«Zatti-hospital»
Zatti y el hospital formaban una pareja inseparable. El padre Entraigas recuerda que cuando había una llamada telefónica, el coadjutor casi soltaba: “Zatti-Hospital”. Sin darse cuenta, expresaba la realidad inseparable entre su persona y el hospital. Se hizo responsable del hospital en 1913, tras la muerte del padre Garrone y la salida de Giacinto Massini de la Congregación, asumió poco a poco todas las tareas, pero era ante todo e inequívocamente el “enfermero” de San José. No avanzó en su preparación, sino que trató de perfeccionar lo que había aprendido empíricamente a través del estudio personal. Siguió estudiando durante toda su vida y, sobre todo, adquirió una gran experiencia a lo largo de sus 48 años de práctica en San José. El Dr. Sussini, que fue uno de los que más tiempo ejerció, tras afirmar que Zatti trataba a los enfermos “con santa vocación” añade: “Que yo sepa, el Sr. Zatti, desde que le conocí, siendo un hombre maduro, ya formado, no había descuidado su cultura general, ni sus conocimientos de enfermería y preparación farmacéutica”.
El padre De Roia habla así de la formación profesional de Zatti: «En cuanto a la formación cultural y profesional, recuerdo haber visto libros y publicaciones sobre medicina y haberle preguntado una vez cuándo los leía, y me contestó que lo hacía por la noche o durante la siesta de los pacientes, una vez que había terminado sus obligaciones en el hospital. También me dijo que el Dr. Sussini a veces le prestaba algunos libros y vi que a menudo consultaba el “Vademécum y recetarios”».
El Dr. Pietro Echay afirma que para Zatti «el Hospital era un Santuario». El padre Feliciano López describe así la posición de Zatti en el hospital, tras una larga asociación con él: “Zatti era un hombre de gobierno, sabía expresar claramente lo que quería, pero acompañaba sus acciones con dulzura, respeto y alegría. Nunca perdía los estribos, de hecho le quitaba importancia con buen humor, pero su ejemplo de laboriosidad era abrumador, y más que un director, sin título, se había convertido en una especie de trabajador universal; aparte de eso, avanzaba rápidamente en competencia profesional, hasta ganarse también el respeto de los médicos y aún más el de los subordinados: por eso nunca he oído decir que en aquel pequeño mundo de 60 o 70 pacientes ingresados, en los primeros tiempos varias monjas, mujeres que prestaban sus servicios y algunas enfermeras, no siempre reinaba la paz, y aunque, como es lógico, a veces había peleas, éstas no degeneraban gracias a la prudencia de Zatti, que sabía poner remedio a las desviaciones”.
El Hospital San José era un santuario especial del sufrimiento humano donde Artémides, en cada hermano y hermana necesitados, abrazaba y curaba la carne sufriente de Cristo, dando sentido y esperanza al sufrimiento humano. Zatti – y con él muchos hombres y mujeres de buena voluntad – encarnó la parábola del Buen Samaritano: se hizo prójimo, tendió la mano, levantó, curó. Para él, cada enfermo era como un hijo al que había que amar. Hombres y mujeres, grandes y pequeños, ricos y pobres, inteligentes e ignorantes, todos eran tratados con respeto y cariño, sin molestar ni rechazar a los insolentes y desagradables. Solía decir: “A veces te toca alguien con cara agradable, otras veces alguien desagradable, pero ante Dios todos somos iguales”.
Si había pobreza de medios, y si pobres eran muchos de los hospitalizados, sin embargo, Zatti en el hospital, dados los tiempos, los lugares y las situaciones de todos los hospitales, incluso los nacionales de la época, seguían las reglas correctas de sanidad e higiene. En aquella época se procedía con criterios más amplios, pero no hay prueba alguna de que el coadjutor salesiano, como enfermero, careciera de justicia y caridad hacia los enfermos. Estaba bien formado para su tarea y tenía mucha experiencia, sabía lo que tenía que hacer y los límites de su competencia, y no se recuerda ningún error, ninguna negligencia ni ninguna acusación contra él. El Dr. Sussini declaró: “En sus intervenciones con los enfermos siempre respetó las normas legales, sin excederse en sus competencias […]. Me gustaría señalar que en todas sus intervenciones consultaba a algunos médicos entre los que siempre estaban a su lado para apoyarle. Que yo sepa, no llevó a cabo ninguna intervención difícil […]. Es cierto que utilizaba las prescripciones higiénicas establecidas, aunque a veces, dada su gran fe, las consideraba excesivas. El escenario socioeconómico en el que el Sr. Zatti desarrollaba principalmente su trabajo era de bajo nivel económico y educativo. En su trabajo dentro del hospital, ponía en práctica los conocimientos de higiene y técnica que ya conocía y otros que aprendía preguntando a los profesionales. Fuera del hospital, su acción era más difícil, ya que cambiar el entorno existente era muy difícil y superaba sus esfuerzos”.
