(continuación del artículo anterior)
Gracias obtenidas por intercesión de María Auxiliadora.
I. Gracia recibida de María Auxiliadora.
Corría el año de Nuestro Señor de 1866, cuando en el mes de octubre mi esposa fue atacada por una gravísima enfermedad, es decir, por una gran inflamación unida a un gran estreñimiento, y con parásitos. En esta dolorosa coyuntura, se recurrió en primer lugar a los expertos en la materia, que no tardaron en declarar que la enfermedad era muy peligrosa. Viendo que la enfermedad se agravaba mucho, y que los remedios humanos de poco o nada servían, sugerí a mi compañera que se encomendase a María Auxiliadora, y que ciertamente le concedería la salud si era necesario para el alma; al mismo tiempo añadí la promesa de que si obtenía la salud, en cuanto estuviese terminada la iglesia que se estaba construyendo en Turín, nos llevase a las dos a visitarla y hacer alguna oblación. A esta propuesta respondió que podía encomendarse a algún Santuario más cercano para no verse obligada a ir tan lejos; a esta respuesta le dije que no había que fijarse tanto en la comodidad como en la grandeza del beneficio que se esperaba.
Entonces ella se recomendó y prometió lo que se proponía. ¡Oh poder de María! No habían pasado aún 30 minutos desde que había hecho su promesa cuando, al preguntarle cómo se encontraba, me dijo: Estoy mucho mejor, mi mente está más libre, mi estómago ya no está oprimido, siento antojo de hielo, que antes tanto me apetecía, y tengo más necesidad de caldo, que antes tanto me apetecía.
A estas palabras me sentí nacer a una nueva vida, y si no hubiera sido de noche, habría salido inmediatamente de mi habitación para publicar la gracia recibida de la Santísima Virgen María. El hecho es que pasó la noche tranquilamente, y a la mañana siguiente apareció el médico y la declaró libre de todo peligro. ¿Quién la curó sino María Auxiliadora? De hecho, a los pocos días abandonó la cama y se dedicó a las tareas domésticas. Ahora esperamos ansiosamente la terminación de la iglesia dedicada a ella, y cumplir así la promesa hecha.
He escrito esto, como humilde hijo de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, y deseo que se le dé toda la publicidad que se juzgue buena para mayor gloria de Dios y de la augusta Madre del Salvador.
COSTAMAGNA Luigi
de Caramagna.
II. María Auxiliadora Protectora del campo.
Mornese es un pequeño pueblo de la diócesis de Acqui, provincia de Alessandria, de unos mil habitantes. Este pueblo nuestro, como tantos otros, estaba tristemente asolado por maleza criptógama, que durante más de veinte años había devorado casi toda la cosecha de uva, nuestra principal riqueza. Ya habíamos recurrido a otros y otros específicos para conjurar ese mal, pero en vano. Cuando corrió la voz de que algunos campesinos de los pueblos vecinos habían prometido una parte del fruto de sus viñedos para la continuación de las obras de la iglesia dedicada a María Auxiliadora en Turín, se vieron maravillosamente favorecidos y tuvieron uvas en abundancia. Movidos por la esperanza de una mejor cosecha y aún más animados por el pensamiento de contribuir a una obra de religión, los Mornesini decidimos ofrecer la décima parte de nuestra cosecha para este fin. La protección de la Santísima Virgen se hizo sentir entre nosotros de un modo verdaderamente misericordioso. Tuvimos la abundancia de tiempos más felices, y nos sentimos muy felices de poder ofrecer escrupulosamente en especie o en dinero lo que habíamos prometido. En la ocasión en que el jefe de obras de aquella iglesia invitada vino entre nosotros para recoger las ofrendas, se produjo una fiesta de verdadera alegría y exultación pública.
Parecía profundamente conmovido por la prontitud y el desinterés con que se hacían las ofrendas, y por las palabras cristianas con que iban acompañadas. Pero uno de nuestros patriotas, en nombre de todos, habló en voz alta de lo que estaba ocurriendo. Nosotros, dijo, debemos grandes cosas a la Santísima Virgen Auxiliadora. El año pasado, muchas personas de este país, al tener que ir a la guerra, se pusieron todas bajo la protección de María Auxiliadora, la mayoría con una medalla al cuello, fueron valientemente, y tuvieron que afrontar los más graves peligros, pero ninguna cayó víctima de ese azote del Señor. Además, en los países vecinos hubo una plaga de cólera, granizo y sequía, y nosotros nos libramos de todo. Apenas hubo cosechas de nuestros vecinos, y nosotros fuimos bendecidos con tal abundancia que no se había visto en veinte años. Por estas razones nos alegramos de poder manifestar de este modo nuestra indeleble gratitud a la gran Protectora de la humanidad.
