(continuación del artículo anterior)
4. Éxodo hacia el sacerdocio del hijo
Desde el sueño de los nueve años, cuando es la única que intuye la vocación de su hijo, “quién sabe, tal vez llegue a ser sacerdote”, es la más convencida y tenaz partidaria de la vocación de su hijo, afrontando por ello humillaciones y sacrificios: “Su madre entonces, que quería sostenerlo a costa de cualquier sacrificio, no dudó en tomar la resolución de hacerlo frecuentar las escuelas públicas de Chieri al año siguiente. Se preocupó entonces de encontrar personas verdaderamente cristianas con las que pudiera colocarlo en un internado”. Margarita siguió discretamente el camino vocacional y formativo de Juan, en medio de graves apuros económicos.
Siempre le dejó libertad en sus elecciones y no condicionó en absoluto su camino hacia el sacerdocio, pero cuando el párroco intentó convencer a Margarita de por qué Juan no elegía la vida religiosa, para garantizarle seguridad económica y ayuda, ella tendió inmediatamente la mano a su hijo y pronunció unas palabras que quedarían grabadas en el corazón de Don Bosco para el resto de su vida: “Sólo quiero que examines bien el paso que quieres dar, y que luego sigas tu vocación sin mirar a nadie”. El párroco quería que te disuadiera de esta decisión, en vista de la necesidad que podría tener en el futuro de tu ayuda. Pero yo digo: Yo no tengo nada que ver con estas cosas, porque Dios es lo primero. No te preocupes por mí. No quiero nada de ti; no espero nada de ti. Piensa bien: nací en la pobreza, he vivido en la pobreza, quiero morir en la pobreza. De hecho te lo protesto. Si decides hacerte sacerdote secular y por desgracia te haces rico, no vendré a hacerte ni una sola visita, es más, no volveré a pisar tu casa. Recuérdalo bien”.
Pero en este camino vocacional, no deja de ser fuerte con su hijo, recordándole, con ocasión de su partida para el seminario de Chieri, las exigencias de la vida sacerdotal: “Juan mío, has vestido el hábito sacerdotal; siento todo el consuelo que una madre puede sentir por la buena fortuna de su hijo. Pero recuerda que no es el hábito lo que honra tu estado, sino la práctica de la virtud. Si alguna vez llegas a dudar de tu vocación, ¡ah, por piedad, no deshonres este hábito! Déjalo pronto. Amo más a un pobre campesino, que a un hijo sacerdote descuidado en sus deberes”. Don Bosco no olvidaría nunca estas palabras de su madre, expresión a la vez de la conciencia de su dignidad sacerdotal y fruto de una vida profundamente recta y santa.
El día de la Primera Misa de Don Bosco, Margarita volvió a hacerse presente con palabras inspiradas por el Espíritu, que expresaban tanto el auténtico valor del ministerio sacerdotal como la entrega total de su hijo a su misión, sin fingimientos ni peticiones: “Eres sacerdote; dices Misa; a partir de aquí estás más cerca de Jesucristo. Recuerda, sin embargo, que empezar a decir Misa es empezar a sufrir. No te darás cuenta enseguida, pero poco a poco verás que tu madre te ha dicho la verdad. Estoy seguro de que rezarás por mí todos los días, tanto si aún vivo como si ya he muerto; eso me basta. A partir de ahora piensa sólo en la salud de las almas y no pienses en mí”. Renuncia por completo a su hijo para ofrecerlo al servicio de la Iglesia. Pero al perderlo lo vuelve a encontrar, compartiendo su misión educativa y pastoral entre los jóvenes.
5. Éxodo de los Becchi a Valdocco
Don Bosco había apreciado y reconocido los grandes valores que había sacado de su familia: la sabiduría campesina, la sana astucia, el sentido del trabajo, la esencialidad de las cosas, la laboriosidad para ponerse manos a la obra, el optimismo a ultranza, la resiliencia en los momentos de infortunio, la capacidad de recuperarse después de los golpes, la alegría siempre y en todo caso, el espíritu de solidaridad, la fe viva, la verdad y la intensidad del afecto, el gusto por la acogida y la hospitalidad; todos bienes que había encontrado en casa y que le habían construido de esa manera. Está tan marcado por esta experiencia que, cuando piensa en una institución educativa para sus hijos varones, no quiere otro nombre que el de ‘hogar’ y define el espíritu que debía imprimirle con la expresión ‘espíritu de familia’. Y para darle la impronta adecuada, le pide a Mamá Margarita, ya anciana y cansada, que abandone la tranquilidad de su casita en las colinas, para bajar a la ciudad y hacerse cargo de aquellos chicos recogidos de la calle, aquellos que le darían no pocas preocupaciones y penas. Pero ella va para ayudar a Don Bosco y para ser madre de aquellos que ya no tienen familia ni afectos. Si Juan Bosco aprende en la escuela de Mamá Margarita el arte de amar concretamente, generosamente, desinteresadamente y hacia todos, su madre compartirá la elección de su hijo de consagrar su vida a la salvación de los jóvenes hasta el final. Esta comunión de espíritu y de acción entre hijo y madre marca el inicio de la obra salesiana, implicando a muchas personas en esta aventura divina. Llegado a una situación de paz, acepta, ya no joven, dejar la vida tranquila y la seguridad de los Becchi, para ir a Turín, en un suburbio y en una casa despojada. Fue un verdadero cambio en su vida.
