam.
            Una vez terminado el trabajo de decoración y ornamentación de la estatua, fue bendecida con una de las solemnidades más devotas.
            Monseñor Riccardi, nuestro veneradísimo Arzobispo, asistido por tres canónigos de la Metrópoli y muchos sacerdotes, se complació en venir él mismo a realizar esa sagrada función. Tras un breve discurso destinado a demostrar el antiguo uso de las imágenes entre el pueblo judío y en la Iglesia primitiva, se compartió la bendición con el Venerable.
            En el año 1867, las obras estaban casi terminadas. El resto del interior de la iglesia se hizo en los cinco primeros meses del año 1868.
            Hay, pues, cinco altares, todos de mármol trabajado con diferentes diseños y frisos. Por la preciosidad del mármol, destaca el de la capilla lateral de la derecha, que contiene verde antiguo, rojo español, alabastro oriental y malaquita. Las balaustradas también son de mármol; los suelos y los presbiterios son de mosaico. Los muros interiores de la iglesia se colorearon simplemente, sin pintura, por temor a que la reciente construcción de las paredes falsificara el tipo de color.
            Desde la primera base hasta la mayor altura hay 70 metros; los zócalos, los enlaces y las cornisas son de granito. En el interior de la iglesia y en la cúpula hay barandillas de hierro para asegurar a quienes tuvieran que realizar algún trabajo allí. En el exterior de la cúpula hay tres con una escalera, si no muy cómoda, ciertamente segura para quienes deseen subir al pedestal de la estatua. Hay dos campanarios coronados por dos estatuas de dos metros y medio de altura cada una. Una de estas estatuas representa al Ángel Gabriel en el acto de ofrecer una corona a la Santísima Virgen; la otra a San Miguel sosteniendo una bandera en la mano, en la que está escrito en grandes letras: Lepanto. Así se conmemora la gran victoria obtenida por los cristianos contra los turcos en Lepanto por intercesión de la Santísima Virgen María. Encima de uno de los campanarios hay un concierto de cinco campanas en mi bemol, que algunos dignos devotos han promovido con sus ofrendas. Sobre las campanas hay grabadas varias imágenes con inscripciones similares. Una de estas campanas está dedicada al Supremo Pastor de la Iglesia Pío IX, otra a nuestro Arzobispo Riccardi.


Capítulo XVIII. Ancona Mayor. Pintura de San José – Púlpito.

            En el izquierdo izquierdo se encuentra el altar dedicado a San José. La pintura del santo es obra del artista Tomaso Lorenzone. La composición es simbólica. El Salvador es presentado como un niño en el acto de entregar un cesto de flores a la Santísima Virgen como diciendo: flores mei, flores honoris et honestatis. Su Augusta Madre dice que se lo ofrezca a San José, su esposo, para que de su mano se las entregue a los fieles que las esperan con las manos levantadas. Las flores representan las gracias que Jesús ofrece a María, mientras que ella constituye a San José su dispensador absoluto, como le saluda la Santa Iglesia: constituit eum dominum domus suae.
            La altura del cuadro es de 4 metros por 2 metros de ancho.
            El púlpito es muy majestuoso; el diseño es también del cav. Antonio Spezia; la escultura y todas las demás obras son obra de los jóvenes del Oratorio de San Francisco de Sales. El material es nogal tallado y las tablas están bien unidas. Su posición es tal que el predicador puede verse desde cualquier rincón de la iglesia.

            Pero el monumento más glorioso de esta iglesia es el retablo, la gran pintura situada sobre el altar mayor, en el coro. También es obra de Lorenzone. Mide más de siete metros por cuatro. Se presenta a la vista como una aparición de María Auxiliadora de la siguiente manera:
            La Virgen está de pie en un mar de luz y majestad, sentada en un trono de nubes. Está cubierta por un manto sostenido por una hueste de ángeles que, formando una corona, le rinden homenaje como a su Reina. Con la mano derecha sostiene el cetro, símbolo de su poder, casi aludiendo a las palabras que pronunció en el santo Evangelio: Fecit mihi magna qui potens est. Él, Dios, que es poderoso, me hizo grandes cosas. Con la mano izquierda sostiene al Niño que tiene los brazos abiertos, ofreciendo así sus gracias y su misericordia a los que recurren a su Augusta Madre. En la cabeza lleva la diadema o corona con la que es proclamada Reina del cielo y de la tierra. De lo alto desciende un rayo de luz celestial, que desde el ojo de Dios viene a posarse sobre la cabeza de María. En él están escritas las palabras: virtus altissimi obumbrabit tibi: la virtud del Dios Altísimo te cubrirá con su sombra, es decir, te cubrirá y te fortalecerá.
            Del lado opuesto descienden otros rayos de la paloma, Espíritu Santo, que también vienen a posarse sobre la cabeza de María con las palabras en el centro: Ave, gratia plena: Dios te salve, oh María, tú estás llena de gracia. Éste fue el saludo que el Arcángel Gabriel dirigió a María cuando le anunció, en nombre de Dios, que iba a convertirse en la Madre del Salvador.
            Más abajo están los Santos Apóstoles y Evangelistas s. Lucas y s. Marcos en figuras algo más grandes que el natural. Transportados por un dulce éxtasis casi exclaman Regina Apostolorum, ora pro nobis, contemplan atónitos a la Santísima Virgen que se les aparece majestuosamente por encima de las nubes. Por último, en la parte inferior del cuadro aparece la ciudad de Turín con otros devotos que agradecen a la Santísima Virgen los favores recibidos y le suplican que siga mostrándose madre de misericordia en los graves peligros de la vida presente.
            En general, la obra está bien expresada, bien proporcionada, natural; pero el valor que nunca se perderá es la idea religiosa que genera una impresión devota en el corazón de cualquiera que la admire.

(continuación)