Luigi Palma amplía su consideración: “Era de dominio público en Viedma la discreción y prudencia del comportamiento del Sr. Zatti; por otra parte, cualquier abuso en esta materia se haría rápidamente de dominio público en un pequeño conglomerado como Viedma y nunca se supo nada de ello. El Sr. Zatti nunca se excedió en sus competencias. No creo que realizara operaciones difíciles. Si hubiera habido algún abuso, los médicos lo habrían denunciado, pero sólo elogiaron el trabajo del Sr. Zatti […]. El Sr. Zatti utilizó las precauciones higiénicas adecuadas. Lo sé porque me trató en varias ocasiones: inyecciones o pequeñas curas con toda la diligencia debida”.
A un hombre que dedicó toda su vida con enorme sacrificio a los enfermos, que fue buscado por ellos como una bendición, que se ganó la estima de todos los médicos que colaboraron con él y contra el que nunca pudo alzarse una voz de acusación, sería injusto echarle en cara algunas libertades que su experiencia y prudencia pudieron permitirle en alguna circunstancia particular: el ejercicio sublime de la caridad, incluso en este caso, valía más que la observancia de una prescripción formal.
Con el corazón de Don Bosco
En Zatti se hizo realidad lo que Don Bosco había recomendado a los primeros misioneros salesianos que partieron hacia Argentina: “Ocupaosespecialmente de los enfermos, los niños, los ancianos y los pobres, y os ganaréis la bendición de Dios y la buena voluntad de los hombres” Como un buen samaritano, Zatti acogió en la posada de su corazón y en el Hospital San José de Viedma a los pobres, a los enfermos, a los rechazados por la sociedad. En cada uno de ellos visitó a Cristo, curó a Cristo, alimentó a Cristo, vistió a Cristo, alojó a Cristo, honró a Cristo. Como atestiguó un médico del hospital: “El único milagro que he visto en mi vida es el del Sr. Zatti, por lo extraordinario de su carácter, su capacidad para servir al prójimo y su extraordinaria paciencia con los enfermos”.
Zatti era capaz de reconocer en cada hermano, en cada hermana, en cada persona especialmente pobre y necesitada que encontraba un don: era capaz de ver en cada uno de ellos el rostro resplandeciente de Jesús. Cuántas veces exclamaba al acoger a un pobre o a un enfermo: “¡Viene Jesús! – Cristo viene!”. Este mantener la mirada fija en Jesús, sobre todo en la hora de la prueba y en la noche del espíritu, será la fuerza que le permitirá no caer prisionero de sus propios pensamientos y miedos.
En el ejercicio de esta caridad, Zatti hizo resplandecer el abrazo de Dios a todo ser humano, especialmente a los últimos y a los que sufren, implicando el corazón, el alma y todo su ser, porque vivía con los pobres y para los pobres. No era un mero servicio, sino una manifestación tangible del amor de Dios, reconociendo y sirviendo en los pobres y los enfermos el rostro de Cristo sufriente con la dulzura y la ternura de una madre. Viviendo con los pobres practicó la caridad con espíritu de pobreza. No era un funcionario ni un burócrata, un proveedor de servicios, sino un auténtico operario de la caridad: y al ver, reconocer y servir a Cristo en los pobres y excluidos, también educaba a los demás. Cuando pedía algo, lo pedía para Jesús: “Dame ropa para un Jesús anciano”; “¡Dame ropa para un Jesús de 12 años!”
Imposible no recordar sus aventuras en bicicleta, sus incansables paseos, con su clásico guardapolvo blanco con los extremos anudados y atado a la cintura, saludado con tierno afecto por todos los que encontraba a su paso. En el lento avance de su bicicleta, tenía tiempo para todo: el saludo afectuoso, la palabra cordial, el consejo medido, alguna indicación terapéutica, la ayuda espontánea y desinteresada: sus grandes bolsillos estaban siempre llenos de medicamentos, que distribuía a manos llenas entre los necesitados. Acudía personalmente a quienes le llamaban, prodigando no sólo sus conocimientos médicos, que los poseía, sino también la confianza, el optimismo y la fe que irradiaban su constante, amplia y dulce sonrisa y la bondad de su mirada; el enfermo grave que recibía la visita del Sr. Zatti sentía el imponderable alivio que le proporcionaba la persona que estaba a su lado; el enfermo que moría en presencia de Zatti lo hacía sin angustia ni contorsión. La caridad dispensada tan generosamente en las embarradas calles de Viedma bien merecía que Artémides Zatti fuera recordado en la ciudad con una calle, un hospital y un monumento en su nombre.
