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            En septiembre de 1594, Francisco de Sales, sacerdote de la catedral, llegó, acompañado de su primo, a Thonon, en Chiablese, provincia situada al sur del lago Leman y cerca de Ginebra, para explorar el territorio con el fin de reconquistar posiblemente al catolicismo aquella provincia, convertida en protestante desde hacía sesenta años. Comenzó así una aguda fase de enfrentamiento con los hijos rebeldes de la santa Iglesia, que marcaría toda su vida como hombre de Iglesia. Hasta su muerte en 1622, emplearía todos los recursos de un arte también característico del educador frente a los “hijos rebeldes”.

Reconquistar almas
            En la época de Francisco de Sales, los partidarios de una “reducción” de los herejes por la fuerza eran numerosos. Su padre, el señor de Boisy, opinaba que era necesario hablarles “a boca de cañón”. Aunque la fuerza política y militar de que disponía el duque de Saboya en Chiablese le había permitido conquistar “el cuerpo” de los habitantes, lo que era más importante para Francisco de Sales, y constituía su principal objetivo, era conquistar las almas. En otras palabras, dijo a Filotea que “quien conquista el corazón del hombre, conquista al hombre entero”.
            Lo primero que había que hacer era saber exactamente cuál era la posición de los adversarios. ¿Cómo discutir con los protestantes si no se ha leído la Institución de la Religión Cristiana de Calvino? El joven sacerdote escribió ya en 1595 a su antiguo director espiritual, el padre Possevino:

Ya no me atrevo en modo alguno a atacar a Calvino o a Beza, […] sin que todos quieran saber exactamente a qué atenerme. Por esto, ya he sufrido dos afrentas, que no me habrían tocado, si no hubiera confiado en las citas de libros que me engañaron. […] En una palabra, en estas comarcas, todo el mundo tiene siempre a mano las “Instituciones”; me encuentro en un país donde todo el mundo conoce de memoria sus “Instituciones”.

            Poseemos una lista que contiene más de sesenta libros prohibidos, cuyo uso fue permitido a Francisco de Sales por la Congregación de la Inquisición. No sólo contiene obras de Calvino, Beza y diversos autores protestantes, sino también traducciones de la Biblia al francés, catecismos protestantes, libros sobre controversias calvinistas, tratados sobre teología protestante y vida evangélica, panfletos contra el Papa o simplemente libros de católicos que fueron incluidos en el índice.
            Después de la ciencia, la misión exigía cualidades morales y espirituales especiales, empezando por el desinterés total. Su amigo y discípulo, el obispo Jean-Pierre Camus, subrayó esta actitud de desprendimiento que iba a caracterizar toda la vida de Francisco de Sales: “Aunque los de Ginebra le retenían todos los ingresos de la mesa episcopal y el producto de su capítulo, nunca le oí quejarse de tales retenciones”. Por otra parte, según Francisco de Sales, no había que preocuparse demasiado por los bienes eclesiásticos, porque, decía, “el destino de los bienes de la Iglesia es como el de la barba: cuanto más se la afeita, más robusta y espesa crece”.
            Su objetivo era puramente pastoral: “No suspiraba por otra cosa que por convertir a las almas rebeldes a la luz de la verdad, que sólo brilla en la verdadera Iglesia”. Cuando hablaba de Ginebra, “a la que llamaba su pobre o amada (términos de compasión y amor), a pesar de su rebeldía”, suspiraba a veces: “Da mihi animas, caetera tolle tibi”. Entendida en su sentido literal, que es el del libro del Génesis (cf. Gn 14,21), tal petición hecha a Abraham por el rey de Sodoma tras la victoria que le había permitido recuperar a los prisioneros de guerra y los bienes arrebatados al enemigo, significaba simplemente: “Dame las personas y quédate con todo lo demás”, es decir, con el botín. Pero en labios de Francisco de Sales, estas palabras se convirtieron en la oración que el misionero dirigía a Dios para pedirle “almas”, renunciando por completo a las recompensas materiales y a los intereses personales.
            Él mismo, falto de recursos (su padre le había cortado los vivires durante la misión en Chiablese para convencerle de que renunciara), quería ganarse la vida con su trabajo. Dijo

Cuando predicaba la fe en Chiablese, a menudo deseaba ardientemente saber hacer algo, para imitar a San Pablo, que se alimentaba con el trabajo de [sus] manos; pero no sirvo para nada, salvo para remendar mi ropa de alguna manera; sin embargo, es cierto que Dios me ha concedido la gracia de no ser una carga para nadie en Chiablese; cuando no tenía con qué alimentarme, mi buena madre me enviaba a escondidas ropa blanca y dinero de Sales.

