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            Don Lemoyne en su prefacio a la vida de Mamá Margarita nos deja un retrato verdaderamente singular: “No describiremos acontecimientos extraordinarios o heroicos, sino que retrataremos una vida sencilla, constante en la práctica del bien, vigilante en la educación de sus hijos, resignada y previsora en las angustias de la vida, resuelta en todo lo que el deber le imponía. No rica, pero con corazón de reina; no instruida en ciencias profanas, sino educada en el santo temor de Dios; privada a temprana edad de los que habían de ser su sostén, pero segura con la energía de su voluntad apoyada en la ayuda celestial, pudo cumplir felizmente la misión que Dios le había confiado”.
            Con estas palabras, se nos ofrecen las piezas de un mosaico y un lienzo sobre los que podemos construir la aventura del Espíritu que el Señor regaló a esta mujer que, dócil al Espíritu, se arremangó y afrontó la vida con fe laboriosa y caridad maternal. Seguiremos las etapas de esta aventura con la categoría bíblica de “éxodo”, expresión de un auténtico camino en la obediencia de la fe. También Mamá Margarita vivió su “éxodo”, también ella caminó hacia “una tierra prometida”, atravesando el desierto y superando las pruebas. Vemos este camino reflejado a la luz de la relación con su hijo y según dos dinámicas típicas de la vida en el Espíritu: una menos visible, constituida por el dinamismo interior del cambio de sí mismo, condición previa e indispensable para ayudar a los demás; otra más inmediata y documentable: la capacidad de arremangarse para amar al prójimo en la carne, acudiendo en ayuda de los necesitados.

1. Éxodo de Capriglio a la granja de Biglione
            Margarita fue educada en la fe, vivió y murió en la fe. “Dios estaba en el primer plano de todos sus pensamientos”. Sentía que vivía en la presencia de Dios y expresaba esta convicción con la afirmación que era habitual en ella: ‘Dios te ve’. Todo le hablaba de la paternidad de Dios y era grande su confianza en la Providencia, mostrando gratitud a Dios por los dones recibidos y gratitud a todos los que eran instrumentos de la Providencia. Margarita pasó su vida en una continua e incesante búsqueda de la voluntad de Dios, único criterio operativo para sus elecciones y acciones.
            A los 23 años se casa con Francisco Bosco, viudo a los 27, con su hijo Antonio y su madre semiparalizada. Margarita se convierte no sólo en esposa, sino en madre adoptiva y ayuda de su suegra. Este paso es el más importante para los esposos porque saben bien que haber recibido santamente el sacramento del matrimonio es para ellos fuente de muchas bendiciones: para la serenidad y la paz en la familia, para los futuros hijos, para el trabajo y para superar los momentos difíciles de la vida. Margarita vive fiel y fructíferamente su matrimonio con Francisco Bosco. Sus anillos serán signo de una fecundidad que se extenderá a la familia fundada por su hijo Juan. Todo ello despertará en Don Bosco y sus muchachos un gran sentimiento de gratitud y amor hacia esta pareja de santos esposos y padres.

2. Éxodo de la granja Biglione a los Becchi
            Sólo después de cinco años de matrimonio, en 1817, murió su marido Francisco. Don Bosco recordaba que, al salir de la habitación, su madre, llorando, “me tomó de la mano”, y lo condujo fuera. He aquí el icono espiritual y educativo de esta madre. Toma a su hijo de la mano y lo lleva fuera. Ya desde este momento existe ese “tomar de la mano”, que unirá a madre e hijo tanto en el camino vocacional como en la misión educativa.
            Margarita se encuentra en una situación muy difícil desde el punto de vista emocional y económico, incluyendo una disputa pretextada por la familia Biglione. Hay deudas que pagar, duro trabajo en el campo y una terrible hambruna que afrontar, pero ella vive todas estas pruebas con gran fe y confianza incondicional en la Providencia.
            La viudez le abre una nueva vocación como educadora atenta y solícita de sus hijos. Se dedica a su familia con tenacidad y valentía, rechazando una ventajosa propuesta de matrimonio. “Dios me dio un marido y me lo quitó; cuando murió me confió tres hijos, y sería una madre cruel si los abandonara cuando más me necesitan… El tutor… es un amigo, yo soy la madre de mis hijos; nunca los abandonaré, aunque quieras darme todo el oro del mundo”.

