Hacer el bien a los jóvenes requiere no sólo dedicación, sino también grandes recursos materiales y financieros. Don Bosco solía decir “Confío ilimitadamente en la Divina Providencia, pero también la Providencia quiere ser ayudada por nuestros inmensos esfuerzos”; dicho y hecho.
A sus misioneros que partían, el 11 de noviembre de 1875, Don Bosco les dio 20 preciosos “Recuerdos”. El primero era: “Buscad almas, pero no dinero, ni honores, ni dignidad”.
Don Bosco mismo tuvo que ir en busca de dinero toda su vida, pero quería que sus hijos no se afanaran en buscar dinero, que no se preocuparan cuando les faltara, que no perdieran la cabeza cuando lo encontraran, sino que estuvieran dispuestos a toda humillación y sacrificio en la búsqueda de lo necesario, con plena confianza en la Divina Providencia que nunca les dejaría faltar. Y les dio el ejemplo.
“¡El Santo de los millones!”
Don Bosco manejó en su vida grandes sumas de dinero, reunidas al precio de enormes sacrificios, humillantes búsquedas, laboriosas loterías, incesantes peregrinaciones. Con ese dinero dio pan, vestido, alojamiento y trabajo a muchos chicos pobres, compró casas, abrió hospicios y colegios, construyó iglesias, puso en marcha grandes iniciativas de imprenta y editoriales, lanzó misiones salesianas en América y, finalmente, ya debilitado por los achaques de la vejez, erigió la Basílica del Sagrado Corazón en Roma, obedeciendo al Papa.
No todos comprendieron el espíritu que le animaba, no todos apreciaron sus múltiples actividades y la prensa anticlerical se permitió insinuaciones ridículas. El 4 de abril de 1872, el periódico satírico turinés “Il Fischietto” (“El silbato”) decía que Don Bosco tenía “fabulosos fondos”, mientras que, a su muerte, en el periódico “Il Birichin” (“El pícaro”), Luigi Pietracqua publicó un soneto blasfemo en el que calificaba a Don Bosco de astuto “capaz de sacar sangre de un nabo” y le definía como “el Santo de los millones” porque habría contado millones a puñados sin ganarlos con su propio sudor.
Quienes conocen el estilo de pobreza en el que vivió y murió el Santo pueden comprender fácilmente lo injusta que era la sátira de Pietracqua. Don Bosco fue, sí, un hábil administrador del dinero que le proporcionaba la caridad de los buenos, pero nunca guardó nada para sí. El mobiliario de su pequeña habitación en Valdocco consistía en una cama de hierro, una mesita, una silla y, más tarde, un sofá, sin cortinas en las ventanas, ni alfombras, ni siquiera una pequeña alfombra. En su última enfermedad, atormentado por la sed, cuando le proporcionaron agua mineral para aliviarle, no quería beberla, creyendo que era una bebida cara. Fue necesario asegurarle que sólo costaba siete céntimos la botella. Unos días antes de morir, ordenó a don Viglietti que buscara en los bolsillos de su ropa y le diera a don Rua la cartera, para que pudiera morir sin un céntimo en el bolsillo.
Nobleza filantrópica
Las Memorias Biográficas y el Epistolario de Don Bosco proporcionan una rica documentación sobre sus benefactores. Encontramos allí los nombres de casi 300 familias nobles de las que es imposible dar aquí una lista.
Ciertamente no debemos cometer el error de limitar los benefactores de Don Bosco únicamente a la nobleza. Obtuvo la ayuda y la colaboración desinteresada de miles de personas de la clase eclesiástica y civil, de la burguesía y del pueblo, empezando por esa incomparable benefactora que fue Mamá Margarita.
Nos detenemos en una figura de la nobleza que se distinguió por apoyar la obra de Don Bosco, destacando la actitud sencilla y delicada y, al mismo tiempo, valiente y apostólica que supo mantener para recibir y hacer el bien.
En 1866 Don Bosco dirigió una carta a la condesa Enrichetta Bosco di Ruffino, de soltera Riccardi, que llevaba años en contacto con el Oratorio de Valdocco. Era una de las Damas que se reunían semanalmente para reparar la ropa de los jóvenes internos. He aquí el texto:
“Benemerita Señora Condesa,
No puedo ir a visitar a Vuestra Señoría como desearía, pero voy con la persona de Jesucristo oculta bajo estos harapos que le recomiendo para que en su caridad los remiende. Es algo pobre en el tiempo; pero espero que para usted sea un tesoro para la eternidad.
Que Dios le bendiga a usted, a sus trabajos y a toda su familia, mientras tengo el honor de poder profesarme con toda estima
de V.S.B. Obbl.mo servidor».
Sac. Bosco Gio. Turín, 16 de mayo de 1866

En esta carta Don Bosco se disculpa por no haber podido ir en persona a visitar a la Condesa. A cambio le envía un fardo de ropa vieja de los chicos del Oratorio para …. remendar… ¡unas pobres cosas (en piamontés: basura) ante los hombres, pero un tesoro precioso para los que visten a los desnudos por amor a Cristo!
Hay quien ha querido ver en las relaciones de Don Bosco con los ricos un espíritu cortesano interesado. ¡Pero aquí hay un auténtico espíritu evangélico!