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La cigüeña blanca (Ciconia ciconia) es un ave de gran tamaño, inconfundible por su afilado pico rojo, su largo cuello, sus larguísimas patas y su plumaje predominantemente blanco, con plumas negras en las alas. Es migratoria por naturaleza, y su llegada en primavera a muchos países de Europa se considera un buen augurio.
Nada más llegar, estas aves comienzan a hacer o reconstruir sus nidos, en lugares altos, muchas veces en el mismo sitio.

En el pasado, cuando no había postes de soporte de la red eléctrica, los lugares más altos eran las chimeneas cubiertas de las casas, y los más cálidos eran los preferidos por las cigüeñas. Y las casas que estaban calefaccionadas aún en primavera eran aquellas en las que un recién nacido necesitaba un entorno propicio. De ahí la leyenda de la cigüeña portadora de bebés, una leyenda que se ha convertido en un símbolo. De hecho, aún hoy, en las tarjetas de felicitación a las nuevas madres aparece una cigüeña en vuelo, con un niño envuelto en su pico.

El Creador dotó a las cigüeñas de instintos superiores, lo que las convierte en aves nobles. Y son tan fieles a la tarea que les asignó la naturaleza que merecen figurar entre las primeras en el “libro de la creación”.

Lo primero que llama la atención es que suelen ser monógamas: una vez que se forma una pareja, permanecen juntas de por vida. Claro que habrá riñas en su existencia, pero éstas nunca conducen a la separación.
Casi siempre vuelven al mismo nido, reconstruyéndolo y enriqueciéndolo. Nunca se cansan de repararlo cada año y mejorarlo, aunque ello requiera esfuerzo y trabajo. Y el nido siempre está en lo alto, en chimeneas, postes eléctricos o campanarios, porque quieren proteger a sus crías de los animales salvajes.
Aunque nadie les ha enseñado, consiguen construir maravillosos nidos que pueden superar los dos metros de diámetro con ramitas y también con otros materiales que encuentran en su radio de vuelo, incluso con textiles y plásticos; no destruyen la naturaleza, sino que reciclan.
La hembra pone de tres a seis huevos, sin preocuparse de cómo mantendrá a sus crías. Una vez puestos los huevos, nunca descuida su deber de criarlos, aunque tenga que enfrentarse a malos tiempos. Si los nidos están cerca de carreteras, el ruido constante de los coches, las vibraciones causadas por los vehículos pesados o sus deslumbrantes luces por la noche no hacen que se marchen. Cuando el sol calienta de forma abrasadora, la cigüeña abre un poco las alas o se mueve de vez en cuando para refrescarse, pero no intenta ponerse a la sombra. Cuando hace frío, sobre todo por la noche, hace todo lo posible para no dejar sus huevos demasiado tiempo a la intemperie. Cuando sopla un viento fuerte, no se deja llevar y hace todo lo posible por mantenerse quieta. Cuando llueve, no se pone a cubierto para protegerse del agua. Y cuando llega incluso una granizada, resiste estoicamente a riesgo de perder la vida, pero no deja de cumplir con su deber.
Y es maravilloso este comportamiento si recordamos los instintos básicos que el Creador ha legado a todo ser vivo. Incluso en los organismos más básicos, los unicelulares, encontramos cuatro instintos básicos: nutrición, excreción, preservación del individuo (autodefensa) y preservación de la especie (reproducción). Y cuando un organismo tiene que elegir si da prioridad a uno de estos instintos, siempre prevalece el de la preservación del individuo, el de la autodefensa.
En el caso de la cigüeña, el hecho de que se quede quieta para proteger sus huevos incluso en las tormentas, incluso cuando hay una granizada que pone en peligro su vida, demuestra que el instinto de conservación de la especie es más fuerte que el de conservación del individuo. Es como si esta ave fuera consciente de que el líquido de esos huevos no es un producto generado del que pueda separarse, sino que dentro del huevo hay una vida que debe proteger a toda costa.

La cría la lleva alternándose con el macho, que no desdeña dar una muda a su consorte para permitirle que se alimente y haga algo de ejercicio. Y esto durante todo el tiempo, algo más de un mes, hasta que los huevos eclosionan y las nuevas criaturas salen a la luz. Tras este período, los padres siguen turnándose para proporcionar un lugar cálido a las crías, alimentarlas durante otros dos meses hasta que empiezan a abandonar el nido. Y hasta las tres semanas las alimentan con comida regurgitada porque sus crías son incapaces de alimentarse por sí mismas de otro modo. Se contentan con lo que encuentran: insectos, ranas, peces, roedores, lagartos, serpientes, crustáceos, gusanos, etc.; no exigen comida. Y al satisfacer esta necesidad de alimentarse, participan en el equilibrio natural, reduciendo plagas agrícolas como los saltamontes.
Aseguran la supervivencia de sus polluelos defendiéndolos de los gorriones depredadores, como los halcones y las águilas, porque saben que son incapaces de reconocer a los agresores o incluso de defenderse.
Las crías, una vez que les han crecido las alas, aprenden a volar y a buscar comida, y poco a poco abandonan el nido, como si fueran conscientes de que ni siquiera hay espacio físico para ellas, ya que el nido es de tamaño limitado. No viven a costa de sus padres, sino que se ocupan. Son aves no posesivas; no marcan su territorio, sino que coexisten pacíficamente con otras.

De este modo, las cigüeñas jóvenes empiezan a vivir como adultas, aunque aún no lo sean. De hecho, para empezar a reproducirse deben esperar su momento, hasta los 4 años, cuando se unen en parejas con otra ave del mismo temperamento, pero del sexo opuesto, y comienzan la aventura de sus vidas. Para ello tendrán que aprender que para sobrevivir deben migrar incluso distancias muy largas, luchando, buscando sus oportunidades de vivir en un lugar durante el verano y en otro durante el invierno. Y para hacerlo con seguridad, tendrán que asociarse con otras cigüeñas, que tienen su misma naturaleza e interés.

Los instintos de estas criaturas no han escapado a la observación humana. Desde la antigüedad, la cigüeña ha sido el símbolo del amor entre padres e hijos. Y es el ave que mejor representa el antiguo vínculo entre el hombre y la naturaleza.
La cigüeña blanca tiene un carácter apacible y por ello es querida por el hombre y es bien vista en todas partes; la abadía de Chiaravalle incluso la quiso en su escudo de armas junto al báculo pastoral y la mitra.
Hoy en día es difícil verla en la naturaleza. No es frecuente ver un nido de cigüeña y menos aún de cerca. Pero a alguien se le ocurrió la idea de utilizar la tecnología para mostrar la vida de estas aves colocando una cámara de vídeo en directo junto a un nido en una carretera. Observar para aprender. El “libro de la naturaleza” tiene mucho que enseñarnos….

cicogna