Ejercía un apostolado a pequeña escala que daba la medida de su caridad, pero que le suponía mucho tiempo, trabajo, dificultades y molestias. Como su bondad y su buena voluntad al servicio de los demás eran conocidas por todos, todo el mundo acudía a él para las cosas más diversas. Los directores salesianos de las casas de la provincia le escribían para pedirle consejo médico, le enviaban hermanos para pedirle ayuda y confiaban a su hospital a personas de servicio que habían quedado incapacitadas. Las Hijas de María Auxiliadora no fueron menos que los salesianos a la hora de pedir favores. Los emigrantes italianos pedían ayuda, escribían a Italia, solicitaban prácticas. Los que habían sido bien atendidos en el hospital, como si se tratara de una expresión de gratitud, le enviaban familiares y amigos en busca de ayuda por la estima en que tenían sus cuidados. Las autoridades civiles tenían a menudo personas incapacitadas a las que atender y recurrían a Zatti. Los presos y otras personas, al verle en buenos términos con las autoridades, le recomendaban que pidiera clemencia para ellos o que les solucionara sus problemas.
Un hecho que expresa bien la fuerza de autoridad de Zatti para impactar en la vida de la gente con su testimonio evangélico y su palabra persuasiva es la conversión de Lautaro Montalva. Él, llamado el Chileno por su país de origen, era un revolucionario, explotado por los agitadores políticos habituales. Hizo circular revistas antirreligiosas. Abandonado al fin por todos, cayó en la pobreza y se vio reducido a la muerte, con una familia numerosa. Sólo Zatti tuvo el valor de entrar en su cuchitril de madera, resistir su primera reacción de rebeldía y ganárselo con su caridad. El revolucionario se confesó y pidió ser bautizado: sus hijos también fueron bautizados. Zatti le ingresó en el hospital. Poco antes de morir, había pedido al párroco: “¡Deme los sacramentos que debe recibir un cristiano!” La conversión de Montalva fue un logro de la caridad y el valor cristiano de Zatti.
Zatti hace de la misión al servicio de los enfermos su propio espacio educativo donde encarna a diario el Sistema Preventivo de Don Bosco – razón, religión, bondad amorosa – en la cercanía y asistencia a los necesitados, en ayudarles a comprender y aceptar las situaciones dolorosas de la vida, en dar testimonio vivo de la presencia del Señor.
Zatti enfermero
El perfil profesional de Artémides Zatti, que comenzó con una promesa, estaba arraigado en la confianza en la Providencia y se desarrolló una vez recuperado de su enfermedad. La frase “Creí, Prometí, Curé”, lema de su canonización, muestra la total dedicación que Zatti tuvo por sus hermanos enfermos, pobres y necesitados.
Este compromiso lo mantuvo a diario hasta su muerte en el hospital de San José, fundado por los primeros salesianos que llegaron a la Patagonia, y lo reiteraba en cada visita domiciliaria, urgente o no, que hacía a los enfermos que lo necesitaban.
En su bicicleta, en su despacho de administrador, en el quirófano, en el patio durante el recreo con sus “parientes” pobres, en las salas del hospital que visitaba todos los días, siempre era un enfermero; un santo enfermero dedicado a curar y aliviar, aportando la mejor medicina: la presencia alegre y optimista de la empatía.
Una persona y un equipo que hacen el bien
Fue la fe lo que impulsó a Artémides Zatti a una actividad incansable pero razonable. Su consagración religiosa le había introducido directa y completamente en el cuidado de los pobres, los enfermos y los necesitados de la salud y el consuelo misericordiosos de Dios.
El Sr. Zatti trabajó en el mundo de la sanidad junto a médicos, enfermeras, personal sanitario, Hijas de María Auxiliadora y las numerosas personas que colaboraron con él en el sostenimiento del hospital San José, el primero de la Patagonia argentina, en Viedma en la primera mitad del siglo XX.