            Educa a sus hijos con sabiduría, anticipándose a la inspiración pedagógica del Sistema Preventivo. Es una mujer que ha hecho la elección de Dios y sabe transmitir a sus hijos, en su vida cotidiana, el sentido de su presencia. Lo hace de forma sencilla, espontánea, incisiva, aprovechando cada pequeña oportunidad para educarles a vivir a la luz de la fe. Lo hace anticipando aquel método “de la palabra al oído” que Don Bosco utilizaría más tarde con los muchachos para llamarlos a la vida de la gracia, a la presencia de Dios. Lo hace ayudándoles a reconocer en las criaturas la obra del Creador, que es un Padre providencial y bueno. Lo hace relatando los hechos del Evangelio y la vida de los santos.
            La educación cristiana. Prepara a sus hijos para recibir los sacramentos, transmitiéndoles un vivo sentido de la grandeza de los misterios de Dios. Juan Bosco recibió la Primera Comunión en la Pascua de 1826: “Oh querido hijo, éste ha sido un gran día para ti. Estoy convencido de que Dios ha tomado verdaderamente posesión de tu corazón. Ahora prométele hacer todo lo posible para que sigas siendo bueno hasta el final de tu vida”. Estas palabras de Mamá Margarita hacen de ella una verdadera madre espiritual de sus hijos, especialmente de Juan, que se mostrará enseguida sensible a estas enseñanzas, que tienen el sabor de una verdadera iniciación, expresión de la capacidad de introducir el misterio de la gracia en una mujer iletrada, pero rica en la sabiduría de los niños.
            La fe en Dios se refleja en la exigencia de rectitud moral que practica consigo misma e inculca a sus hijos. “Contra el pecado había declarado una guerra perpetua. No sólo aborrecía lo que era malo, sino que se esforzaba por alejar la ofensa del Señor incluso de aquellos que no le pertenecían. Por eso estaba siempre alerta contra el escándalo, cautelosa, pero decidida y a costa de cualquier sacrificio”.
            El corazón que anima la vida de Mamá Margarita es un inmenso amor y devoción hacia la Santísima Eucaristía. Ella experimenta su valor salvífico y redentor en su participación en el santo sacrificio y en la aceptación de las pruebas de la vida. A esta fe y amor educa a sus hijos desde pequeños, transmitiéndoles esa convicción espiritual y educativa que encontrará en Don Bosco un sacerdote enamorado de la Eucaristía y que hará de ella un pilar de su sistema educativo.

            La fe encontró expresión en la vida de oración y en particular la oración en común en familia. Madre Margarita encontró la fuerza de una buena educación en una vida cristiana intensa y solícita. Ella guía con el ejemplo y orienta con la palabra. En su escuela Juanito aprende así de forma vital el poder preventivo de la gracia de Dios. “La instrucción religiosa, que una madre imparte con la palabra, con el ejemplo, comparando la conducta de su hijo con los preceptos particulares del catecismo, hace que la práctica de la Religión se convierta en algo normal y que el pecado sea rechazado por instinto, del mismo modo que la bondad es amada por instinto. Ser bueno se convierte en un hábito, y la virtud no cuesta mucho esfuerzo. Un niño así educado debe hacerse violencia a sí mismo para volverse malo. Margarita conocía el poder de tal educación cristiana y cómo la ley de Dios, enseñada en el catecismo cada noche y recordada con frecuencia incluso durante el día, era el medio seguro de hacer que los niños fueran obedientes a los preceptos de su madre. Por eso repetía las preguntas y respuestas tantas veces como era necesario para que los niños las aprendieran de memoria”.