            La rebelión de los protestantes había sido causada en gran parte por los pecados del clero, por lo que su conversión exigía sobre todo tres cosas de los misioneros: oración, caridad y espíritu de sacrificio. Escribió a su amigo Antoine Favre en noviembre de 1594: “La oración, la limosna y el ayuno son las tres partes que componen la cuerda que el enemigo rompe con dificultad; con la gracia divina, intentaremos atar con ella a este adversario”.


El método salesiano
            Lo primero que había que hacer era ponerse en el mismo terreno intelectual que los adversarios. Lo menos que podía decirse de ellos a este respecto era que eran absolutamente refractarios a los argumentos filosóficos y teológicos heredados de la escolástica medieval. Un punto importante, éste, que fue señalado por Pierre Magnin:

Evitó con todas sus fuerzas lanzarse a las disputas y querellas de la escolástica, ya que esto se hacía en vano y, para la gente, el que da la voz más alta siempre aparece como si tuviera más razón. En lugar de ello, se dedicó principalmente a proponer con claridad y articulación los misterios de nuestra santa fe y a defender a la Iglesia católica contra las vanas creencias de sus enemigos. Para ello, no se cargó con muchos libros, pues durante unos diez años sólo utilizó la Biblia, la “Suma” de Santo Tomás y las “Controversias” del cardenal Belarmino.


            En efecto, si Santo Tomás le proporcionaba el punto de referencia católico y “el eminente teólogo” Belarmino el arsenal de pruebas contra los protestantes, la única base de discusión posible era la Biblia. Y en esto estaba de acuerdo con los herejes:

La fe cristiana se funda en la palabra de Dios; es ella la que la coloca en el grado supremo de seguridad, porque tiene como garante una verdad tan eterna e infalible. La fe que se apoya en otra cosa no es cristiana. Por tanto, la palabra de Dios es la verdadera regla de la buena fe, ya que ser fundamento y regla en este campo es lo mismo.

            Francisco de Sales fue muy severo con los autores y difusores de errores, especialmente con los “heresiarcas” Calvino y los ministros protestantes, hacia quienes, para él, no era concebible tolerancia alguna. Su paciencia, por el contrario, era ilimitada hacia todos aquellos que consideraba víctimas de sus teorías. También Pierre Magnin asegura que Francisco escuchaba pacientemente sus dificultades sin montar nunca en cólera y sin proferir palabras insultantes contra ellos, a pesar de que estos herejes eran acalorados en sus disputas y solían valerse de insultos, burlas o calumnias; en cambio, les mostraba un amor muy cordial, para convencerles de que no le animaba otro interés que la gloria de Dios y la salvación de las almas.

            En un apartado de su libro titulado De la Acogida, J.-P. Camus señaló una serie de rasgos del modelo salesiano, que lo diferenciaban de otros misioneros de Chiablese (probablemente capuchinos) de largas túnicas y aspecto austero y rudo, que apostrofaban a la gente con las expresiones: “corazones incircuncisos, rebeldes a la luz, obstinados, raza de víboras, miembros corrompidos, chispas del infierno, hijos del diablo y de las tinieblas”. Para no atemorizar a la población, Francisco y sus colaboradores habían decidido “partir vestidos con capas y botas cortas, convencidos de que así accederían más fácilmente a las casas de la gente y no molestarían a las empresas llevando túnicas largas que eran nuevas para ellos”.

            Siempre según Camus, fue denunciado ante el obispo porque llamaba “hermanos” a los herejes, aunque siempre se trataba de hermanos “errantes”, a los que invitaba a la reconciliación y a la reunificación. A los ojos de Francisco, la fraternidad con los protestantes se justificaba por tres motivos:

Ellos, de hecho, son nuestros hermanos en virtud del bautismo, que es válido en su Iglesia; lo son, además, en cuanto a sangre y carne, porque nosotros y ellos somos descendientes de Adán. Además, somos conciudadanos y, por tanto, súbditos del mismo príncipe; ¿no es esto capaz de constituir cierta fraternidad? Además, los consideraba como hijos de la Iglesia en cuanto a su disposición, porque se dejan instruir, y como mis hermanos en cuanto a la esperanza de la misma llamada a la salvación; y es precisamente [con el nombre de hermanos] como se llamaba antiguamente a los catecúmenos antes de bautizarlos.

