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(continuación del artículo anterior)

Apéndice de cosas diversas


I. La antigua costumbre de consagrar las iglesias

            Una vez construida una iglesia, no es posible cantar en ella los oficios divinos, celebrar el santo sacrificio y otras funciones eclesiásticas, si antes no ha sido bendecida o consagrada. El obispo, con la multiplicidad de cruces y la aspersión de agua bendita, pretende purificar y santificar el lugar con exorcismos contra los malos espíritus. Esta bendición puede ser realizada por el obispo o por un simple sacerdote, pero con ritos diferentes. Cuando se trata de la unción del sagrado crisma y de los santos óleos, la bendición corresponde al obispo, y se llama solemne, real y consecutiva porque tiene el complemento de todas las demás, y más aún porque la materia bendecida y consagrada no puede convertirse en uso profano; de ahí que se llame estrictamente consagración. Si entonces en tales ceremonias sólo se realizan ciertas oraciones con ritos y ceremonias similares, la función puede ser realizada por un sacerdote, y se llama bendición.
            La bendición puede ser realizada por cualquier sacerdote, con el permiso del Ordinario, pero la consagración pertenece al Papa, y sólo al obispo. El rito de consagrar las iglesias es muy antiguo y está lleno de profundos misterios, y Cristo como niño santificó su observancia, mientras que su cabaña y el pesebre se convirtieron en un templo en la ofrenda hecha por los Magos. Así pues, la cueva se convirtió en un templo y el pesebre en un altar. San Cirilo nos dice que por los apóstoles el cenáculo donde recibieron el Espíritu Santo fue consagrado en una iglesia, una sala que también representaba a la Iglesia universal. En efecto, según Nicéforo Calisto, hist. lib. 2, cap. 33, tal era la solicitud de los apóstoles que en todos los lugares donde predicaban el Evangelio consagraban alguna iglesia u oratorio. El pontífice san Clemente I, creado en el año 93, sucesor nada menos que del discípulo de san Pedro, entre sus otras ordenaciones decretó que todos los lugares de oración fueran consagrados a Dios. Ciertamente en tiempos de San Pablo las iglesias estaban consagradas, como algunos de los eruditos, escribiendo a los Corintios en el c. III, ¿aut Ecclesiam Dei contemnitis? San Urbano I, elegido en el año 226, consagró la casa de Santa Cecilia en una iglesia, como escribió Burius in vita eius. San Marcelo I, creado en el año 304, consagró la iglesia de Santa Lucina, como relata el papa San Dámaso. También es cierto que la solemnidad de la pompa, con la que hoy se realiza la consagración, aumentó con el tiempo, después de que Constantino, al restablecer la paz en la Iglesia, construyera suntuosas basílicas. Incluso los templos de los gentiles, antes morada de falsos dioses y nido de mentiras, fueron convertidos en iglesias con la aprobación del piadoso emperador, y consagrados con la santidad de las venerables reliquias de los mártires. Entonces, según las prescripciones de sus predecesores, el papa san Silvestre I estableció el rito solemne, que fue ampliado y confirmado por otros papas, especialmente por san Félix III. San Inocencio I estableció que las iglesias no debían consagrarse más de una vez. El Pontífice San Juan I en su viaje a Constantinopla por los asuntos de los arrianos consagró las iglesias de los herejes como católicas, como leemos en Bernini.


