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La historia de un joven que agradece la labor de la única comunidad salesiana de Azerbaiyán, punto de referencia para muchos jóvenes de la capital.


Azerbaiyán (oficialmente República de Azerbaiyán), es un país situado en la región transcaucásica, que limita al este con el mar Caspio, al norte con Rusia, al oeste con Georgia y Armenia y al sur con Irán. Tiene una población de unos 10 millones de habitantes, que hablan la lengua azerbaiyana, perteneciente a la familia de las lenguas túrquicas. Las principales riquezas del país son el petróleo y el gas. Se independizó en 1918 y fue el primer Estado democrático laico de mayoría musulmana. Sin embargo, su independencia sólo duró dos años, ya que en 1920 se incorporó a la recién creada Unión Soviética. Con la caída del Imperio Soviético, recuperó la independencia en 1991. Durante este periodo, la región de Nagorno Karabaj, habitada principalmente por armenios, declaró su independencia con el nombre de República de Artsaj, acontecimiento que dio lugar a varias guerras. Reapareció en la actualidad internacional tras el reciente ataque de Azerbaiyán el 19 de septiembre de 2023, que provocó la supresión de la citada república y el éxodo de casi todos los habitantes armenios de esta región a Armenia.

La presencia de cristianos en esta región se menciona ya en los primeros siglos después de Cristo. En el siglo IV, el rey caucásico Urnayr declaró oficialmente el cristianismo religión del Estado y así permaneció hasta el siglo VIII, cuando, tras una guerra, se impuso el Islam. En la actualidad, la religión mayoritaria es el Islam, de predominio chiíta, y los cristianos de todas las confesiones representan el 2,6% de la población.
La presencia de católicos en el país se remonta a 1882, cuando se fundó una parroquia; en 1915, se construyó una iglesia en la capital, Bakú, demolida por los comunistas soviéticos en 1931, disolviendo la comunidad y arrestando al párroco, que murió un año después en un campo de trabajos forzados.

Tras la caída del comunismo, la comunidad católica de Bakú se reconstituyó en 1997, y después de una visita a Azerbaiyán del Papa San Juan Pablo II en 2002, se obtuvieron terrenos para la construcción de una nueva iglesia, consagrada a la Inmaculada Concepción e inaugurada el 29 de abril de 2007.

La presencia salesiana en Azerbaiyán se abrió en el año jubilar 2000, en la capital Bakú, la ciudad más grande del país, con una población de más de 2 millones de habitantes.

El director de la casa salesiana de Bakú, el padre Martin Bonkálo, nos cuenta que la misión salesiana se encarna en contextos diferentes y siempre nuevos, como respuesta a los retos y necesidades de los jóvenes. Los ecos de Don Bosco se oyen también en Azerbaiyán, en Asia Central, un país de mayoría musulmana, que vivió el régimen soviético en el siglo pasado.
En esta casa viven y trabajan siete salesianos, entre ellos cinco sacerdotes y dos coadjutores, pertenecientes a la Inspectoría de Eslovaquia (SLK), que se ocupan de la parroquia de Santa María y del Centro Educativo “Maryam”. Se trata de una obra para el desarrollo integral de los jóvenes: evangelización, catequesis, educación y ayuda social.
En todo el país, los católicos son un pequeño rebaño que profesa su fe con valentía y esperanza. La obra de los Salesianos se basa, por tanto, en testimoniar el amor de Dios de diversas formas. Las relaciones con la gente son abiertas, claras y amistosas: esto favorece el florecimiento de la acción educativa.

Los jóvenes son como cualquier otro joven del mundo, con sus miedos y sus talentos. Su mayor reto es recibir una buena educación para ganarse la vida. Los jóvenes buscan un ambiente educativo y personas capaces a nivel profesional y humano, que sepan comunicar el camino a seguir para buscar el sentido de la vida.
Los Salesianos se comprometen a mirar hacia el futuro, a enriquecer su presencia en el país, a hacerla más internacional, y a permanecer fieles al carisma transmitido por Don Bosco, con alegría y entusiasmo.

Shamil, antiguo alumno del centro salesiano de Bakú, cuenta: “Entré en contacto con el centro Maryam en 2012 y ese encuentro resultó fundamental para el resto de mi vida. En aquel momento, había hecho el servicio militar y estaba terminando mis estudios en una escuela de informática. Necesitaba crecer profesionalmente, ¡pero al mismo tiempo necesitaba urgentemente amigos en el mundo real! Llegué a Bakú procedente de la provincia y me encontré por la calle con un amigo que me habló del Centro Maryam. Así que fuimos juntas a visitarlo y a partir de ahí empezó un hermoso capítulo de mi vida. Desde el primer día, me encontré en un mundo diferente, no es fácil de explicar, digo en mi corazón que es una isla. Se convirtió para mí en una isla de humanidad, en el mundo moderno a menudo interesado en utilizar a las personas y no preocuparse realmente por ellas.

Sin darme cuenta, el programa del centro juvenil había empezado y yo formaba parte de un equipo. Alguien jugaba al voleibol, otro al ping-pong, un grupo de chicos tocaba la guitarra…. Más tarde, nos sentamos en el refectorio y cada uno tuvo la oportunidad de compartir unas palabras para expresar su opinión sobre el día transcurrido, sus impresiones o sus nuevas ideas. Yo era un tipo más bien tímido, pero me puse alegremente a hablar de los acontecimientos del día y de temas generales sin ninguna dificultad ni freno. Entre los muchos cursos del centro, decidí empezar por el de gráficos en Photoshop y el de lengua inglesa. Cuando tuve que dejar mi trabajo por motivos de salud, también me quedé sin techo. La solución fue trabajar en el centro como vigilante, con ciertas obligaciones y responsabilidades. Estuve un mes a prueba y me alegro de no haber defraudado a nadie y de haber encontrado un nuevo hogar. Cuando el padre Stefan empezó a desarrollar el proyecto de red informática de la Academia Cisco en el centro, en 2014, comenzó mi trayectoria profesional como ingeniero de redes. Durante el mismo periodo, pude aprender tres oficios domésticos: soldadura, electricidad y fontanería. En 2016, me convertí en instructor oficial de Cisco y ya llevo seis años trabajando como ingeniero de redes. Este trabajo nos ha permitido a mí y a mi familia recuperarnos tras años de vida muy precaria. Además de mi trabajo, doy cursos sobre redes informáticas, me hice animador y ayudo a organizar campamentos de verano para niños. Sólo puedo estar agradecido a Don Bosco por todo lo que me ha dado en la vida”.

Hay muchas historias de jóvenes como Shamil, que han conseguido dar un giro a sus vidas gracias a la labor de los Salesianos en Bakú, y esperamos que esta labor prospere y siga siendo fructífera.


Marco Fulgaro