El 22 de junio de 2023, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia al Cardenal Marcello Semeraro, Prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, y durante la Audiencia el Sumo Pontífice autorizó al mismo Dicasterio a promulgar el Decreto relativo a las virtudes heroicas del Siervo de Dios Antônio de Almeida Lustosa, de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco, Arzobispo de Fortaleza; nacido el 11 de febrero de 1886 en São João del Rei (Brasil) y fallecido el 14 de agosto de 1974 en Carpina (Brasil).
Una vida a la luz de la Inmaculada
Antônio de Almeida Lustosa nació en la ciudad de São João del Rei, en Minas Gerais (Brasil), el 11 de febrero de 1886, en el aniversario de la primera aparición de la Inmaculada en Lourdes, circunstancia que le marcó profundamente, dándole una devoción filial a Nuestra Señora, hasta el punto de que se definió, ya sacerdote, como el poeta de la Virgen María.
De sus padres, João Baptista Pimentel Lustosa y Delphina Eugênia de Almeida Magalhães, cristianos ejemplares, recibió una buena formación cristiana y humana. Muchacho inteligente, de buen talante y generoso, hijo de un juez, mostró desde muy joven signos visibles de una fuerte vocación sacerdotal. Por eso, a los dieciséis años ingresó en el Colegio Salesiano de Cachoeira do Campo, en Minas Gerais, y tres años más tarde estaba en Lorena como novicio y asistente de sus compañeros. Después de su primera profesión religiosa, en 1906, fue también profesor de filosofía, al tiempo que estudiaba teología.
La profesión perpetua tuvo lugar tres años más tarde, mientras que el 28 de enero de 1912 marcó la fecha de su ordenación sacerdotal.
Tras varios destinos dentro de su congregación religiosa, en 1916 fue director y maestro de novicios en Lavrinhas, en el Colegio São Manoel, al que habían sido trasladados los de Lorena, de los que había sido maestro el año anterior. En los cinco años que pasó allí, el joven Lustosa expresa lo mejor de sí mismo como sacerdote y como salesiano, dejando, según quienes le conocieron, huellas imborrables.
Ministerio episcopal
Tras su función de director en el gimnasio María Auxiliadora de Bagé y su nombramiento como vicario de la parroquia contigua, fue consagrado obispo de Uberaba el 11 de febrero de 1925, día que eligió para conmemorar la presencia de Nuestra Señora en su vida.
En 1928 fue trasladado a Corumbá, en Mato Grosso, y en 1931 fue promovido a arzobispo de Belém do Pará, donde permaneció 10 años.
El 5 de noviembre de 1941 tomó posesión como arzobispo de Fortaleza, capital del Estado de Ceará.
Junto a un número inusitado de iniciativas y acciones de carácter social y caritativo, creó más de 30 nuevas parroquias, 45 escuelas para los necesitados, 14 centros de salud en la periferia de Fortaleza, la Escuela de Servicios Sociales, los hospitales São José y Cura d’Ars, por citar sólo algunas de las obras más significativas atribuidas a su episcopado.
Su acción pastoral se articula especialmente en el campo de la catequesis, la educación, las visitas pastorales, el aumento de las vocaciones, la valorización de la acción católica, la mejora de las condiciones de vida de los más pobres, la defensa de los derechos de los trabajadores, la renovación del clero, la creación de nuevas órdenes religiosas en Ceará, sin olvidar su rica y fecunda actividad como poeta y escritor.
Ya antes del Concilio Vaticano II, el padre Antônio había definido la catequesis como el objetivo primordial de su acción pastoral. Con este fin, fundó dos congregaciones religiosas, el Instituto de Clérigos Cooperadores y la Congregación de las Josefinas. Hoy, las Josefinas están distribuidas por todo el nordeste de Brasil, así como en la diócesis de Río Branco, en Acre.
Dondequiera que fuera y dondequiera que trabajara, su nombre y su memoria son recordados con respeto y veneración, como un hombre de Dios, un verdadero modelo de virtud y santidad.
Once años después de su renuncia a la Archidiócesis, tras la cual se retiró a la Casa Salesiana de Carpina, y confinado a una silla de ruedas debido a una desastrosa caída que le provocó una fractura de fémur, falleció el 14 de agosto de 1974, demostrando, incluso durante su enfermedad y sufrimiento, una actitud ejemplar de aceptación plena e incondicional de la voluntad de Dios.
