EL DA MIHI ANIMAS SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES (3/8)
En primer lugar, es necesario aclarar lo que se entiende por celo pastoral: «Celo no significa solo compromiso, ocuparse: expresa una orientación global, la ansiedad y casi el tormento de llevar a todas las personas a la salvación, a toda costa, por todos los medios, mediante una búsqueda incansable de los últimos y más abandonados pastoralmente».
A menudo, cuando se oye hablar de celo pastoral nos vienen a la mente figuras que se caracterizan por su gran actividad, generosas a la hora de darse a los demás, animadas por una caridad que a veces ni siquiera les deja «tiempo para comer». Francisco fue una de estas figuras, completamente dedicado al bien de las almas en su diócesis y más allá de ella. Pero con su ejemplo nos da un mensaje más: su vivencia del da mihi animas surge del cuidado de su vida interior, de su oración, de su entrega sin reservas a Dios.
Estas son las dos caras que queremos destacar de su celo pastoral, en su vida y en sus escritos.
Cuando nace Francisco acaba de terminar el Concilio de Trento, que desde el punto de vista pastoral ha llamado a los obispos a un cuidado más atento y generoso de sus diócesis, cuidado basado sobre todo en la residencia en el lugar, en la presencia entre la gente y en la instrucción del clero mediante la creación de seminarios, la frecuente visitación de las parroquias, la formación de los párrocos y la difusión del Catecismo como instrumento de evangelización para los más y menos jóvenes…: toda una serie de medidas para llevar a los obispos y sacerdotes a tomar conciencia de su identidad como pastores al cuidado de las almas.
Francisco toma en serio estas llamadas hasta el punto de convertirse, junto con san Carlos Borromeo, en el modelo de obispo pastor dedicado totalmente a su pueblo, como él mismo dijo recordando su consagración episcopal:
«Aquel día Dios me apartó de mí mismo para tomarme para sí y entregarme así al pueblo, lo que significa que me transformó de lo que era para mí en lo que debía ser para ellos».
Francisco, sacerdote durante nueve años y obispo durante veinte, dedica su vida a esta donación total a Dios y a sus hermanos. A finales de 1593, pocos días después de su ordenación sacerdotal, pronuncia un famoso discurso llamado arenga por su contenido y por el vigor con el que lo pronuncia.
Al año siguiente, se ofrece como «misionero» en Chablais y parte provisto de una cuerda muy robusta:
«La oración, la limosna y el ayuno son las tres partes que componen la cuerda que el enemigo rompe con dificultad. Con la gracia divina, intentaremos atar a este enemigo con ella».
Predica en la Iglesia de San Hipólito, en Thonon, después del culto protestante.
Al principio su apostolado en Chablais se basa en el contacto con la gente: sonríe, habla, saluda, se detiene y pregunta… convencido de que los muros de la desconfianza solo se pueden derribar con relaciones de amistad y simpatía. Si consigue hacerse querer, todo será más fácil y sencillo.
«Estoy agotado», escribe a su obispo, pero no se rinde.
Le gusta rezar el Rosario todos los días, incluso a altas horas de la noche, y cuando teme dormirse por el cansancio lo recita de pie o caminando.
La experiencia misionera de Francisco en Chablais se interrumpe definitivamente a finales de 1601 con su viaje a París, donde tiene que ocuparse de los problemas de la diócesis. Permanecerá allí durante nueve largos meses.
Debido a sus compromisos políticos y a sus múltiples amistades, frecuenta la corte, y es en este lugar donde Francisco descubre a muchos hombres y mujeres deseosos de caminar hacia el Señor.
Nace aquí la idea de un texto capaz de resumir de forma concisa y práctica los principios de la vida interior y de facilitar su aplicación a todas las clases sociales. Y así, a partir de este año el santo comienza a reunir los primeros materiales que más tarde concurrirán en la composición de la Filotea.
Al regresar de París recibe la noticia de la muerte de su querido obispo. Se prepara para su consagración episcopal con dos semanas de silencio y oración.
Siente el peso del nuevo encargo desde el primer momento:
«Es increíble lo acosado y agobiado que me siento a causa de este cargo tan grande y difícil».
