Hoy hay tanta necesidad de escucha, de diálogo libre y gratuito, de encuentros personales que no juzguen ni condenen, y tanta necesidad de silencio y de presencia en Dios.
Queridos amigos del Boletín Salesiano, no hace mucho he asistido a los funerales del Papa emérito Benedicto XVI. Fue él mismo quien, un año después del inicio de su servicio como Pontífice, escribió la magnífica Encíclica “Deus Caritas est”, y en ella esta afirmación que me parece la esencia de la magnífica fragancia del pensamiento cristiano: “No se empieza a ser cristiano con una decisión ética o una gran idea, sino con el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus Caritas est, 1). Ciertamente esa Persona es Jesucristo.
Y partiendo de esta afirmación Benedicto XVI nos deja afirmaciones como éstas:
– «Jesucristo es la Verdad hecha Persona, que atrae al mundo hacia sí.
– La luz que irradia Jesús es la luz de la verdad. Cualquier otra verdad es un fragmento de la Verdad que es él y a la que se refiere.
– Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él, pierde su orientación, porque sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a una arbitrariedad estéril.
– Con él, uno redescubre la libertad, la reconoce como creada para el bien y la expresa a través de acciones y comportamientos caritativos.
– Por eso Jesús da al hombre pleno conocimiento de la verdad y le invita continuamente a vivir en ella.
– Y nada más que el amor a la verdad puede impulsar la inteligencia humana hacia horizontes inexplorados.
– Jesucristo, que es la plenitud de la verdad, atrae hacia sí el corazón de todo hombre, lo dilata y lo llena de alegría».
En unas pocas frases, sólidas y densas, hay toda una enseñanza cristiana que dista mucho de ser una “moral” o un conjunto de normas frías y rígidas desprovistas de vida. La vida cristiana es ante todo un verdadero encuentro con Dios.
Y eso es lo que he afirmado en el título de este mensaje. En mi opinión y profunda convicción, hay mucha más “sed de Dios” de lo que imaginamos, de lo que parece. No es que quiera cambiar las estadísticas de los estudios sociológicos o dibujar una realidad ficticia. Ciertamente no pretendo hacerlo, pero sí quiero hacer comprender que en el “vis a vis”, en el encuentro “cara a cara” con la vida real de tantas personas, de tantos padres y madres, de tantas familias, de tantos adolescentes y jóvenes, lo que uno encuentra, muy a menudo, es una vida que no es fácil, una vida que hay que “curar” cada día, unas relaciones humanas en las que el amor es deseado y necesario y que hay que cuidar en cada pequeño gesto, en cada pequeño detalle, en cada acción. Y en este “cara a cara” hay tanta necesidad de escucha, de diálogo libre y gratuito, de encuentros personales que no juzguen ni condenen, y tanta necesidad de silencio y de presencia en Dios.
Lo digo con gran convicción. Aquí mismo, en Valdocco-Turín, donde me encuentro, me sorprende y me llena de alegría cuando un grupo de jóvenes toma la iniciativa de invitar a otros jóvenes a una hora de presencia, silencio y oración ante Jesús Eucaristía, es decir, una hora de adoración eucarística, y un centenar de personas -muchos jóvenes- responden a la cita. O en Roma, en el Sagrado Corazón nos reuníamos los jueves por la tarde, y jóvenes y parejas jóvenes, algunos con sus hijos, e incluso parejas de novios estaban presentes en ese momento porque sentían que sus vidas necesitaban ese encuentro con una Persona que da sentido a nuestras vidas.

Y lo he experimentado como ejemplo en muchos países y lugares. Por eso, con esta página le invito a hacer lo que haría Don Bosco. No dudó ni un momento en ofrecer a sus muchachos la experiencia de un encuentro con Jesús. Y ese Dios que es presencia, que es Dios-con-nosotros, como celebramos en Navidad, sigue siendo el mismo Dios que llama, que invita, que tranquiliza en cada encuentro personal, en cada momento de descanso en Él.

Recuerdo una de las muchas “sorpresas” de Don Bosco. Cuenta en sus Memorias: “Entraba en la iglesia desde la sacristía y vi a un joven elevado a la altura del sagrado Tabernáculo, detrás del coro, en el acto de adorar al Santísimo Sacramento, arrodillado en el aire, con la cabeza inclinada y apoyada en la puerta del Tabernáculo, en un dulce éxtasis de amor como un Serafín del Cielo. Le llamé por su nombre y pronto se despertó y bajó al suelo todo alterado, rogándome que no se lo revelara a nadie. Repito que podría contar muchos otros hechos similares para dar a conocer que todo el bien que hace Don Bosco se lo debe especialmente a sus hijos”.
¿Es posible que Jesús siga siendo el mismo Dios que quiere encontrarse con todos nosotros hoy y con muchos otros, o nos da vergüenza y miedo seguir por este camino? ¿Es posible que muchos de nosotros no nos atrevamos a invitar a otros a experimentar lo que nosotros vivimos y que se nos ha dado y ofrecido gratuitamente? ¿Es posible que porque se nos dice que esto no está de moda y que está pasado de moda, nos creamos demasiados mensajes negativos y perdamos la fuerza para dar testimonio de que muchos de nosotros seguimos disfrutando de cada encuentro personal con Aquel que es el Señor de la vida?
El Papa Benedicto estaba convencido de que su vida y su fe eran “justas” y esto es grandioso, un encuentro con su Señor, y así es como el Papa Francisco se despidió de él en las últimas palabras de su homilía: “Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu alegría sea perfecta al escuchar definitivamente y para siempre su voz”.
Sigamos pues promoviendo, amigos míos, esos encuentros de Vida que nos dan vida profunda, porque hay más “sed de Dios” de lo que se dice, de lo que se hace creer.