El inicio del nuevo año, en nuestra liturgia, está iluminado por la antiquísima bendición con la que los sacerdotes israelitas bendecían al pueblo: «El Señor te bendiga y te guarde. El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda gracia; el Señor vuelva su rostro hacia ti y te dé paz».
Queridos amigos y lectores del Boletín Salesiano, estamos al inicio de un año nuevo, así que expresémonos mutuamente los mejores deseos para el tiempo que vendrá, para el tiempo que llega, un regalo que contiene cada otro regalo en el que se desarrolla nuestra vida.
Llenemos, por lo tanto, este deseo de contenidos que lo iluminen. Demos la palabra a Don Bosco que, cuando llegó al seminario de Chieri, se detuvo en el reloj de sol que, aún hoy, se destaca en la pared del patio, y contaba: «Alzando la vista sobre un reloj de sol, leí este verso: Afflictis lentae, celeres gaudentibus horae». Aquí está, le dije al amigo, aquí está nuestro programa: mantengámonos siempre alegres y el tiempo pasará pronto (Memorias Biográficas I,374).
El primer deseo que nos intercambiamos, para vivirlo, es el que Don Bosco nos recuerda: vive bien, vive sereno y transmite serenidad a quienes te rodean, ¡el tiempo tendrá otro valor! Cada momento del tiempo es un tesoro; pero es un tesoro que pasa rápidamente. Siempre Don Bosco amaba comentar: «Los tres enemigos del hombre son: la muerte (que sorprende); el tiempo (que se le escapa), el demonio (que le tiende sus lazos)» (MB V,926).
«Recuerda que ser feliz no es tener un cielo sin tormentas, un camino sin accidentes, trabajo sin esfuerzo, relaciones sin decepciones» recomienda un antiguo deseo. «Ser feliz no es solo celebrar los éxitos, sino aprender lecciones de los fracasos. Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, malentendidos y períodos de crisis. Es agradecer a Dios cada mañana por el milagro de la vida».
Un sabio tenía en su estudio un enorme reloj de péndulo que a cada hora sonaba con solemne lentitud, pero también con gran estruendo.
«¿Pero no le molesta?» preguntó un estudiante.
«No» respondió el sabio. «Porque así, a cada hora, me veo obligado a preguntarme: ¿qué he hecho de la hora que acaba de pasar?».
El tiempo es el único recurso no renovable. Se consume a una velocidad increíble. Sabemos que no tendremos otra oportunidad. Por lo tanto, todo el bien que podamos hacer, el amor, la bondad y la amabilidad de las que somos capaces, debemos donarlas ahora. Porque no volveremos a esta tierra una vez más. Con un perpetuo velo de remordimiento en nuestro interior, sentimos que Alguien nos preguntará: «¿Qué has hecho de todo ese tiempo que te regalé?».
Nuestra esperanza se llama Jesús
En el nuevo tiempo que acabamos de comenzar, las fechas y los números de un calendario son signos convencionales, son signos y números inventados para medir el tiempo. En el paso del año viejo al nuevo año ha cambiado muy poco, y sin embargo, la percepción de un año que termina nos obliga a hacer siempre un balance. ¿Cuánto hemos amado? ¿Cuánto hemos perdido? ¿Cuánto hemos mejorado, o cuánto hemos empeorado? El tiempo que pasa nunca nos deja iguales.
La liturgia, en el surgimiento del nuevo año, tiene una forma propia de hacernos hacer un balance. Lo hace a través de las palabras iniciales del evangelio de Juan; palabras que pueden parecer difíciles pero que en realidad reflejan la profundidad de la vida: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios: todo fue hecho por medio de él, y sin él nada de lo que existe fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; la luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la han recibido”. En el fondo de cada una de nuestras vidas resuena una Palabra más grande que nosotros. Esa es la razón por la que existimos, por la que el mundo existe, por la que todo existe. Esta Palabra, este Verbo, es Dios mismo, es el Hijo, es Jesús. El nombre de la razón por la que hemos sido hechos se llama Jesús.
Él es la verdadera razón por la que todo existe, y es en Él que podemos entender lo que existe. Nuestra vida no debe ser juzgada comparándola con la historia, con sus eventos y su mentalidad. Nuestra vida no puede ser juzgada mirando a nosotros mismos y a nuestra sola experiencia. Nuestra vida es comprensible solo si se la acerca a Jesús. En Él todo adquiere un sentido y un significado, incluso de lo que nos ha sucedido de contradictorio e injusto. Es mirando a Jesús que entendemos algo de nosotros mismos. Lo dice bien un salmo cuando afirma: “A tu luz vemos la luz”.
Esta es la forma de ver el Tiempo según el Corazón de Dios, y nosotros deseamos vivir este tiempo nuevo así.
El nuevo año traerá a todos nosotros, a la familia salesiana, a la Congregación, importantes eventos y novedades. Todo dentro del regalo del Jubileo que en la Iglesia estamos viviendo.
Dentro del espíritu del Jubileo dejemos que nos lleve la Esperanza que es la presencia de Dios en nuestra vida.
El primer mes de este nuevo año, enero, está salpicado de fiestas Salesianas que nos llevan a la Fiesta de Don Bosco, agradezcamos a Dios por esta delicadeza con la que nos permite comenzar el nuevo año.
Dejemos, por lo tanto, la última palabra a Don Bosco y fijemos este su aforismo, para que forje nuestro 2025: Hijitos míos, conserven el tiempo y el tiempo los conservará a ustedes por la eternidad (MB XVIII 482,864).

¡Qué regalo, el tiempo!
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