Creo ser fiel intérprete de mis conciudadanos al afirmar que lo que hemos hecho ahora, lo haremos también en el futuro, convencidos de que así nos haremos cada vez más dignos de las bendiciones celestiales.
25 de marzo de 1868
Un habitante de Mornese.
III. Pronta recuperación.
El joven Bonetti Giovanni de Asti en el internado de Lanzo tuvo el siguiente favor. La tarde del 23 de diciembre pasado, entró de repente en la habitación del director con pasos inseguros y rostro angustiado. Se acercó a él, apoyó su persona contra la del piadoso sacerdote y con la mano derecha arrugó la frente sin decir palabra. Asombrado al verle tan convulso, le sostiene y, sentándole, le pregunta qué desea. A las repetidas preguntas el pobrecito sólo respondía con suspiros cada vez más agobiados y profundos. Entonces le miró más de cerca a la frente, y vio que sus ojos estaban inmóviles, sus labios pálidos, y su cuerpo al dejar que el peso de su cabeza amenazara con caer. Viendo entonces en qué peligro de vida se encontraba el joven, mandó llamar rápidamente a un médico. Mientras tanto, la enfermedad se agravaba a cada momento que pasaba, su fisonomía había tomado un aspecto falso y ya no parecía el mismo de antes, sus brazos, piernas y frente estaban helados, la flema le asfixiaba, su respiración se hacía cada vez más corta y sus muñecas sólo se podían sentir ligeramente. Duró en este estado cinco dolorosas horas.
Llegó el médico, le aplicó varios remedios, pero siempre en vano. Se acabó, dijo el médico con tristeza, antes de la mañana este joven estará muerto.
Así, desafiando las esperanzas humanas, el buen sacerdote se dirigió al cielo, rogándole que si no era su voluntad que el joven viviera, al menos le concediera un poco de tiempo para confesarse y comulgar. Tomó entonces una pequeña medalla de María Auxiliadora. Las gracias que ya había obtenido invocando a la Virgen con aquella medalla eran muchas, y aumentaban su esperanza de obtener ayuda de la celestial Protectora. Lleno de confianza en Ella, se arrodilló, se puso la medalla en el corazón y, junto con otras personas piadosas que habían acudido, rezó algunas oraciones a María y al Santísimo Sacramento. Y María escuchaba con tanta confianza las oraciones que le elevaban. La respiración del pequeño Juan se hizo más libre, y sus ojos, que habían estado como petrificados, se volvieron cariñosamente para mirar y agradecer a los espectadores el cuidado compasivo que le estaban dando. La mejoría no tardó en llegar, es más, todos consideraron segura la curación. El propio médico, asombrado por lo ocurrido, exclamó: Ha sido la gracia de Dios la que ha obrado la salud. En mi larga carrera he visto un gran número de enfermos y moribundos, pero a ninguno de los que estaban en el punto de Bonetti vi recuperarse. Sin la intervención benéfica del cielo, esto es para mí un hecho inexplicable. Y la ciencia, acostumbrada hoy a romper ese admirable lazo que la une a Dios, le rindió humilde homenaje, juzgándose impotente para lograr lo que sólo Dios logró. El joven que fue objeto de la gloria de la Virgen continúa hasta el día de hoy muy y muy bien. Dice y predica a todos que debe su vida doblemente a Dios y a su poderosísima Madre, de cuya válida intercesión obtuvo la gracia. Se consideraría ingrato de corazón si no diese público testimonio de gratitud, y así invitase a otros y otras desgraciados que en este valle de lágrimas sufren y van en busca de consuelo y ayuda.
(Del periódico: La Virgen).
IV. María Auxiliadora libera a uno de sus devotos de un fuerte dolor de muelas.
En una casa de educación de Turín se encontraba un joven de 19 o 20 años, que desde hacía varios días sufría un severo dolor en los dientes. Todo lo que el arte médico suele sugerir en tales casos ya había sido utilizado sin éxito. El pobre joven se hallaba, pues, en tal punto de exacerbación, que despertaba la compasión de cuantos le oían. Si el día le parecía horrible, eterna y desgraciadísima era la noche, en la que sólo podía cerrar los ojos para dormir durante breves e interrumpidos momentos. ¡Qué deplorable era su estado! Continuó así durante algún tiempo; pero en la noche del 29 de abril, la enfermedad pareció volverse furiosa. El joven gemía sin cesar en su lecho, suspiraba y gritaba a voz en cuello sin que nadie pudiera aliviarle. Sus compañeros, preocupados por su desdichado estado, se dirigieron al director para preguntarle si se dignaba venir a consolarlo. Vino, e intentó con palabras devolverle la calma que él y sus compañeros necesitaban para poder descansar. Pero tan grande era la furia del mal, que él, aunque muy obediente, no podía cesar en su lamento; diciendo que no sabía si aún en el mismo infierno se podía sufrir dolor más cruel. El superior pensó entonces bien en ponerlo bajo la protección de María Auxiliadora, a cuyo honor se levanta también un majestuoso templo en esta nuestra ciudad. Todos nos arrodillamos y rezamos una breve oración. Pero, ¿qué? La ayuda de María no se hizo esperar. Cuando el sacerdote impartió la bendición al desolado joven, éste se tranquilizó al instante y cayó en un sueño profundo y plácido. En aquel instante nos asaltó la terrible sospecha de que el pobre joven había sucumbido al mal, pero no, ya se había dormido profundamente, y María había escuchado la oración de su devoto, y Dios la bendición de su ministro.