La tuberculosis que contrajo a los 20 años no fue un obstáculo para perseverar en su elección profesional. Encontró en la figura del coadjutor salesiano el estilo de compromiso para trabajar directamente con los pobres. Su consagración religiosa, vivida en su profesión de enfermero, fue la combinación de su vida dedicada a Dios y a sus hermanos. Naturalmente, esto se manifestó en una personalidad peculiar, única e irrepetible. Artémides Zatti fue una buena persona, que trabajó directamente con los pobres, haciendo el bien.
El contacto directo con los pobres tenía como objetivo la salud, es decir, aliviar el dolor, soportar el sufrimiento, acompañar los últimos momentos de sus vidas, ofrecer una sonrisa ante lo irreversible, tender una mano con esperanza. Por esta razón, Zatti se convirtió en una “presencia-medicina”: curaba directamente con su agradable presencia.
Su principal biógrafo, el salesiano Raúl Entraigas, hizo un descubrimiento original. Identificó la síntesis de la vida de Artémides Zatti en la frase de un paisano: parece ser “el pariente de todos los pobres”. Zatti veía al propio Jesús en los huérfanos, los enfermos y los nativos. Y los trataba con tal cercanía, aprecio y amor, que parecía que todos eran sus parientes.
Formación para ayudar
Viendo las necesidades del pueblo, Zatti perfeccionó su profesión. Poco a poco se convirtió en jefe del hospital, estudió y validó sus conocimientos ante el Estado cuando éste se lo pidió. Médicos que trabajaron con Artémides, como el Dr. Molinari y el Dr. Sussini, atestiguan que Zatti poseía grandes conocimientos médicos, fruto no sólo de su experiencia sino también de sus estudios.
Don De Roia añade: “En cuanto a su formación cultural y profesional, recuerdo haber visto libros y publicaciones sobre medicina y, al preguntarle una vez cuándo los leía, me dijo que lo hacía por las noches o durante el descanso vespertino de los pacientes, una vez que había terminado todas sus obligaciones en el hospital”.
Al respecto, existe un documento, “Credencial Profesional”, expedido por la Secretaría de Salud Pública de la Nación Argentina con el número de matrícula profesional 07253. Se trata de sus estudios en la Universidad Nacional de La Plata en 1948, a la edad de 67 años. A ello se sumó una certificación previa en 1917 como “Idoneo” en Farmacia.
Su estilo de vida le llevó a un compromiso en el que se encontraba directamente con los pobres, los enfermos, los necesitados. Por eso la profesión de enfermero tenía un valor añadido: su presencia era un testimonio de la bondad de Dios. Esta sencilla forma de ver la realidad puede ayudar a comprender mejor la vida de Zatti, prestando especial atención al término “directamente”.
En esta perspectiva encontramos lo más genuino de Zatti, que hace hincapié en lo que se denomina “vida religiosa” o “consagración”. Por eso Artémides es un santo salesiano. Es un enfermero santo. Éste es el legado que deja a todos. Y éste es el reto que lanza a todos y que invita a recoger.
1908
Recuperada su salud, Zatti ingresó a la Congregación Salesiana como coadjutor. Comenzó a trabajar en la farmacia del hospital San José, el único de Viedma.
1911
Tras la muerte de Don Evasio Garrone, director del hospital, Zatti quedó a cargo de la farmacia y del hospital, el primero de la Patagonia. Trabajó allí durante cuarenta años.
1917
Es licenciado en Idóneo en Farmacia por la Universidad de La Plata.
1941
El edificio del hospital es demolido. Pacientes y profesionales se trasladan con Zatti a la escuela agrícola “San Isidro”.
1948
Zatti obtuvo su matrícula como enfermero en la Universidad de La Plata.
Zatti con los médicos: ¡era padre!
