Don Bosco escribía por la noche a la luz de la vela, después de un día dedicado a oraciones, charlas, reuniones, estudio, visitas de cortesía. Siempre práctico, tenaz, con una prodigiosa visión de futuro.
“Da mihi animas, cetera tolle” es el lema que inspiró toda la vida y la acción de Don Bosco, desde el Oratorio ambulante de Turín (1844) hasta sus últimas iniciativas en su lecho de muerte (enero de 1888) para que los salesianos fueran a Inglaterra y Ecuador. Pero para él las almas no estaban separadas de los cuerpos, hasta el punto de que desde los años 50 se propuso consagrar su vida para que los jóvenes fueran “felices en la tierra como en el cielo”. Felicidad que, en la tierra, para sus jóvenes “pobres y abandonados” consistía en tener un techo, una familia, una escuela, un patio de recreo, amistades y actividades agradables (juegos, música, teatro, salidas…) y sobre todo una profesión que les garantizara un futuro sereno.
Esto explica los talleres de “artes y oficios” de Valdocco – as futuras escuelas profesionales – que Don Bosco creó de la nada: una auténtica startup, por decirlo en términos actuales. Al principio se había propuesto como primer instructor de sastrería, encuadernación, zapatería… pero el progreso no se detuvo y Don Bosco quiso estar a la vanguardia.
La disponibilidad de la fuerza motriz
A partir de 1868, por iniciativa del alcalde de Turín, Giovanni Filippo Galvagno, parte de las aguas del arroyo Ceronda, que nacía a 1.350 m de altitud, fueron canalizadas por el Canal de Ceronda para distribuirlas a las distintas industrias que estaban surgiendo en la zona norte de la capital piamontesa, la de Valdocco para ser más exactos. El canal se dividió entonces en dos ramales a la altura del barrio de Lucento, el de la derecha, terminado en 1873, tras cruzar la Dora Riparia con un puente canal, continuó su recorrido paralelo a lo que hoy es Corso Regina Margherita y Via San Donato para desembocar después en el Po. Don Bosco, siempre atento a lo que ocurría en la ciudad, solicitó inmediatamente al Ayuntamiento “la concesión de al menos 20 caballos de fuerza hidráulica” del canal que pasaría junto a Valdocco. Una vez concedida la petición, hizo construir a sus expensas las dos calas, dispuso las máquinas en los talleres para que pudieran recibir fácilmente la fuerza motriz e hizo que un ingeniero estudiara los motores necesarios para ello. Cuando todo estuvo listo, el 4 de julio de 1874 solicitó a las autoridades proceder a la conexión a sus expensas. Durante varios meses no recibió respuesta, así que el 7 de noviembre renovó su petición. La respuesta esta vez llegó con bastante rapidez. Parecía positiva, pero antes pidió algunas aclaraciones. Don Bosco contestó en los siguientes términos
“Muy Ilustre Señor Alcalde,
Me apresuro a transmitir a Su Ilustrísimo Señor Alcalde, las aclaraciones que tuve a bien solicitarle en su carta del 19 de este mes, y tengo el honor de notificarle que las industrias a las que se aplicará la fuerza motriz del agua de Ceronda son:
1° Imprenta para la que se emplearán no menos de 100 obreros.
2° Fábrica de pasta de papel con no menos de 26 trabajadores.
3° Fundición tipográfica, extortil, calcografía con trabajadores no menos de 30.
4° Taller de hierro con no menos de 30 trabajadores.
5° Carpinteros, ebanistas, torneros con sierra hidráulica: trabajadores no menos de 40.
Total de trabajadores más de 220”.
Este número incluía instructores y jóvenes estudiantes. Dada la situación, además de estar sometidos a un esfuerzo físico innecesario, no habrían podido resistir la competencia. De hecho, Don Bosco añadía: “Estos trabajos se realizan ahora gracias a una máquina de vapor para la imprenta, pero para los demás talleres se hacen a fuerza de brazos, de tal manera que no podrían resistir la competencia de los que utilizan la fuerza del agua”.
Y para evitar posibles retrasos y temores por parte de las autoridades públicas, ofreció inmediatamente una fianza: “No nos oponemos a depositar una letra de la deuda pública como garantía, tan pronto como pueda saberse cuál debe ser”.
Siempre pensó a lo grande… pero se contentó con lo posible
Tuvo que pensar en el futuro, en nuevos laboratorios, nuevas máquinas y así la demanda de electricidad aumentaría necesariamente. Don Bosco planteó entonces la demanda y así adujo los motivos existenciales y coyunturales:
“Pero si bien acepto la potencia teórica de diez caballos, me veo en la necesidad de observar que esta potencia es totalmente insuficiente para mi necesidad, ya que el proyecto de ejecución, que se está llevando a cabo, se basaba en la potencia de 30 […] como tuve el honor de exponer en mi carta del pasado mes de noviembre. Por esta razón, le ruego que tenga en cuenta las obras ya iniciadas, la naturaleza de este instituto, que vive únicamente de la caridad, el número de trabajadores implicados, el hecho de que hayamos sido de los primeros en inscribirnos y que, por lo tanto, esté dispuesto a concedernos, si no la fuerza de 30 caballos prometida, al menos la mayor cantidad de fuerza de la que aún disponía…”.
“Palabra de sabio”, podría decirse.
Un empresario con éxito
No hemos recibido la cantidad de agua concedida al Oratorio en aquella ocasión. El hecho es que Don Bosco demuestra una vez más esas cualidades de empresario capaz que todo el mundo reconocía entonces y sigue reconociendo hoy en él: una historia de integridad moral, la mezcla adecuada de humildad y confianza en sí mismo, determinación y coraje, capacidad de comunicación y olfato para el futuro. Obviamente, como combustible de todas sus ambiciones y aspiraciones había una única pasión: la de las almas. Tuvo muchos colaboradores, pero de alguna manera todo recayó sobre sus hombros. Prueba tangible de ello son los miles de cartas, de las que aquí publicamos una inédita, corregida y rectificada varias veces: cartas que solía escribir al atardecer o por la noche a la luz de la vela, tras una jornada dedicada a oraciones, charlas, reuniones, estudio, visitas de cortesía. Si de día bosquejaba su proyecto, de noche era capaz de soñar sus desarrollos. Y éstos llegarían en las décadas siguientes, con los cientos de escuelas profesionales salesianas diseminadas por todo el mundo, con decenas de miles de chicos (y luego chicas) que encontrarían en ellas un trampolín hacia un futuro lleno de esperanza.
Almas y caballos de fuerza

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