II. Explicación de las principales ceremonias utilizadas en la consagración de iglesias.

            Sería largo describir las explicaciones místicas que los santos Padres y Doctores dan de los ritos y ceremonias de la consagración de las iglesias. Cecconi habla de ellos en los capítulos X y XI, y el padre Galluzzi en el capítulo IV, del que podemos resumir lo siguiente.
            Los sagrados Doctores no dudaron, pues, en afirmar que la consagración de la iglesia es una de las más grandes funciones sagradas eclesiásticas, como se deduce de los sermones de los santos Padres y de los tratados litúrgicos de los autores más famosos, que demuestran la excelencia y nobleza que encierra tan hermosa función, encaminada toda ella a hacer respetar y venerar la casa de Dios. Las vigilias, ayunos y oraciones se predican para preparar los exorcismos contra el demonio. Las reliquias representan a nuestros santos. Y para que las tengamos siempre presentes y en el corazón, se colocan en la caja con tres granos de incienso. La escalera por la que el obispo asciende a la unción de las doce cruces nos recuerda que nuestra meta final y primordial es el Paraíso. Dichas cruces y otras tantas velas significan los doce Apóstoles, los doce Patriarcas y los doce Profetas, que son la guía y los pilares de la Iglesia.
            Además, en la unción de las doce cruces en otros tantos lugares distribuidos por la pared consiste formalmente la consagración, y se dice que la iglesia y sus paredes están consagradas, como señala San Agustín, lib. Agustín, lib. 4, Contra Crescent. La iglesia se cierra para representar la Sión celestial, donde no se entra a menos que se esté purgado de toda imperfección, y con varias oraciones se invoca la ayuda de los santos, y la luz del Espíritu Santo. La vuelta que el obispo da tres veces, en unidad con el clero alrededor de la iglesia, pretende aludir a la vuelta que los sacerdotes daban con el arca alrededor de los muros de Jericó, no para que cayeran los muros de la iglesia, sino para que el orgullo del demonio y su poder se apagaran mediante la invocación a Dios y la repetición de las oraciones sagradas, mucho más eficaces que las trompetas de los antiguos sacerdotes o levitas. Los tres golpes que el obispo da con la punta de su báculo en el umbral de la puerta nos muestran el poder del Redentor sobre su Iglesia, no se trata de la dignidad sacerdotal que ejerce el obispo. El alfabeto griego y latino representa la antigua unión de los dos pueblos producida por la cruz del mismo Redentor; y la escritura que el obispo hace con la punta del báculo significa la doctrina y el ministerio apostólicos. La forma, pues, de esta escritura significa la cruz, que debe ser el objeto ordinario y principal de todo aprendizaje de los fieles cristianos. Significa también la creencia y la fe de Cristo transmitida de los judíos a los gentiles, y de ellos transmitida a nosotros. Todas las bendiciones están llenas de profundo significado, como lo están todas las cosas que se emplean en el augusto servicio. La unción sagrada con la que se impregnan el altar y las paredes de la iglesia significa la gracia del Espíritu Santo, que no puede enriquecer el templo místico de nuestra alma si antes no se limpia de sus manchas. El servicio termina con la bendición al estilo de la santa Iglesia, que siempre comienza sus acciones con la bendición de Dios y las termina con ella, porque todo comienza con Dios y termina en Dios. Se termina con el sacrificio no sólo para cumplir el decreto pontificio de San Higino, sino porque no es una consagración completa donde con la Misa no se consume también completamente incluso la víctima.
            Por la grandeza del rito sagrado, por la elocuencia de su significación mística, se ve fácilmente cuánta importancia le concede la santa Iglesia, nuestra madre, y, por consiguiente, cuánta importancia debemos concederle nosotros. Pero lo que debe aumentar nuestra veneración por la casa del Señor es ver hasta qué punto este rito está fundado e informado por el verdadero espíritu del Señor revelado en el Antiguo Testamento. El espíritu que guía hoy a la Iglesia a rodear de tanta veneración los templos del culto católico es el mismo que inspiró a Jacob a santificar con óleo el lugar donde tuvo la visión de la escalera; es el mismo que inspiró a Moisés y a David, a Salomón y a Judas Macabeo a honrar con ritos especiales los lugares destinados a los misterios divinos. ¡Oh, cuánto nos enseña y consuela esta unión de espíritu de uno y otro Testamento, de una y otra Iglesia! Nos muestra cuánto le gusta a Dios ser adorado e invocado en sus iglesias, así como cuán gustosamente responde a las oraciones que le dirigimos en ellas. ¡Cuánto respeto por un lugar, cuya profanación armó la mano de un Dios con el azote y lo transformó de manso cordero en severo castigador!
            Acudamos, pues, al templo sagrado, pero con frecuencia, pues diaria es la necesidad que tenemos de Dios; intervengamos en él, pero con confianza y con temor religioso. Con confianza, pues allí encontramos a un Padre dispuesto a escucharnos, a multiplicarnos el pan de sus gracias como en el monte, a abrazarnos como al hijo pródigo, a consolarnos como a la mujer cananea, en las necesidades temporales como en las bodas de Caná, en las espirituales como en el Calvario; con temor, porque ese Padre no deja de ser nuestro juez, y si tiene oídos para oír nuestras oraciones, también tiene ojos para ver nuestras ofensas, y si ahora calla como cordero paciente en su tabernáculo, hablará con voz terrible el gran día del juicio. Si le ofendemos fuera de la Iglesia, aún nos quedará la iglesia como refugio para el perdón; pero si le ofendemos dentro de la Iglesia, ¿dónde iremos para ser perdonados?
            En el templo se aplaca la justicia divina, se recibe la misericordia divina, suscepimus divinam misericordiam tuam in medio templi tui. En el templo María y José encontraron a Jesús cuando lo habían perdido, en el templo lo encontraremos si lo buscamos con ese espíritu de santa confianza y santo temor con que María y José lo buscaron.

Copia de la inscripción sellada en la piedra angular de la iglesia dedicada a María Auxiliadora en Valdocco.