Entre los principales colaboradores de Zatti en el Hospital San José estaban losmédicos. Las relaciones eran delicadas, porque uno de los médicos era el director del hospital desde el punto de vista legal y tenía la responsabilidad profesional de los pacientes. Zatti tenía la responsabilidad organizativa y de enfermería y podían surgir desacuerdos. Después de los primeros años, llegaron varios médicos a Viedma, la capital de Río Negro, y Patagones y Zatti debía servirse de sus especialidades en el hospital sin despertar rivalidades. Actuó de tal manera que se ganó la estima de todos por su bondad y competencia. En la documentación, encontramos los nombres de los directores Dr. Riccardo Spurr y Dr. Francesco Pietrafraccia; luego Antonio Gumersindo Sussini, Ferdinando Molinari, Pietro Echay, Pasquale Attilio Guidi y Giovanni Cadorna Guidi, que darán testimonio de la santidad de Zatti; y finalmente Harosteguy, Quaranta y Cessi. Hubo sin duda otros, más de pasada, porque, tras un periodo de aprendizaje, los médicos aspiraban a lugares más céntricos y desarrollados. Se reconoce unánimemente que Zatti, como enfermero, era sumiso a las instrucciones y normas de los médicos: gozaba de gran prestigio entre todos por su bondad y no suscitaba quejas por los cuidados que dispensaba a los enfermos de su casa. El Dr. Sussini, que le siguió hasta su muerte, declaró: “Todos los médicos, sin excepción, le mostraban afecto y respeto por sus virtudes personales, su bondad, su misericordia y su fe pura, sincera y desinteresada”[i] .
El Dr. Pasquale Attilio Guidi precisó: “Siempre era correcto, seguía las instrucciones de los médicos. Recuerdo que el Dr. Harosteguy, que era bastante ‘protestón’, nervioso, cuando yo estaba presente durante una operación, a veces culpaba al Sr. Zatti de sus problemas; pero al final de la operación le daba una palmadita y le pedía disculpas. De ese modo entendimos que no había tanto agravio contra Zatti. Zatti era una persona respetada por todos”[ii] . La hija del Dr. Harosteguy y el Dr. Echay confirman el fuerte carácter de Harosteguy y sus arrebatos injustificados contra Zatti, que se lo ganó con su indulgencia. De hecho, fue el propio Dr. Harosteguy quien, cuando cayó enfermo, sólo permitió que Zatti le viera, gustándole y apreciando su presencia y cercanía.
El Dr. Molinari declaró: “El Sr. Zatti respetaba al cuerpo médico y seguía estrictamente sus instrucciones. Pero dado el gran número de pacientes que requerían exclusivamente su intervención, tuvo que actuar muchas veces de forma espontánea, pero siempre basándose en sus grandes conocimientos, su experiencia y según sus propios conocimientos médicos. Nunca se atrevió con una operación difícil. Siempre llamaba al médico. Los médicos sentíamos afecto, respeto y admiración por el Sr. Zatti. Este sentimiento era general […] Yo diría que los pacientes ‘adoraban’ al Sr. Zatti y confiaban ciegamente en él”[iii] .
El Dr. Echay hace esta singular observación: “Con todo el personal del hospital, Zatti era un padre; incluso con nosotros, los médicos más jóvenes, era un buen consejero”[iv] . En cuanto a las visitas que Zatti realizaba a la ciudad, el Dr. Guidi afirma: “Los médicos nunca vieron negativamente esta labor de Zatti, sino como una colaboración. […]. Los pacientes a los que atendía le levantaban un monumento”[v] .
Incluso los extraños siempre vieron estrechas relaciones de colaboración y estima entre Zatti y los médicos, como atestigua el padre López: “El comportamiento del Sr. Zatti hacia los médicos era considerado por éstos como cordial. Todos los médicos con los que hablé eran, sin excepción, sus admiradores”[vi] . Y el propio padre López: “Siempre ha existido fama de la amabilidad de Zatti hacia los médicos, su tolerancia y humanidad frente a la rudeza típica de muchos médicos; en particular, el doctor Harosteguy era un hombre violento y la virtud de Zatti hacia él se deduce porque se convirtió en admirador de Zatti, con matices de veneración”[vii]. Oscar García utiliza una expresión eficaz: “Los médicos colaboraron con el hospital en buena parte porque el Sr. Zatti estaba allí con una caridad que conmovía los corazones”[viii] . Su vida sacudió la indiferencia religiosa de algunos de ellos: “Cuando veo a Zatti mi incredulidad vacila”[ix] . En no pocos casos hubo conversiones y comienzos de vida cristiana.
Zatti y las enfermeras: ¡para nosotros lo fue todo!
El grupo más numeroso al servicio del hospital era el personal femenino. El San José tenía a veces hasta 70 camas. Es natural que se necesitaran enfermeras con formación profesional, ayudantes de cocina, lavanderas y planchadoras, limpiadoras y demás personal. Para las ocupaciones más humildes y corrientes no fue difícil encontrar personal, porque la población tenía muchas personas pobres y un puesto de trabajo en el hospital parecía especialmente deseable y seguro. Más difícil tenía que ser encontrar enfermeras para las que, quizás en todo el país y desde luego en la Patagonia, no había escuelas de formación. Zatti tuvo que ocuparse de sí mismo: elegir, formar, organizar, asistir a las enfermeras, procurarse los medios de trabajo, pensar en una recompensa, hasta tal punto que fue el iniciador en la formación del personal femenino del hospital.