Su cuerpo fue trasladado a Fortaleza, donde se celebraron sus funerales con un número incalculable de fieles y autoridades eclesiásticas y civiles rindiendo sus últimos respetos. Su entierro se convirtió a todos los efectos en una verdadera consagración popular de una vida, como la vivida por el Siervo de Dios P. Lustosa, enteramente consagrada a Dios y al bien del prójimo.
Abandonado a la voluntad de Dios
Obispo virtuoso y ascético, marcado por la obediencia y un fuerte deseo de cumplir siempre y en todo la voluntad del Padre, Don Lustosa exigió el más total abandono de sí mismo a la causa de Dios y del prójimo.
Su gran preocupación era, en efecto, estar a la altura de las expectativas de Dios y de la Iglesia en el ejercicio de su ministerio episcopal.
Viajó por diversas regiones de Brasil, de norte a sur, llevando siempre consigo los dones que la Divina Providencia le había reservado.
En esta fecunda actividad dejó importantes legados, no sólo por las obras materiales que realizó, sino sobre todo por el recuerdo de su presencia luminosa y evangelizadora.
Hombre humilde y sencillo, que rehuía toda ostentación o toda búsqueda de reconocimiento público de su acción pastoral al servicio de la Iglesia y de la sociedad en la que estaba inserto, estaba dotado de un carisma extraordinario, de una perseverancia incansable y de una visión religiosa y social rica y fecunda.
Se esforzó por sacar a la gente de las regiones en las que sirvió, de las precarias y pobres condiciones en las que se encontraban. Cuanto mayor era el reto, mayor era su dedicación para encontrar alternativas que al menos minimizaran el sufrimiento de aquellos con los que entraba en contacto.
Intentó ofrecer y crear oportunidades para que las personas más desfavorecidas pudieran ocuparse de sus familias, trabajó para proporcionarles un bagaje religioso y cultural, a fin de liberarles del analfabetismo y dotarles de las herramientas necesarias para ganarse un lugar en la sociedad.
Pastor con un gran corazón
Durante 22 años en la región de Ceará, Don Lustosa mostró toda la fuerza de su labor cultural, religiosa y social, anticipando y realizando obras que más tarde serían incorporadas por las autoridades gubernamentales, tanto a nivel estatal como municipal.
Hizo consciente a las clases trabajadoras de su valor e importancia, acogiendo a quienes se encontraban al margen de la sociedad, como las madres solteras, las empleadas domésticas, los niños huérfanos y abandonados, los sin techo, los necesitados de vivienda, los analfabetos, los enfermos, exaltando los derechos y deberes de todas y cada una de las personas y devolviéndoles y/o reconociéndoles su dignidad.
Se puso totalmente al servicio de Dios y de la humanidad, respondió fielmente a la inspiración divina que guio sus pasos y acciones hacia una sociedad más cercana a la justicia, apoyada en la doctrina social de la Iglesia – sub umbra alarum tuarum.
Irradió rayos de santidad a todos aquellos que tuvieron el privilegio de conocerle y convivir con él, continuando hasta el día de hoy difundiendo su resplandor sobre todos aquellos que entran más o menos directamente en contacto con su figura y sus obras.
Con su meritoria acción pastoral, no sólo guió las almas, sino también los corazones, en una acción armoniosa que condujo a una verdadera espiritualización cristiana del inmenso rebaño del cual era pastor.
Su labor de guía espiritual fue considerada y reconocida entonces, y más aún hoy, como una obra de armonía social, y bálsamo espiritual en situaciones difíciles de conflicto. Su acción personal obró el milagro de desarmar los espíritus, superando los límites de la predicación dogmática, litúrgica y teológica, logrando infundir en la gente un elevado sentido religioso y dándoles una mayor y/o nueva conciencia del derecho a la libertad y a la justicia.
La obra de Don Lustosa, que exalta el alma popular, ennoblece el sentido de la fe, difunde el sentimiento de la solidaridad humana y la virtud de la fraternidad, traspasa las fronteras geográficas y se afirma internacionalmente.