D. O. M.

UT VOLUNTATIS ET PIETATIS NOSTRAE
SOLEMNE TESTIMONIUM POSTERIS EXTARET
IN MARIAM AGUSTAM GENITRICEM
CHRISTIANI NOMINIS POTENTEM
TEMPLUM HOC AB INCHOATO EXTRUERE
DIVINA PROVIDENTIA UNICE FRETIS
IN ANIMO FUIT
QUINTA TANDEM CAL. MAI. AN. MDCCCLXV
DUM NOMEN CHRISTIANUM REGERET
SAPIENTIA AC FORTITUDINE
PIUS PAPA IX PONTIFEX MAXIMUS
ANGULAREM AEDIS LAPIDEM
IOAN. ANT. ODO EPISCOPUS SEGUSINORUM
DEUM PRECATUS AQUA LUSTRALI
RITE EXPIAVIT
ET AMADEUS ALLOBROGICUS V. EMM. II FILIUS
EAM PRIMUM IN LOCO SUO CONDIDIT
MAGNO APPARATU AC FREQUENTI CIVIUM CONCURSU
HELLO O VIRGO PARENS
VOLENS PROPITIA TUOS CLIENTES
MAIESTATI TUAE DEVOTOS
E SUPERIS PRAESENTI SOSPITES AUXILIO.

I. B. Francesia scripsit.


Traducción.

Como solemne testimonio puesto a la posteridad de nuestra benevolencia y religión hacia la augusta Madre de Dios María Auxiliadora, resolvimos construir este templo desde los cimientos el día XXVII de abril del año MDCCCLXV, gobernando la Iglesia Católica con sabiduría y fortaleza, el Pontífice Máximo Pío IX bendijo la piedra angular de la iglesia según los ritos religiosos por Giovanni Antonio Odone obispo de Susa y Amedeo de Saboya hijo de Vittorio E. II. II la colocó en su lugar por primera vez en medio de gran pompa y gran afluencia de público. Salve, oh Virgen Madre, socorre benignamente a tus devotos con tu majestad y defiéndelos desde el cielo con eficaz ayuda.


Himno leído en la solemne bendición de la piedra angular.

Cuando el adorador de ídolos
            La guerra fue declarada a Jesús,
            Cuántos mil intrépidos
            ¡La tierra ensangrentó!
            De feroces luchas indemne
            De Dios la Iglesia que surgió
            Aún propaga su vida
            De un mar a otro.

Y aún se jacta de sus mártires
            Este humilde valle,
            Aquí murió Octavio,
            Aquí cayó Solutor.
            ¡Hermosa victoria inmortal!
            Sobre el sangriento césped
            De mártires se ensalza
            Tal vez el altar divino.

Y aquí la afligida juventud
            Abre sus suspiros,
            Un refrigerio para su alma
            Encuentra en sus mártires;
            Aquí la viuda despreciada
            De devoto y santo corazón
            Deposita su humilde llanto
            En el seno del Rey de Reyes,

Y a ti, que vences soberanamente
            Más que mil espadas,
            A ti que ostentas glorias
            En todos los ámbitos,
            A Ti poderoso y humilde
            A Quien todo el nombre habla,
            MARÍA, AUXILIO,
            Templo elevamos a Ti.

Así, oh Virgen misericordiosa,
            sé grande para tus devotos,
            Sobre ellos en copia
            derrama tus favores.
            Ya con tierna pupila
            La joven PRÍNCIPE mira
            que aspira a tus laureles,
            ¡Oh Madre del redentor!

El de mente y carácter
            De noble sentimiento,
            A ti se entrega, oh Virgen,
            De años en flor;
            Él con mirada asidua
            Te canta canciones sagradas,
            Y ahora anhela los brazos
            El rugido de siempre.

El de Amadeus la gloria,
            Las grandes virtudes de Umberto
            Guarda en su corazón, y recuerda
            Su celeste corona;
            Y de las nubes blancas,
            De los equipos celestiales
            De la Madre bendita
            Escucha el piadoso discurso.

Querido y amado Príncipe,
            Una hueste de santos héroes,
            ¿Qué benéfico pensamiento
            te trae aquí entre nosotros?
            Utiliza a la aureada realeza
            Del excelso esplendor del mundo
            De miserable escualidez
            ¿Te dignaste visitar?

Hermosa esperanza para el pueblo,
            En medio del cual vienes,
            Que tus días vivan
            Tranquilos, dulces y serenos:
            Nunca sobre tu joven cabeza
            Sobre tu alma segura
            Que no chille la desgracia,
            Que ningún día amargo amanezca.

Sabio y celoso prelado,
            y nobles señores,
            ¿Cuánto gustan al Eterno
            Vuestros santos ardores?
            Bendita vida y plácida
            Vive quien por el decoro
            Del Templo su tesoro
            O la obra prodigó.

¡Oh dulce y piadoso espectáculo!
            ¡Oh día memorable!
            ¡Día más bello y noble!
            ¿Qué se ha visto y cuándo?
            Bien hablas a mi alma:
            De este aún más bello
            Seguramente será el día
            Que el Templo se abre al cielo.

En el difícil trabajo
            Dorados beneficios,
            Y pronto llegará a su fin,
            Con alegría en Dios descansas;
            Y entonces fundiendo fervorosamente
            En mi cítara una canción:
            Alabaremos al Santo
            A la Fortaleza de Israel.

(continuación)