“Sed buenos, confiad en Dios y el paraíso será vuestro” (Beato Miguel RUA)
El beato Miguel Rua (1837-1910), primer sucesor de Don Bosco, como han demostrado los estudios, las investigaciones y los congresos desarrollados con ocasión del centenario de su muerte, va más allá del estereotipo tradicional de ser una “copia de Don Bosco”, a veces con rasgos menos atractivos o incluso en oposición al fundador, para dar a conocer una figura más completa, armoniosa y simpática.
Don Rua es la consagración y la exaltación de los orígenes salesianos. Fue testimoniado en los procesos: “Don Rua no debe ser colocado en las filas de los seguidores ordinarios de Don Bosco, ni siquiera de los más fervorosos, porque él precede a todos ellos como un perfecto ejemplar, y por esta razón todos aquellos que quieran conocer bien a Don Bosco deben también estudiarlo, porque el siervo de Dios hizo un estudio sobre Don Bosco que nadie más puede hacer”. Nadie como él comprendió e interpretó al fundador en su acción educativa, eclesial y en su espiritualidad. La vocación y el ideal de Don Rua fueron la vida, las intenciones, las obras, las virtudes, la santidad del padre y guía de su existencia juvenil, sacerdotal y religiosa. Don Rua sigue siendo de vital relevancia para el mundo salesiano.
Cuando se trató de encontrar al director de la primera casa fuera de Turín, en Mirabello Monferrato en 1863, Don Bosco eligió a Don Rua “admirando en él, además de su conducta ejemplar, su infatigable trabajo, su gran experiencia y espíritu de sacrificio que se diría inenarrable, así como sus buenas maneras, tanto que era querido por todos”. Más directamente el P. Cerruti, después de afirmar que había encontrado en el joven director el retrato y la imagen del Padre (Don Bosco), atestigua: “Recuerdo siempre aquella incansable laboriosidad suya, aquella prudencia tan fina y delicada de gobierno, aquel celo por el bien no sólo religioso y moral, sino intelectual y físico de los hermanos y jóvenes que le estaban confiados. Estos aspectos resumen y encarnan el lema salesiano “trabajo y templanza”. Un verdadero discípulo de Don Bosco verbo et opere, en una admirable síntesis de oración y trabajo. Un discípulo que siguió a su maestro desde su más tierna infancia, haciéndolo todo a medias, asimilando de forma vital el espíritu de sus orígenes carismáticos; un hijo que se sintió engendrado por un amor único, como tantos de los primeros muchachos del Oratorio de Valdocco, que decidieron “quedarse con Don Bosco” y entre los que destacaron de forma paradigmática los tres primeros sucesores del padre y maestro de los jóvenes: don Miguel Rua, don Pablo Albera, don Felipe Rinaldi.
1. Algunos rasgos de la vida virtuosa de don Rua, expresión de continuidad y fidelidad
Se trata de la tradición de quien recibe un don y a su vez lo transmite, tratando de no dispersar el dinamismo y la vitalidad apostólica, espiritual y afectiva que debe impregnar las instituciones y las obras. Don Bosco ya lo había intuido: “Si Dios me dijera: Prepárate que has de morir y elige un sucesor porque no quiero que fracase la Obra que iniciaste y pide para este sucesor cuantas gracias, virtudes, dones y carismas creas necesarios, para que pueda desempeñar bien su cargo, que yo se lo daré todo, te aseguro que no sabría qué pedir al Señor para este fin, porque ya veo que don Rua ya lo posee todo”. Era el fruto de una asidua frecuentación, de atesorar cada consejo, de un estudio continuo en observar y anotar cada acto, cada palabra, cada ideal de Don Bosco.
Conducta ejemplar
Es significativo el testimonio del coadjutor salesiano Giuseppe Balestra, asistente personal de don Rua. Balestra estaba muy atento a los aspectos de la vida cotidiana y en ellos supo captar los rasgos de una santidad en plenitud que marcaría también su camino religioso. Todavía hoy en las habitaciones de Don Bosco se puede ver el sofá que durante 20 años fue la cama del Beato Miguel Rua. Habiendo sucedido a Don Bosco, y ocupado su lugar en esta habitación, Don Rua nunca quiso tener su propia cama. Por la noche, el Coadjutor Balestra extendía dos sábanas sobre ese sofá, en el que solía dormir Don Rua. Por la mañana, las sábanas estaban dobladas y el sofá recuperaba su forma habitual. “Tengo la convicción de que el siervo de Dios era un santo, porque en los 11 años que tuve la suerte de vivir a su lado y de observarle continuamente, he encontrado siempre y en todas las cosas la mayor perfección; de ahí mi convicción de que era fidelísimo en el cumplimiento de todos sus deberes y, por tanto, en la más exacta observancia de todos los Mandamientos de Dios, de la Iglesia y de las obligaciones de su propio estado”.
1.2. Trabajo incansable, laboriosidad infatigable y actividad extraordinaria
Parece increíble que un hombre de cuerpo tan frágil, con una salud de todo menos florida, haya podido emprender una actividad tan intensa e incansable, tan vasta, interesándose por los sectores más diversos del apostolado salesiano, promoviendo y llevando a cabo iniciativas que, si en su momento parecieron extraordinarias y audaces, hoy son también una indicación y un acicate muy válidos. Esta laboriosidad incansable, rasgo típico de la espiritualidad salesiana, fue reconocida en Don Rua por Don Bosco desde su juventud, como atestigua don Lemoyne: “Es verdad, en el oratorio se trabaja mucho, pero no es el trabajo la causa de la muerte. Sólo hay uno aquí en el Oratorio que, sin la ayuda de Dios, debería morir de fatiga, y es don Rua, que siempre sigue trabajando más que los demás”.
