Este año se cumple el 25 aniversario del paso a la eternidad del Siervo de Dios P. Andrej Majcen. Profesor en Radna, llegó a las filas de los Salesianos por amor a los jóvenes. Una vida de entrega.
Lo primero es que don Andrej amaba mucho a los jóvenes: por ellos consagró su vida a Dios como salesiano, como sacerdote, como misionero. Ser salesiano no significa sólo dar la vida a Dios: significa dar la vida por los jóvenes. Por eso, sin los jóvenes, don Andrej Majcen no habría sido salesiano, sacerdote, misionero: por los jóvenes hizo opciones exigentes, aceptando condiciones de pobreza, penurias, preocupaciones, para que «sus muchachos» encontraran un techo, un plato que les llenara el estómago y una luz que les guiara en la existencia.
Así pues, el primer mensaje es que el padre Majcen ama a los jóvenes e intercede por ellos.
El segundo es que Andrej era un joven capaz de escuchar. Nacido en 1904, aún niño durante la Primera Guerra Mundial, enfermo y pobre, marcado por la muerte de un hermano pequeño, Andrej guardaba en su corazón grandes deseos y sobre todo muchas preguntas: estaba abierto a la vida y quería comprender por qué merecía ser vivida. Nunca descartó las preguntas y siempre se empeñó en buscar respuestas, incluso en entornos distintos al suyo, sin cerrazones ni prejuicios. Al mismo tiempo, Andrej era dócil: prestaba atención a lo que le decían y preguntaban su madre, su padre, sus educadores… Andrej confiaba en que los demás pudieran tener algunas respuestas a sus preguntas y que en sus sugerencias no hubiera un deseo de sustituirle, sino de indicarle una dirección que luego él seguiría en su propia libertad y por su propio pie.
Su papá, por ejemplo, le aconsejó que fuera siempre bueno con todo el mundo y que nunca se arrepentiría. Trabajó para el juzgado, se ocupó de casos testamentarios, de muchas cosas difíciles en las que la gente suele pelearse y hasta los lazos más sagrados se ven ofendidos. De su papá, Andrej aprendió a ser bueno, a traer la paz, a reconciliar las tensiones, a no juzgar, a estar en el mundo (con sus tensiones y contradicciones) como una persona justa. Andrej escuchaba a su papá y confiaba en él.
Su mamá era una gran mujer de oración (Andrej la consideraba una religiosa en el mundo y le confiaba que no había alcanzado su devoción ni siquiera como religiosa). En su adolescencia, cuando podría haber perdido el contacto con las ideas y las ideologías, ella le pedía que fuera a la iglesia unos momentos cada día. Nada en particular, ni demasiado tiempo: “Cuando vayas a la escuela, no olvides entrar un momento en la iglesia franciscana.Puedes entrar por una puerta y salir por la otra; haces la señal de la cruz con agua bendita, rezas una breve oración y te encomiendas a María”. Andrej obedeció a su madre y todos los días acudía a saludar a María a la iglesia, a pesar de que «ahí fuera» le esperaban muchos compañeros y animados debates. Andrej escuchó y confió en su madre, y descubrió que ahí estaban las raíces de muchas cosas, había un vínculo con María que le acompañaría para siempre. Son estas pequeñas gotas las que cavan grandes profundidades en nosotros, ¡casi sin darnos cuenta!
Un profesor le invitó a ir a la biblioteca y allí le dieron un libro con los Aforismos de Th.G. Masaryk: político, hombre de gobierno, hoy diríamos un “laico”. Andrej leyó ese libro y fue decisivo para su crecimiento. Allí descubrió lo que significaba un cierto trabajo sobre sí mismo, la formación del carácter, el compromiso. Andrej escuchó los consejos y escuchó a Masaryk, sin dejarse influir demasiado por su “Currículum”, sino viendo lo bueno incluso en alguien alejado de la forma de pensar católica de su propia familia. Descubrió que existen valores humanos universales y que hay una dimensión de compromiso y seriedad que es “terreno común” para todos.
Profesor en los Salesianos, en Radna, el joven Majcen escuchó por fin a quienes -de distintas maneras- le dieron la idea de una posible consagración. Había muchas razones por las que Andrej podría haberse echado atrás: la inversión de la familia en su educación; el trabajo que había encontrado sólo unos meses antes; tener que dejarlo todo y exponerse a una incertidumbre total si fracasaba… Era en aquel momento un joven que miraba hacia el futuro, que no se había planteado aquella propuesta. Al mismo tiempo, buscaba algo más y diferente y, como hombre y como maestro, se dio cuenta de que los Salesianos no sólo enseñaban, sino que orientaban a Jesús, Maestro de Vida. La pedagogía de Don Bosco era para él esa “pieza” que le faltaba. Andrej escuchó la propuesta vocacional, afrontó una dura lucha durante la oración, de rodillas, y decidió solicitar la admisión al noviciado: no dejó pasar mucho tiempo, pero pensó seriamente, rezó y dijo que sí. No dejó pasar la oportunidad, no dejó pasar el momento…: escuchó, confió, decidió aceptando y sabiendo tan poco de lo que se iba a encontrar.