            Hermanos perdidos, hermanos rebeldes, pero hermanos, al fin y al cabo. Los misioneros “de choque” le criticaron, entonces, porque “lo echaba todo a perder pensando que hacía el bien, porque complacía al orgullo tan natural de la herejía, porque dormía a esa gente en su error, acomodando la almohada bajo el codo; cuando en cambio era mejor corregirles usando la misericordia y la justicia, sin ungirles la cabeza con el aceite de la adulación”. Por su parte, Francisco trataba a la gente con respeto, incluso con compasión, y “si otros pretendían hacerse temer, él deseaba hacerse amar y entrar en los espíritus por la puerta de la complacencia”.
            Aunque Camus parece forzar las características oponiendo los dos métodos, es cierto que el método salesiano tenía sus propias características. La táctica que empleó con un calvinista como Jean-Gaspard Deprez lo demuestra claramente: con ocasión de su primer encuentro -cuenta-, “se acercó a mí y me preguntó cómo iba el pequeño mundo, es decir, el corazón, y si creía que podía salvarme en mi religión y cómo servía a Dios en ella”. Durante las conversaciones secretas que mantuvo en Ginebra con Teodoro de Beza, sucesor de Calvino, utilizó el mismo método basado en el respeto al interlocutor y el diálogo cortés. El único que se enfadó fue Beza, que pronunció “palabras indignas de un filósofo”.
            Según Georges Rolland, que vio a menudo trabajar a Francisco con los protestantes, “nunca les presionó […] hasta el punto de hacerles indignarse y sentirse cubiertos de vergüenza y confusión”, sino que “con su dulzura ordinaria les respondió juiciosamente, despacio, sin acritud ni desprecio, y por este medio se ganó sus corazones y su buena voluntad”. También añade que “a menudo era criticado por los católicos que le seguían a estas conferencias, porque trataba a sus oponentes con demasiada delicadeza. Le decían que debía hacer que se avergonzaran de sus respuestas impertinentes; a lo que él respondía que emplear palabras insultantes y despectivas no haría más que desanimar y entorpecer a esos pobres descarriados, mientras que era necesario intentar salvarlos y no confundirlos. Y en la cátedra, hablando de ellos, decía: “Nuestros señores adversarios”, y evitaba en lo posible el nombre de herejes o hugonotes.
            A la larga, este método resultó eficaz. La hostilidad inicial de los habitantes de Chiablese, familiarizados con los términos insultantes de “papista”, “mago”, “hechicero”, “idólatra” y “tuerto”, fue dando paso al respeto, la admiración y la amistad. Comparando este método con el de otros misioneros, Camus escribió que Francisco “cazaba más moscas con una cucharada de miel tan familiar para él, que todos ellos con sus barriles de vinagre”. Según Claude Marin, los primeros que se atrevían a acercarse a él eran los niños; “les daba una caricia acompañada de una palabra dulce”. Un recién convertido tentado de volverse atrás le decía: “Has recuperado mi alma”.

En busca de una nueva forma de comunicación
            Al principio de su misión en Chiablese, Francisco de Sales se topó pronto con un muro. Los dirigentes del partido protestante habían decidido prohibir a sus correligionarios asistir a los sermones del sacerdote papista. ¿Qué hacer en tales condiciones? Puesto que los habitantes de Thonon no querían acudir a él, él acudiría a ellos. ¿Cómo? La nueva forma de comunicación consistiría en redactar y distribuir periódicamente folletos, fáciles de leer a voluntad en sus casas.

            La empresa comenzó en enero de 1595. Redactó los primeros artículos, copiados a mano mientras esperaba los servicios de una imprenta, y los distribuyó poco a poco. Cada semana enviaba a imprimir a Chambéry un nuevo folleto, que luego hacía distribuir en las casas de Thonon y en el campo. Dirigiéndose a los “señores de Thonon”, Francisco de Sales les explicó los porqués y el cómo de esta iniciativa:

Habiendo dedicado un poco de tiempo a predicar la palabra de Dios en vuestra ciudad, sin haber sido oído por vosotros más que raramente, poco a poco y en secreto, para no dejar piedra sobre piedra por mi parte, empecé a poner por escrito algunas razones principales, que elegía sobre todo en mis sermones y trataba previamente de viva voz en defensa de la fe de la Iglesia.