Resumiendo, en los veinte años que vivirá como obispo el celo de Francisco se manifiesta sobre todo en estos ámbitos:
Visita las parroquias y los monasterios para conocer su diócesis: poco a poco va descubriendo sus defectos y limitaciones, incluso graves, así como la belleza, la generosidad y el buen corazón de muchísimas personas. Para visitar las parroquias, permanece mucho tiempo fuera de Annecy:
«Saldré de aquí dentro de diez días y continuaré mi visita pastoral durante cinco meses enteros en las altas montañas, donde la gente me espera con gran afecto». «Por la noche, al retirarme, soy incapaz de seguir moviendo el cuerpo o el espíritu por lo cansadas que siento todas las partes del cuerpo. Sin embargo, por la mañana estoy siempre lleno de energía».
Sobre todo escucha a sus sacerdotes y los anima a vivir fielmente su vocación.
El apostolado de la pluma: la Opera Omnia de Francisco consta de 27 poderosos volúmenes… Uno se pregunta cómo ha podido un hombre escribir tanto. ¡Cuánto esfuerzo! ¡Cuánto tiempo sin dormir, sin descansar!
Todas las páginas que han salido de su pluma son una consecuencia de su pasión por las almas, de su gran deseo de llevar al Señor a todas las personas que encontraba, sin excluir a nadie.
La fundación de la Orden de la Visitación
En 1610 nace un nuevo instituto: tres mujeres (la baronesa de Chantal, María Jacqueline Favre y Carlota de Bréchard) crean una nueva forma de vida religiosa basada exclusivamente en la oración y la caridad. Se inspiran en el cuadro evangélico de la visitación de la Virgen María a su prima Isabel.
El otro aspecto de su celo es el cuidado de su vida espiritual.
El cardenal Carlo Borromeo escribía en una carta al clero:
«¿Ejerce el cuidado de las almas? No descuide por ello el cuidado de sí mismo y no se entregue a los demás hasta el punto de no dejar nada de usted para usted mismo».
Vuelve a casa agotado: «Necesito recomponer mi pobre espíritu. Me propongo hacer una revisión completa de mí mismo y poner todas las piezas de mi corazón en su sitio».
«Al regresar de mi visita, cuando me puse a examinar bien mi alma, me dio pena: la encontré tan delgada y deshecha que parecía la muerte. ¡Era inevitable! Durante cuatro o cinco meses apenas había tenido un momento para respirar. Estaré cerca de ella durante el próximo invierno e intentaré tratarla bien».

En la Filotea escribe:
«Por muy bueno que sea un reloj, hay que cargarlo y darle cuerda al menos dos veces al día, por la mañana y por la noche, y además, al menos una vez al año, hay que desmontarlo por completo para eliminar el óxido acumulado, enderezar las piezas torcidas y sustituir las que estén demasiado desgastadas.
Lo mismo debe hacer el que cuida seriamente su corazón; debe recargarlo en Dios por la noche y por la mañana mediante los ejercicios que se han indicado antes; también debe reflexionar repetidamente sobre su estado, enderezarlo y repararlo; y, por último, debe desmontarlo al menos una vez al año y revisar meticulosamente todas las piezas, es decir, todos sus sentimientos y pasiones, para reparar todos los defectos que descubra en él».
La Cuaresma está a punto de comenzar y Francisco escribe una nota muy significativa a un amigo:
«Voy a consagrar esta Cuaresma a observar la obligación de residir en mi catedral y de reordenar un poco mi alma, que está toda como descosida por los grandes esfuerzos a los que se ha visto sometida. Es como un reloj roto: hay que desmontarlo, pieza por pieza, y, después de haberlo limpiado y engrasado bien, volver a montarlo para que marque la hora correcta».
La actividad de Francisco va de la mano con el cuidado de su vida interior: se trata de un mensaje importante para nosotros hoy, para no convertirnos en ramas secas y por tanto inútiles.
Para concluir.
«He sacrificado mi vida y mi alma a Dios y a su Iglesia: ¿qué importa si tengo que incomodarme cuando se trata de procurar algún beneficio a la salud de las almas?».