Una fría mañana de marzo, en un hospital, debido a graves complicaciones, nació una niña mucho antes de lo esperado, tras sólo seis meses de embarazo.
Era una criaturita diminuta y los nuevos padres quedaron dolorosamente conmocionados por las palabras del médico: “No creo que el bebé tenga muchas posibilidades de sobrevivir. Sólo hay un 10% de posibilidades de que sobreviva a la noche, e incluso si eso ocurre por algún milagro, la probabilidad de que tenga complicaciones en el futuro es muy alta”. Paralizados por el miedo, la madre y el padre escucharon las palabras del médico mientras les describía todos los problemas a los que se enfrentaría la niña. Nunca podría andar, hablar, ver, tendría retraso mental y muchas cosas más.
Mamá, papá y su hijo de cinco años habían esperado tanto a esa niña. En pocas horas, vieron todos sus sueños y deseos rotos para siempre.
Pero sus problemas no habían terminado, el sistema nervioso de la pequeña aún no estaba desarrollado. Así que cualquier caricia, beso o abrazo era peligroso, los desconsolados miembros de la familia ni siquiera podían transmitirle su amor, tenían que evitar tocarla.
Los tres se tomaron de la mano y rezaron, formando un pequeño corazón palpitante en el enorme hospital:
“Dios todopoderoso, Señor de la vida, haz tú lo que nosotros no podemos hacer: cuida de la pequeña Diana, abrázala a tu pecho, acúnala y hazle sentir todo nuestro amor”.
Diana era un copito palpitante y poco a poco empezó a mejorar. Pasaron las semanas y la pequeña siguió ganando peso y fortaleciéndose. Finalmente, cuando Diana cumplió dos meses, sus padres pudieron tomarla en brazos por primera vez.
Cinco años después, Diana se había convertido en una niña serena que miraba al futuro con confianza y ganas de vivir. No había signos de deficiencia física o mental, era una niña normal, vivaz y llena de curiosidad.
Pero ahí no acaba la historia.
Una tarde calurosa, en un parque no muy lejos de casa, mientras su hermano jugaba al fútbol con unos amigos, Diana estaba sentada en brazos de su madre. Como siempre, charlaba alegremente, cuando de repente se quedó callada. Apretó los brazos como si abrazara a alguien y preguntó a su mamá: “¿Sientes eso?”.
Oliendo la lluvia en el aire, mamá respondió: “Sí. Huele como cuando va a llover”.
Al cabo de un rato, Diana levantó la cabeza y acariciándose los brazos exclamó: “No, huele como Él. Huele como cuando Dios te abraza fuerte”.
La madre empezó a llorar lágrimas ardientes, mientras la niña correteaba hacia sus amiguitos para jugar con ellos.
Las palabras de su hija habían confirmado lo que la mujer sabía en su corazón desde hacía mucho tiempo. A lo largo de su estancia en el hospital, mientras luchaba por la vida, Dios había cuidado de la niña, abrazándola tan a menudo que su perfume había quedado impreso en la memoria de Diana.
El perfume de Dios permanece en cada niño. ¿Por qué tenemos tanta prisa por borrarlo?
El perfume
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