Pasaron varios meses, y el joven aquejado del dolor de muelas no volvió a sufrirlo.
(Del mismo).
V. Algunas maravillas de María Auxiliadora.
Creo que su noble periódico se fijará bien en algunos de los acontecimientos que han tenido lugar entre nosotros, y que expongo en honor de María Auxiliadora. Seleccionaré sólo algunos de los que he presenciado en esta ciudad, omitiendo muchos otros que se cuentan todos los días.
El primero se refiere a una señora de Milán que desde hacía cinco meses estaba consumida por una pulmonía unida a una postración total de la economía vital.
Pasando por estas partes, el Sacerdote B… le aconsejó que recurriera a María Auxiliadora, mediante una novena de oración en su honor, con la promesa de alguna oblación para continuar los trabajos de la iglesia que se estaba construyendo en Turín bajo la advocación de María Auxiliadora. Esta oblación sólo debía hacerse una vez obtenida la gracia.
¡Una maravilla que contar! Aquel mismo día, la enferma pudo reanudar sus ocupaciones ordinarias y serias, comiendo toda clase de alimentos, dando paseos, entrando y saliendo libremente de casa, como si nunca hubiera estado enferma. Cuando terminó la novena, se encontraba en un estado de salud florida, como nunca recordaba haber disfrutado antes.
Otra Señora padecía desde hacía tres años una enfermedad palpitante, con muchos inconvenientes que van unidos a esta enfermedad. Pero la llegada de unas fiebres y una especie de hidropesía la habían inmovilizado en la cama. Su enfermedad había llegado a tal punto que cuando el mencionado sacerdote le dio la bendición, su marido tuvo que levantar la mano para que ella pudiera persignarse. También se le recomendó una novena en honor de Jesús Sacramentado y María Auxiliadora, con la promesa de alguna oblación para el citado edificio sagrado, pero después de cumplida la gracia. El mismo día en que terminó la novena, la enferma quedó libre de toda dolencia, y ella misma pudo compilar el relato de su enfermedad, en el que leo lo siguiente:
“María Auxiliadora me ha curado de una enfermedad, para la cual todas las invenciones del arte se consideraban inútiles. Hoy, último día de la novena, estoy libre de toda enfermedad, y voy a la mesa con mi familia, cosa que no había podido hacer durante tres años. Mientras viva, no dejaré de magnificar el poder y la bondad de la augusta Reina del Cielo, y me esforzaré por promover su culto, especialmente en la iglesia que se está construyendo en Turín”.
Permítaseme añadir aún otro hecho más maravilloso que los anteriores.
Un joven en la flor de la vida estaba en medio de una de las carreras más luminosas de las ciencias, cuando le sobrevino una cruel enfermedad en una de sus manos. A pesar de todos los tratamientos, de todas las atenciones de los médicos más acreditados, no se pudo obtener ninguna mejoría, ni detener el progreso de la enfermedad. Todas las conclusiones de los expertos en la materia coincidían en que la amputación era necesaria para evitar la ruina total del cuerpo. Asustado por esta sentencia, decidió recurrir a María Auxiliadora, aplicando los mismos remedios espirituales que otros habían practicado con tanto fruto. La agudeza de los dolores cesó al instante, las heridas se mitigaron y en poco tiempo la curación pareció completa. Quien quisiera satisfacer su curiosidad podía admirar aquella mano con las hendiduras y los agujeros de las llagas cicatrizadas, que recordaban la gravedad de su enfermedad y la maravillosa curación de la misma. Quiso ir a Turín para realizar su oblación en persona, para demostrar aún más su gratitud a la augusta Reina del Cielo.
Todavía tengo muchas otras historias de este tipo, que le contaré en otras cartas, si considera que es material apropiado para su publicación periódica. Le ruego que omita los nombres de las personas a quienes se refieren los hechos, para no exponerlas a preguntas y observaciones importunas. Sin embargo, que estos hechos sirvan para reavivar más y más entre los cristianos la confianza en la protección de María Auxiliadora, para aumentar sus devotos en la tierra y para tener un día una corona más gloriosa de sus devotos en el cielo.
(De Vera Buona Novella de Florencia).
Con aprobación eclesiástica.
Fin