Una rica personalidad
La personalidad del ilustre arzobispo Don Antônio de Almeida Lustosa es polifacética, generada desde muy joven y consolidada a lo largo de su vida terrena, siempre guiada por el bien común y la defensa y promoción de los principios y valores cristianos.
Don Antônio dejó un rastro de espiritualidad, tanto a través de los libros que publicó como de la labor catequética que llevó a las regiones más lejanas e inaccesibles.
Un rasgo destacado de su rica espiritualidad fue su extraordinario espíritu de oración, íntimamente arraigado en él y del que nunca hizo alarde. Fue también un hombre que se imponía mortificaciones, sacrificios y ayunos.
Otra noble dedicación de su espíritu fue su brío literario, y su obra literaria fue grande, desde cartas pastorales hasta artículos en periódicos y revistas y numerosas obras, publicadas e inéditas, de carácter histórico, folclórico, religioso, geográfico, cultural, antropológico, espiritual y ascético.
Fue, como Don Bosco, un escritor prolífico en diversos campos, en teología, filosofía, espiritualidad, hagiografía, literatura, geología, botánica.
Sus obras literarias revelan su profunda espiritualidad y el grado de sus preocupaciones sociales en la evangelización de su rebaño. Con su pluma, llevó el Evangelio a todos.
Don Antônio de Almeida Lustosa es un fiel ejemplo de una vocación plenamente realizada. Lo demostró en su larga actividad pastoral en las diócesis que dirigió y guió con manos de maestro espiritual.
Fue un obispo modelo de su época, caracterizado por un fervor y una firmeza de ánimo inquebrantables.
Verdadero hombre de Dios, siempre se preocupó por el bienestar de la gente, por lo que se le conocía como “el padre y amigo de los pobres”.
Don Lustosa trató de ser fiel al fundador de la Congregación Salesiana -San Juan Bosco- siguiendo sus pasos, adoptando sus ejemplos, implementando así el carisma salesiano en Brasil, hasta el punto de ser reconocido como el Obispo de la justicia social.
Las siguientes palabras con las que el entonces Postulador General de la Causa, P. Pasquale Liberatore, rindió homenaje al Siervo de Dios en el 19º aniversario de su muerte, resumen de forma elocuente y eficaz la importancia y el significado de su mensaje en la Iglesia y la sociedad de su tiempo, así como su actualidad: “Era un gran asceta (incluso por su aspecto externo: de su persona física se decía que era ‘una cáscara etérea’), pero con una voluntad adamantina, que traducía el fuego que ardía en su interior. Gracias a su fisonomía interior, pudo realizar una obra excepcional, de la que quedan huellas en los campos más diversos: buscador apasionado de la verdad, estudioso serio, escritor y poeta, creador de numerosas obras: el pre-seminario Cura d’Ars, el Instituto Cardenal Frings, el Hospital São José, el santuario de Nossa Senhora de Fátima, la estación de radio Assunção Cearense, la Casa do Menino Jesus, escuelas populares, círculos de trabajadores, etc., y sobre todo – fue fundador de una congregación religiosa”.
Grande y sencillo a la vez, supo hacer convivir los múltiples compromisos del obispo con el catecismo a los niños y – en los últimos años de su vida – aprendió lecciones de latín con la humilde colección de sellos. Pastor celoso, amaba a su pueblo, nunca abandonó a su rebaño, sentía la urgencia de las vocaciones y llenó de ellas sus seminarios.
En su corazón siempre permaneció salesiano. “Se decía de él que era un ‘eterno salesiano’. Ya ‘maestro de noviciado’ nada más ordenarse sacerdote, siguió siendo un forjador de almas al estilo salesiano durante toda su vida.
Un asceta, decía al principio. En realidad, personificaba el lema que nos legó Don Bosco: trabajo y templanza.
El secreto de su santidad hay que buscarlo en que aborrecía toda forma de mediocridad. Era un atleta del espíritu, quizá por eso nos gusta recordarle “siempre en pie” (aunque en sus últimos años estuviera clavado a una silla de ruedas). ¡Siempre en pie! Incluso hoy en día. Como quien sigue dando una lección. La lección más difícil y más exigente: la de la santidad”.
Dra. Cristiana Marinelli
Colaboradora de la Postulación General Salesiana