            Distribuidos periódicamente en los hogares, los folletos aparecían como una especie de revista semanal. ¿Qué ventajas pensabas obtener de esta nueva forma de comunicación? Al dirigirse a los “señores de Thonon”, Francisco de Sales destacó las cuatro “conveniencias” de la comunicación escrita:

            l. Lleva la información a casa. 2. Facilita la confrontación pública y el debate de opiniones con el adversario. 3. Es cierto que “las palabras pronunciadas con la boca están vivas, mientras que escritas en papel están muertas”; sin embargo, la escritura “se puede manejar, ofrece más tiempo para la reflexión que la voz y permite reflexionar más profundamente”. 4. La comunicación escrita es un medio eficaz para combatir la desinformación, porque da a conocer con precisión el pensamiento del autor y permite verificar si el pensamiento de un personaje corresponde o no a la doctrina que dice defender. Esto le hizo decir: “No digo nada a Thonon, salvo lo que quiero que se sepa en Annecy y en Roma, en caso de necesidad”.

            De hecho, consideraba que su primer deber era luchar contra las deformaciones de la doctrina de la Iglesia por parte de los autores protestantes. J.-P. Camus lo explica con precisión:

Uno de sus mayores males reside en el hecho de que sus ministros falsifican nuestras creencias, de modo que su presentación resulta ser algo muy distinto de lo que es en realidad: por ejemplo, que no damos ninguna importancia a la Sagrada Escritura; que adoramos al Papa; que consideramos a los santos como dioses; que damos más importancia a la Santísima Virgen que a Jesucristo; que adoramos a las imágenes con una adoración latréutica y les atribuimos un aura divina; que las almas del purgatorio están en el mismo estado y en la misma desesperación que las del infierno; que adoramos el pan de la Eucaristía; que privamos a las personas de participar de la sangre de Jesucristo; que no nos importan los méritos de Jesucristo, atribuyendo la salvación únicamente a los méritos de nuestras buenas acciones; que la confesión auricular es un tormento del espíritu; e invectivas similares, que hacen que nuestra religión sea odiosa y esté desacreditada entre estas personas, que están así desinformadas y engañadas.

            Dos actitudes caracterizan el proceder personal de Francisco de Sales como “periodista”: por una parte, el deber de informar con precisión a sus lectores, explicándoles las razones de la posición católica, en definitiva, de serles útil; por otra, un gran deseo de mostrarles su afecto. Dirigiéndose a sus lectores, declaró inmediatamente: “Nunca leeréis un escrito dirigido a vosotros de un hombre tan aficionado a vuestro bien espiritual como yo”.
            Junto a la comunicación escrita, utilizó incidentalmente otras formas de comunicación, en particular el teatro. Con ocasión del gran acontecimiento católico de Annemasse, en septiembre de 1597, al que asistió una multitud de varios miles de personas, se representó un drama bíblico titulado El sacrificio de Abraham, en el que el sacerdote se hacía pasar por Dios Padre. El texto, compuesto en verso, no era obra suya; sin embargo, fue él quien sugirió el tema a su primo, el canónigo de Sales, y a su hermano Luis, a quien se consideraba “sumamente versado en letras humanas”.

Verdad y caridad
            El autor del libro El Espíritu del Beato Francisco de Sales captó bien el corazón del mensaje salesiano en su forma definitiva, al parecer, cuando tituló el comienzo de su obra: De la verdadera caridad, citando esta “frase preciosa y notable” de su héroe: “La verdad que no es caritativa brota de la caridad que no es verdadera”.

            Para Francisco de Sales, explica Camus, toda corrección debe tener por objeto el bien del que debe ser corregido (lo que puede causar un sufrimiento momentáneo) y debe hacerse con dulzura y paciencia. Es más, quien corrige debe estar dispuesto a sufrir la injusticia y la ingratitud de quien recibe la corrección.

            De la experiencia de Francisco de Sales en Chiablese se recordará que la indispensable alianza de la verdad con la caridad no siempre es fácil de poner en práctica, que hay muchas maneras de ponerla en práctica, pero que es indispensable para quienes están animados por una auténtica preocupación por la corrección y la educación de los “hijos rebeldes”.

P. Wirth MORAND
Salesiano de Don Bosco, profesor universitario, biblista e historiador salesiano, miembro emérito del Centro de Estudios Don Bosco, autor de varios libros.