A menudo todos creemos que nos vemos bien en nuestra propia vida, que tenemos las claves de ella, su secreto: a veces, sin embargo, son precisamente los demás los que nos invitan a enderezar la mirada, el oído y el corazón, mostrándonos caminos hacia los que nunca habríamos ido por nuestra cuenta. Si estas personas son buenas y quieren nuestro bien, obedecerlas es importante: ahí reside el secreto de la felicidad. Don Majcen confió, no desperdició años, no desperdició la vida… Dijo sí. Decidir a tiempo era también el gran secreto recomendado por Don Bosco.
Lo tercero es que Andrej Majcen se dejaba sorprender. Siempre acogió bien las sorpresas, las propuestas y los cambios: el encuentro con los Salesianos, por ejemplo; luego el encuentro con un misionero que le hizo arder en deseos de poder gastarse por los demás en una tierra lejana. También recibió algunas sorpresas no tan buenas: va a China y allí está el comunismo; le echan, entra en Vietnam del Norte y el comunismo también hace daño allí; le echan, sigue hacia el sur, luego llega a Vietnam del Sur; pero el comunismo también llega a esa zona y le echan otra vez (¡parece una película de acción, con una larga persecución con sirenas ululando!). Vuelve a casa, a su querida Eslovenia, y -entretanto- allí se establece el régimen comunista, hay persecución de la Iglesia. ¿Qué es esto? ¿Una broma? Andrej no se quejó. Vivió durante décadas en países en guerra o en situaciones de riesgo, con persecuciones, emergencias, lutos… Durmió durante más de veinte años mientras al otro lado de la ventana, allí, disparaban… Otras veces lloraba… Sin embargo -aunque tenía puestos de responsabilidad y tantas vidas que salvar- casi siempre estaba sereno, con una hermosa sonrisa, tanta alegría y amor en su corazón. ¿Cómo lo hacía?
No ponía su corazón en los acontecimientos externos, en las cosas, en lo que no se puede controlar o.… en sus propios planes (“tiene que ser así porque yo lo he decidido”: cuando «no es así» entras en crisis). Había puesto su corazón en Dios, en la Congregación y en sus queridos jóvenes. Entonces era verdaderamente libre, el mundo podía caer, pero las raíces estaban a salvo. Las raíces estaban en las relaciones, en una buena manera de gastarse por los demás; los cimientos estaban en algo que no pasa.
Tantas veces, basta con que nos muevan una pequeña cosa para que nos enfademos porque no está de acuerdo con nuestras necesidades, deseos, planes o expectativas. Andrej Majcen me dice, nos dice: “¡sé libre!”, “confía tu corazón a quien no te lo robará ni lo dañará”, “¡construye sobre algo que permanecerá para siempre!”, “entonces serás feliz, aunque te lo quiten todo y siempre tendrás el TODO”.
Lo cuarto es que don Andrej Majcen hacía bien el examen de conciencia. Cada día se examinaba a sí mismo para ver en qué había obrado bien, menos bien o mal. Cuando tenía ocasión (es decir, cuando ya no había bombas cerca de su casa o el Viet Cong a poca distancia, etc.) cogía un cuaderno, anotaba preguntas, reflexionaba sobre la Palabra de Dios, verificaba que la había puesto en práctica… Se interrogaba a sí mismo.
Hoy vivimos en una sociedad que da mucha importancia a la exterioridad: también es un don (por ejemplo, cuidarse, vestirse con corrección, presentarse bien), pero no lo es todo. Hay que escarbar dentro de uno mismo, profundizar -quizá con la ayuda de alguien.
Andrej siempre ha tenido el valor de mirarse a la cara, de mirar dentro de su corazón y de su conciencia, de pedir perdón. Al hacerlo, se ha encontrado con algunos aspectos poco bellos de sí mismo, sobre los que trabajar y confiar: pero también ha visto mucho bien, belleza, pureza, amor que, de otro modo, habrían permanecido “bajo el radar”.
Muchas veces, ¡hace falta más valor para viajar dentro de uno mismo que para ir al otro lado del mundo! Don Andrej Majcen afrontó ambos viajes: desde Eslovenia llegó al Lejano Oriente y, sin embargo, el itinerario más exigente permaneció siempre -hasta el final- dentro de su propio corazón.
San Agustín, un joven que buscó la verdad de tantas maneras antes de encontrarla en la persona de Jesús, dentro de sí mismo, dice: “Noli foras ire, redi in te ipsum, in interiore homini habitat veritas” (“No quieras ir fuera, vuelve dentro de ti, la verdad habita en la interioridad del hombre”).
Y así concluyo con un pequeño ejercicio de latín: una lengua muy querida por nuestro Andrej y vinculada a su discernimiento vocacional. Pero eso sería…, al menos por ahora, ¡otra historia!
El Siervo de Dios Andrej Majcen: un salesiano todo para los jóvenes
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