            Testimonio de caridad. En su pobreza, practicaba la hospitalidad con alegría, sin hacer distinciones ni exclusiones; ayudaba a los pobres, visitaba a los enfermos, y sus hijos aprendieron de ella a amar desmesuradamente a los más pequeños. “Tenía un carácter muy sensible, pero esta sensibilidad se transmutaba de tal manera en caridad que se la podía llamar con razón la madre de los necesitados”. Esta caridad se manifestaba en una marcada capacidad para comprender las situaciones, para tratar con las personas, para tomar las decisiones adecuadas en el momento oportuno, para evitar los excesos y para mantener en todo momento un gran equilibrio: “Una mujer de mucho sentido común” (Don Giacinto Ballesio). La sensatez de sus enseñanzas, su coherencia personal y su firmeza sin ira llegan al alma de los niños. Proverbios y refranes florecen con facilidad en sus labios y en ellos condensa preceptos de vida: “Mala lavandera nunca encuentra buena piedra”; “Quien a los veinte no sabe, a los treinta no hace y necio morirá”; “la conciencia es como una cosquilla, quien la siente y quien no”.
            En particular hay que subrayar que Juan Bosco iba a ser un gran educador de muchachos, “porque había tenido una madre que le había educado la afectividad. Una madre buena, simpática, fuerte. Con mucho amor educó su corazón. No se puede entender a Don Bosco sin mamá Margarita. No se le puede entender”. Mamá Margarita contribuyó con su mediación materna a la obra del Espíritu en el modelado y formación del corazón de su hijo. Don Bosco aprendió a amar, como él mismo declaró, dentro de la Iglesia, gracias a Mamá Margarita y con la intervención sobrenatural de María, que le fue dada por Jesús como “Madre y Maestra”.

3. El éxodo de los Becchi a la granja de los Moglia
            Un momento de gran prueba para Margarita es la difícil relación entre sus hijos. «Los tres hijos de Margarita, Antonio, José y Juan, eran diferentes en temperamento e inclinaciones. Antonio era tosco de modales, de poca o ninguna delicadeza de sentimientos, un exagerado violento, un verdadero retrato del ¡A mí no me importa! Vivía de la intimidación. A menudo se dejaba llevar y pegaba a sus hermanitos, y mamá Margarita tenía que correr para quitárselos de las manos. Sin embargo, nunca utilizó la fuerza para defenderlos y, fiel a su máxima, jamás le toco un pelo a Antonio. Es de imaginar el dominio que Margarita tenía sobre sí misma para contener la voz de la sangre y el amor que profesaba a José y Juan. Antonio había estado medio escolarizado y había aprendido a leer y escribir, pero se jactaba de no haber estudiado ni ido nunca a la escuela. No tenía aptitudes para los estudios, hacía los trabajos del campo.
            Por otra parte, Antonio se encontraba en una situación particularmente difícil: mayor que su edad, estaba herido en su doble condición de huérfano de padre y de madre. A pesar de su intemperancia, era generalmente sumiso, gracias a la actitud de Mamá Margarita, que conseguía dominarlo con la bondad del razonamiento. Con el tiempo, desgraciadamente, crecerá su intolerancia hacia Juanito en particular, que no se dejaba someter fácilmente, y también sus reacciones hacia Mamá Margarita se harán más duras y a veces pesadas. En particular, Antonio no acepta que Juanito se dedique a los estudios y las tensiones llegarán a un punto culminante: “Quiero acabar con esta gramática. He venido grande y gordo, nunca he visto estos libros”. Antonio es hijo de su tiempo y de su condición campesina y no puede entender ni aceptar que su hermano pueda dedicarse a sus estudios. Todos están disgustados, pero la que más sufre es Mamá Margarita, implicada personalmente y con la guerra en casa día tras día: “Mi madre estaba angustiada, yo lloraba, el capellán afligido”.

            Ante los celos y la hostilidad de Antonio, Margarita busca una solución al conflicto familiar, enviando a Juanito a la granja de los Moglia durante unos dos años y luego, ante la resistencia de Antonio, dispone con firmeza la división de la propiedad para que Juan pueda estudiar. Por supuesto, es sólo Juan, de 12 años, quien abandona el hogar, pero también la Madre experimenta este profundo desapego. No olvidemos que Don Bosco en sus Memorias del Oratorio no habla de este periodo. Tal silencio sugiere una experiencia difícil de procesar, siendo en ese momento un niño de doce años, obligado a dejar su casa porque no podía vivir con su hermano. Juan sufrió en silencio, esperando la hora de la Providencia y con él a Mamá Margarita, que no quiso cerrar el camino de su hijo, sino abrirlo por vías especiales, confiándolo a una buena familia. La solución tomada por la madre y aceptada por el hijo fue una opción temporal en vista de una solución definitiva. Era confianza y abandono en Dios. Madre e hijo viven una temporada de espera.

(continuación)

P. Pierluigi CAMERONI
Salesiano de Don Bosco, experto en hagiografía, autor de varios libros salesianos. Es Postulador General de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco.