La Patagonia, región meridional de Sudamérica, dividida entre Argentina y Chile, es un territorio presente en los primeros sueños misioneros de Don Bosco. Este “sueño” también se ha realizado en una misión que da sus frutos aún hoy.
El nombre proviene de los nativos de aquellas tierras, patagones, término utilizado por Fernando de Magallanes, nativos que hoy se identifican como las tribus Tehuelche y aonikenk. Estos nativos fueron soñados por Don Bosco en 1872, como cuenta Don Lemoyne en sus Memorias Biográficas (MB X,54-55).
“Me parecía encontrarme en una región salvaje y totalmente desconocida. Era una llanura inmensa, toda sin cultivar, en la que no se veían ni colinas ni montañas. En sus extremos, sin embargo, se alzaban ásperas montañas. Vi multitudes de hombres caminando por ella. Estaban casi desnudos, eran de una altura y estatura extraordinarias, de aspecto feroz, con el pelo desgreñado y largo, de color bronceado y negruzco, y sólo vestían con amplias capas de pieles de animales, que les llegaban hasta los hombros. Tenían por armas una especie de lanza larga y la honda (el lazo).
Estas muchedumbres de hombres, dispersas aquí y allá, ofrecían al espectador diferentes escenas: unos corrían de un lado a otro cazando bestias; aquellos iban de un lado a otro, llevando trozos de carne ensangrentada clavados en las puntas de sus lanzas. Por un lado, unos luchaban entre sí; otros se enzarzaban a golpes con soldados vestidos a la europea, y el suelo estaba sembrado de cadáveres. Yo temblaba ante aquel espectáculo, y al fondo de la llanura aparecieron muchas figuras que, por su vestimenta y maneras, supe que eran misioneros de diversas órdenes. Se acercaban a predicar la religión de Jesucristo a aquellos bárbaros. Yo los miraba bien, pero no conocía a ninguno de ellos. Se metieron en medio de aquellos salvajes; pero los bárbaros, en cuanto los vieron, con una furia diabólica, con una alegría infernal, se les echaron encima, y todos ellos los mataron, con feroz tormento los descuartizaron, los despedazaron y clavaron los pedazos de aquella carne en la punta de sus largas picas. Luego repetían de vez en cuando las escenas de anteriores escaramuzas entre ellos y con los pueblos vecinos.
Después de haber estado observando a aquellas horribles gentes en el matadero, me dije: – ¿Cómo podremos convertir a gente tan brutal? – Mientras tanto, vi a lo lejos un grupo de otros misioneros que se acercaban a los salvajes con caras alegres, precedidos por una hueste de jóvenes.
Temblé, pensando: – Vienen para matarlos. – Y me acerqué a ellos: eran clérigos y sacerdotes. Los miré atentamente y los reconocí como nuestros salesianos. Conocía a los primeros, y aunque no pude conocer personalmente a muchos otros que siguieron a los primeros, me di cuenta de que también ellos eran misioneros salesianos, de los nuestros.
– ¿Cómo es esto? – exclamaba. No quería dejarles continuar y estaba allí para impedírselo. Esperaba que en cualquier momento corrieran la misma suerte que los antiguos Misioneros. Quería hacerles retroceder, cuando vi que su aparición hizo regocijarse a todas aquellas turbas bárbaras, que bajaron sus armas, depusieron su ferocidad y acogieron a nuestros Misioneros con todas las muestras de cortesía. Asombrado por ello, me dije: ‘¡Veamos cómo acaba esto! – Y vi que nuestros Misioneros avanzaban hacia aquellas hordas de salvajes; los instruían y ellos escuchaban de buen grado su voz; enseñaban y ellos aprendían con esmero; amonestaban, y ellos aceptaban y ponían en práctica sus amonestaciones.
Me quedé observando, y noté que los Misioneros rezaban el santo Rosario, mientras los salvajes, corriendo de todas partes, hacían ala a su paso, y con buen acuerdo respondían a aquella oración.
Al cabo de un rato, los Salesianos fueron a colocarse en el centro de aquella muchedumbre que los rodeaba, y se arrodillaron. Los salvajes, habiendo puesto sus armas en el suelo a los pies de los Misioneros, doblaron también las rodillas.
Y he aquí que uno de los Salesianos entonó: Alabad a María, oh lenguas fieles, y aquella multitud, toda a una voz, continuó el canto de dicha alabanza, tan al unísono y con tal fuerza de voz, que yo, casi asustado, me desperté.
Tuve este sueño hace cuatro o cinco años y causó una gran impresión en mi alma, creyendo que era una advertencia celestial. Sin embargo, no comprendí realmente su significado particular. Comprendí, sin embargo, que se refería a las misiones extranjeras, que antes habían sido mi más ferviente deseo”.
El sueño, pues, ocurrió hacia 1872. Al principio Don Bosco pensó que eran los pueblos de Etiopía, luego pensó en los alrededores de Hong Kong, después en los pueblos de Australia y de las Indias; y sólo en 1874, cuando recibió, como veremos, las invitaciones más apremiantes para enviar a los Salesianos a Argentina, supo claramente que los salvajes que había visto en su sueño eran los nativos de esa inmensa región, entonces casi desconocida, que era la Patagonia.
La misión, que comenzó hace casi 150 años, continúa hoy.
Un salesiano, el padre Ding, sintió la llamada misionera al cumplir 50 años. Es una llamada dentro de otra llamada: dentro de la vocación de seguir a Dios como consagrado en la Congregación Salesiana, alguien siente la llamada a dar un paso más, a dejarlo todo y partir para llevar el Evangelio a nuevos lugares, la “missio ad gentes” para toda la vida. Tras finalizar su encargo como delegado inspectorial de Misiones en sus últimos años en Filipinas, se puso a disposición para formar parte de la 152ª expedición misionera, y en 2021, fue destinado a la Patagonia, en la Inspectoría Argentina-Sur (ARS).
Tras un curso para nuevos misioneros salesianos, que se acortó debido al COVID, y la entrega de la cruz misionera el 21 de noviembre de 2021, el primer compromiso fue estudiar español, junto a su compañero el padre Barnabé, de Benín, en Salamanca, España. Pero una vez que llegaron a Argentina, el padre Ding se dio cuenta de que no entendía tanto por la velocidad del habla y las diferencias de acento. Siguió inculturándose en Buenos Aires, tras lo cual llegó a su destino, la Patagonia, tierra de los primeros misioneros salesianos. La acogida y la amabilidad de la gente de Buenos Aires le hicieron sentirse como en casa y le ayudaron a superar los “choques” culturales.
Nos cuenta:
¿Cómo llegas a confirmarte en tu vocación misionera? En la vida cotidiana, a través de las actividades diarias en la escuela, en la parroquia y en el oratorio. El espíritu de Don Bosco está vivo en el país que acogió a los primeros misioneros salesianos, precisamente en La Boca, donde comenzó la primera obra parroquial salesiana. Uno de los secretos que permite que esta vitalidad continúe hoy es el compromiso de los laicos corresponsables, que se ponen a disposición con fidelidad y creatividad, trabajando codo a codo con los salesianos. Un verdadero ejemplo de espíritu de familia y de entrega a la misión, que realiza prácticamente las reflexiones del Capítulo General 24 sobre la colaboración entre salesianos y laicos.
Otro aspecto que llama la atención es el incansable trabajo en favor de los pobres y marginados. En La Boca se prepara un almuerzo dominical para los pobres de la ciudad, y se puede ver al personal de la escuela, a los feligreses y a los miembros de la Familia Salesiana cocinando y ayudando a los necesitados, todos juntos, empezando por el director de la comunidad y el director de la escuela. El oratorio es muy activo, con animadores fervorosos y el grupo de “exploradores”, similares a los scouts que siguen los valores del Evangelio y de Don Bosco.
A pesar del reto de la barrera lingüística, el padre Ding nos dice: Lo que he aprendido aquí es que se comprende a todos y a todo, sólo si te entregas de todo corazón a la misión que se te ha confiado, a las personas con las que y para las que vives.
En los próximos meses, Villa Regina (Río Negro) será su nuevo hogar, en la Patagonia. Le deseamos una santa misión.
Marco Fulgaro