Esta dedicación al trabajo era una expresión del espíritu y de la práctica de la pobreza que distinguió singularmente la vida y las acciones de don Rua: “Amaba inmensamente la pobreza, que le era compañera muy grata desde la infancia y cuyo espíritu poseía a la perfección… La practicaba con alegría”. La práctica de la pobreza, expresada de muchas formas, subrayaba el valor del ejemplo de vida y de tener en cuenta la Providencia divina. Amonestaba: “Persuadíos de que a un fin mucho más elevado tienden mis exhortaciones, se trata de hacer que reine entre nosotros el verdadero espíritu de pobreza, al que estamos obligados por voto. Si no se cuida la economía, y se da demasiado a nuestro cuerpo en tratamientos, en vestidos, en viajes, en comodidades, ¿cómo podremos tener fervor en las prácticas de piedad? ¿Cómo estar dispuestos a los sacrificios inherentes a la vida salesiana? Sería imposible progresar realmente en la perfección, imposible ser verdaderos hijos de Don Bosco”.
1.3. Gran experiencia y prudencia de gobierno
La prudencia define mejor que ninguna otra cualidad el perfil virtuoso del beato Miguel Rua: desde su más tierna infancia se propuso seguir a San Juan Bosco, apresurándose bajo su guía a abrazar el estado religioso; se formó a sí mismo mediante una asidua meditación y un diligente examen de conciencia; rehuyó la ociosidad, trabajó incansablemente por el bien y llevó una vida irreprochable. Y lo siguió siendo como sacerdote, educador, vicario superior y sucesor de Don Bosco.
En el ámbito de una Congregación dedicada a la educación de los jóvenes introdujo en el proceso formativo la práctica del aprendizaje, un período de tres años durante el cual los jóvenes salesianos “eran enviados a las casas para desempeñar diferentes tareas, pero sobre todo como ayudantes o profesores, con el fin principal de que pudieran convivir con los jóvenes, estudiar su mentalidad, crecer con ellos, y esto bajo la guía y supervisión del catequista y Director”. Ofreció también indicaciones precisas y directrices claras en los más variados campos de la misión salesiana, con espíritu de vigilancia evangélica.
Este ejercicio de prudencia se caracterizó por una docilidad al Espíritu y una marcada capacidad de discernimiento respecto a las personas llamadas a desempeñar cargos de responsabilidad, especialmente en el campo de la formación y del gobierno de las casas e inspectorías, respecto a las obras y a las diversas situaciones; como cuando, por ejemplo, eligió a don Pablo Albera como Visitador de las casas de América o a don Felipe Rinaldi como Prefecto General. “Inculcaba a todos los hermanos, especialmente a los directores y provinciales, la exacta observancia de las Reglas, el cumplimiento ejemplar de las prácticas piadosas y siempre el ejercicio de la caridad; y él mismo precedía a todos con el ejemplo, diciendo: ‘Un medio de ganarse la confianza de los empleados es no descuidar nunca los propios deberes”.
La práctica de la prudencia, especialmente en el ejercicio del gobierno, produjo como fruto la confianza filial de los hermanos en él, considerándolo como un experto consejero y director del espíritu, no sólo para las cosas del alma, sino también para las cosas materiales: “La prudencia del siervo de Dios brilló de modo extraordinario al conservar celosamente el secreto confidencial, que enterraba en su alma. Observaba con la mayor cautela el secreto de la correspondencia personal: se trataba de una confesión general, y por eso los hermanos se acercaban a él con gran confianza, porque respondía a todos de la manera más delicada”.
1.4. “Sacerdote del Papa”
Esta expresión del Papa Juan XXIII ante la urna de Don Bosco en 1959, expresa muy bien cómo Don Rua en la estela de Don Bosco en su caminar cotidiano veía y encontraba en el Papa la luz y la guía para su acción. “La Providencia reservó a don Rua pruebas aún más duras y yo diría heroicas de esta fidelidad y docilidad a Don Bosco. Durante su rectorado llegaron de la Santa Sede varios decretos que parecían romper tradiciones consideradas importantes y características de nuestro espíritu en la Congregación. Don Rua, aun sintiendo profundamente el golpe de las repentinas medidas y sintiéndose afligido por ellas, se hizo inmediatamente paladín de la obediencia a las disposiciones de la Santa Sede, invitando a los Salesianos, como verdaderos hijos de la Iglesia y de Don Bosco, a aceptarlas con serenidad y confianza».
Este es uno de los elementos de maduración del carisma salesiano en la obediencia a la Iglesia y en la fidelidad al fundador. Ciertamente fue una prueba muy exigente, pero que forjó tanto la santidad de Don Rua como el sentire cum ecclesia y esa fidelidad al Papa de toda la Congregación y Familia Salesiana, que en Don Bosco eran notas características e imprescindibles. Obediencia hecha de fe, de amor, traducida en servicio humilde pero cordial, en espíritu de docilidad filial y fidelidad a las enseñanzas y directrices del Santo Padre.
Es interesante constatar cómo incluso en el proceso de beatificación Don Rua fue a medias con Don Bosco, pero no según un estereotipo repetitivo, sino con originalidad, poniendo de relieve precisamente aquellos aspectos que en el proceso de Don Bosco habían suscitado las animadversiones más controvertidas: “Alguna sorpresa y perplejidad puede suscitar la conclusión más evidente a la que se llega comparando las dos Posiciones, es decir, el hecho de que las mismas virtudes más frecuentemente invocadas para delinear la santidad de Don Rua son las constantemente cuestionadas para impugnar la santidad de Don Bosco. Es cierto, en efecto, que son precisamente la prudencia, la templanza y la pobreza los «caballos de batalla» de las animadversiones recogidas en la Positio del Fundador”.
La tradición segura del Beato Miguel Rua (1/2)
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