🕙: 3 min.
image_pdfimage_print

En este año Jubilar, en este mundo difícil, estamos invitados a ponernos de pie, reiniciar y recorrer en novedad de vida nuestro camino de hombres y de creyentes.


El profeta Isaías se dirige a Jerusalén con estas palabras: «Levántate, revístete de luz, porque viene tu luz, la gloria del Señor brilla sobre ti» (Is. 60,1). La invitación del profeta – a levantarse porque viene la luz – parece sorprendente, porque se grita al día siguiente del duro exilio y de las numerosas persecuciones que el pueblo ha experimentado.
Esta invitación, hoy, resuena también para nosotros que celebramos este año Jubilar. En este mundo difícil, también nosotros estamos invitados a ponernos de pie, reiniciar y recorrer en novedad de vida nuestro camino de hombres y de creyentes.
Tanto más ahora que hemos tenido la gracia, sí porque se trata de gracia, de celebrar en el recuerdo litúrgico la Santidad de Juan Bosco. No nos acostumbremos: don Bosco es un gran hombre de Dios, genial y valiente, un incansable apóstol porque discípulo enamorado profundamente de Cristo. ¡Para nosotros un padre!

En la vida tener un padre es importantísimo, en la fe, a la sequela de Cristo, es igual: tener un gran padre es un don inestimable. Lo sientes dentro de ti y su experiencia creyente mueve tu vida. Si es así para don Bosco, ¿por qué no puede ser así también para mí?
Una pregunta existencial que nos pone en movimiento y nos cambia, en el espíritu del Jubileo, convirtiéndonos en personas “renovadas”, “cambiadas”. Este es el sentido profundo de la fiesta de don Bosco que acabamos de celebrar, para todos nosotros: ¡imitar no solo admirar!
En este año Jubilar que estamos viviendo, con el tema de la Esperanza, presencia de Dios, que nos acompaña, don Bosco es un referente claro y fuerte. Hablando de la Esperanza don Bosco escribe, como he retomado en el texto de la Strenna para este año:
«El salesiano» – decía don Bosco, y hablando del salesiano habla a cada uno de nosotros que leemos – «está dispuesto a soportar el calor y el frío, la sed y el hambre, las fatigas y el desprecio cada vez que se trate de la gloria de Dios y de la salvación de las almas»; el sostén interior de esta exigente capacidad ascética es el pensamiento del paraíso como reflejo de la buena conciencia con la que trabaja y vive. «En cada uno de nuestros oficios, en cada uno de nuestros trabajos, pena o desagrado, nunca olvidemos que Él tiene minucioso cuidado de cada cosa más pequeña hecha por su santo nombre, y es de fe que a su tiempo nos compensará con abundante medida. Al final de la vida, cuando nos presentemos ante su divino tribunal, mirándonos con rostro amoroso, Él nos dirá: “Bien, siervo bueno y fiel; porque en lo poco has sido fiel, te haré dueño de lo mucho; entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,21)».
«En las fatigas y en los sufrimientos nunca olvides que tenemos un gran premio preparado en el cielo». Y cuando nuestro Padre dice que el salesiano agotado por el demasiado trabajo representa una victoria para toda la Congregación, parece sugerir incluso una dimensión de comunión fraterna en el premio, ¡casi un sentido comunitario del paraíso!
¡En pie, Salesianos! Así nos lo pide don Bosco.

«Salve, salvando salvados» Don Bosco ha sido uno de los grandes de la esperanza. Hay muchos elementos para demostrarlo. Su espíritu salesiano está todo impregnado de las certezas y de la operosidad características de este audaz dinamismo del Espíritu Santo.
Don Bosco supo traducir en su vida la energía de la esperanza en los dos aspectos: el compromiso por la santificación personal y la misión de salvación para los demás; o mejor – y aquí reside una característica central de su espíritu – la santificación personal a través de la salvación de los otros. Recordemos la famosa fórmula de las tres “S”: «Salve, salvando salvados». Parece un juego mnemotécnico dicho así simplemente, a modo de eslogan pedagógico, pero es profundo e indica cómo los dos aspectos de la santificación personal y de la salvación del prójimo están estrechamente ligados entre sí.
Monseñor Erik Varden afirma: «Aquí y ahora, la esperanza se manifiesta como un destello. Esto no quiere decir que sea irrelevante. La esperanza tiene un contagio bendecido que le permite difundirse de corazón a corazón. Los poderes totalitarios siempre trabajan para borrar la esperanza e inducir a la desesperación. Educarse en la esperanza significa ejercitarse en la libertad. En un poema, Péguy describe la esperanza como la llama de la lámpara del santuario. Esta llama, dice, “ha atravesado la profundidad de las noches”. Nos permite ver lo que es ahora, pero también prever lo que podría ser. Esperar significa apostar nuestra existencia a la posibilidad del devenir. Es un arte que hay que practicar asiduamente en la atmósfera fatalista y determinista en la que vivimos».
¡Que Dios nos conceda vivir así este año Jubilar!
Que todos podamos caminar en este mes con esta visión que “brilla en las tinieblas”, con la Esperanza en el corazón que es la presencia de Dios.
Les encomiendo, en este mes, la oración por nuestra Congregación Salesiana, que se reúne en Capítulo General, acompáñenos todos con su oración y su pensamiento, para que podamos ser fieles, como Salesianos, a lo que quería don Bosco.