La Providencia trajo al hospital a varias jóvenes buenas pero pobres que, tras ser atendidas y curadas, buscaban un lugar en la vida. Zatti se dio cuenta de su bondad y buena disposición; les mostró con su ejemplo y su palabra lo hermoso que era servir al Señor en sus hermanos enfermos; y entonces les hizo la discreta propuesta de quedarse con él y compartir la misión en el hospital. Las mejores sintieron la grandeza y la alegría de este ideal y se quedaron en San José. Zatti se encargó de prepararlas profesionalmente y -como buen religioso- se ocupó de su formación espiritual. Llegaron así a formar en grupo una especie de congregación sin votos, de almas elegidas que optaron por servir a los pobres. Zatti les daba todo lo que necesitaban para vivir, aunque de ordinario no les pagaba, y pensaba en un buen alojamiento si querían dejar el servicio hospitalario. No hay que pensar que la situación de entonces requería todas las garantías que exigen hoy los centros hospitalarios. Para aquellas chicas, la solución ofrecida por Zatti desde el punto de vista material era envidiable no menos que desde el punto de vista espiritual. De hecho, eran felices y cuando se cerró el hospital San José, o antes, no fue difícil para ninguna de ellas encontrar un buen alojamiento. Siempre expresaban su gratitud.
El padre Entraigas recuerda 13 nombres del personal femenino que trabajó en el hospital en diferentes épocas. Entre los documentos se encuentran los informes de las enfermeras: Noelia Morero, Teodolinda Acosta, Felisa Botte, Andrea Rafaela Morales, Maria Danielis. Noelia Morero cuenta su historia, que fue idéntica a la de varias otras enfermeras. Llegó enferma al San José: “Aquí estuve enferma y luego empecé a trabajar hasta fines de 1944, cuando me trasladé al Hospital Regional Nacional de Viedma, que se inauguró en 1945 […]. Zatti era muy querido y respetado por todo el personal y los pacientes; era el ‘paño de lágrimas’ de todos. No recuerdo quejas de ningún tipo contra él. Cuando Zatti entraba en las habitaciones, parecía como si entrara ‘¡Dios en persona!’ No sabría cómo decirlo. Para nosotros lo era todo. No experimenté ninguna dificultad particular; como enferma, nunca me faltó nada: ni comida, ni medicinas, ni ropa. El Sr. Zatti se preocupaba especialmente de la formación moral del personal. Recuerdo que nos hacía aprender con lecciones prácticas, acompañándole cuando visitaba a los enfermos, y después de una o dos veces nos hizo hacerlo especialmente con los casos más graves”[x]
Película vista antes de la conferencia
Vídeo de la conferencia: Zatti el Buen Samaritano, para los enfermos, médicos y enfermeros
Conferencia pronunciada por el P. Pierluigi CAMERONI, Postulador General de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco en Valdocco, el 15.11.2023.
[i] Testimonio del Dr. Antonio Gumersindo Sussini. Positio – Summarium, p. 139 , § 561.
[ii] Testimonio de Attilio Guidi, farmacéutico. Conoció a Zatti de 1926 a 1951. Positio – Summarium, p. 99, § 386.
[iii] Testimonio del Dr. Ferdinando Molinari. Conoció a Zatti desde 1942 hasta 1951. Fue médico en el Hospital San José y le trató durante su última enfermedad. Pronunció el discurso oficial en la inauguración del monumento a Zatti. Positio – Summarium, p. 147, § 600.
[iv] Testimonio del Dr. Pedro Echay. Positio – Informatio, p. 108.
[v] Testimonio de Attilio Guidi. Positio – Summarium, p. 100, § 391.
[vi] Testimonio del Padre Feliciano López. Positio – Summarium, p. 171, § 694.
[vii] Ibid, p. 166, § 676.
[viii] Testimonio de Oscar García, empleado de la policía. Conoció a Zatti en 1925, pero trató con él principalmente después de 1935, tanto como dirigente de los ex combatientes como miembro del Círculo de Trabajadores. Positio – Summarium, p. 111, § 440.
[ix] Testimonio del Padre Feliciano López. Positio – Summarium, p. 181, § 737.
[x] Testimonio de Noelia Morero, enfermera. Positio – Informatio, p. 112.