Entonces Don Bosco, después de pensar y repensar cómo salir de las dificultades, fue a hablar con su párroco de Castelnuovo, contándole su necesidad y sus temores.
– ¡Tienes a tu madre! El párroco le respondió sin dudarlo un instante: haz que venga contigo a Turín.
Don Bosco, que había previsto esta respuesta, quiso hacer algunas reflexiones, pero Don Cinzano replicó:
– Llévate a tu madre contigo. No encontrarás a nadie mejor que ella para la obra. Ten la seguridad de que tendrás un ángel a tu lado. Don Bosco volvió a casa convencido de las razones que le había expuesto el sacerdote. Sin embargo, dos razones lo retenían. La primera era la vida de privaciones y cambio de costumbres, a la que naturalmente tendría que someterse su madre en aquella nueva posición. La segunda, la repugnancia que le producía proponer a su madre un cargo que de alguna manera la hubiera hecho depender de él. Para Don Bosco su madre lo era todo, y con su hermano José estaba acostumbrado a mantener todos sus deseos como ley incuestionable. Sin embargo, después de pensar y rezar, viendo que no le quedaba otra opción, concluyó:
– Mi madre es una santa, ¡así que puedo declararme a ella!
Así que un día la llevó aparte y le habló así:
– He decidido, oh madre, volver a Turín entre mis queridos jóvenes. A partir de ahora, como ya no me alojaré en el Refugio, necesitaré una persona de ayuda; pero el lugar donde tendré que vivir en Valdocco, a causa de ciertas personas que viven cerca de allí, es muy arriesgado, y no me deja tranquilo. Necesito, pues, tener a mi lado una salvaguardia que aleje de las personas malévolas todo motivo de sospecha y de chismorreo. Sólo tú podrías quitarme todo temor; ¿no vendrías de buen grado a quedarte conmigo? Ante esta salida imprevista, la piadosa mujer se quedó un tanto pensativa, y luego contestó:
– Mi querido hijo, puedes imaginarte cuánto me cuesta el corazón dejar esta casa, a tu hermano y a los demás seres queridos; pero si te parece que tal cosa puede agradar al Señor estoy dispuesta a seguirte. Don Bosco se lo aseguró, y dándole las gracias, concluyó:
– Arreglemos entonces las cosas, y después de la fiesta de los Santos nos iremos. Margarita fue a vivir con su hijo, no para llevar una vida más cómoda y agradable, sino para compartir con él las penurias y sufrimientos de cientos de muchachos pobres y abandonados; fue allí, no atraída por la codicia del dinero, sino por el amor a Dios y a las almas, porque sabía que la parte del sagrado ministerio que Don Bosco había asumido, lejos de proporcionarle recursos o ganancias, le obligaba a gastar sus propios bienes, y también a buscar limosnas. Ella no se detuvo; al contrario, admirando el valor y el celo de su hijo, se sintió aún más animada a ser su compañera e imitadora, hasta su muerte.
Margarita vivió en el Oratorio aportando ese calor maternal y sabiduría de mujer profundamente cristiana, entrega heroica a su hijo en tiempos difíciles para su salud y seguridad física, ejerciendo así una auténtica maternidad espiritual y material hacia su hijo sacerdote. De hecho, se instala en Valdocco no sólo para cooperar en la obra iniciada por su hijo, sino también para disipar cualquier ocasión de calumnia que pudiera surgir de la proximidad de locales equívocos.
Abandona la tranquila seguridad del hogar de José para aventurarse con su hijo en una misión nada fácil y arriesgada. Vive su tiempo en una dedicación sin reservas a los jóvenes ‘de los que fue madre’. Amaba a los muchachos del oratorio como a sus propios hijos y trabajaba por su bienestar, educación y vida espiritual, dando al oratorio ese ambiente familiar que sería característico de las casas salesianas desde el principio. “Si existe la santidad de los éxtasis y las visiones, existe también la de las ollas que limpiar y los calcetines que remendar. Mamá Margarita era una santa así”.
En sus relaciones con los niños era ejemplar, distinguiéndose por su finura en la caridad y su humildad en el servicio, reservándose para sí las ocupaciones más humildes. Su intuición de madre y de mujer espiritual le llevó a reconocer en Domingo Savio una extraordinaria obra de gracia.
Sin embargo, incluso en el Oratorio no faltaron las pruebas y cuando hubo un momento de vacilación debido a la dureza de la experiencia, causada por una vida muy exigente, la mirada al Crucifijo señalado por su hijo fue suficiente para infundirle nueva energía: “Desde ese instante no escapó de sus labios ninguna palabra de lamento. En efecto, a partir de entonces pareció insensible a esas miserias”.
Don Rua resumió bien el testimonio de Mamá Margarita en el oratorio, con quien vivió cuatro años: “Mujer verdaderamente cristiana, piadosa, de corazón generoso y valiente, prudente, que se dedicó por entero a la buena educación de sus hijos y de su familia adoptiva”.
6. Éxodo a la casa del Padre
Nació pobre. Vivió pobre. Murió pobre con el único vestido que usaba; en su bolsillo había 12 liras destinadas a comprar uno nuevo, que nunca compró.
Incluso en la hora de la muerte, se dirigió a su amado hijo y le dejó palabras dignas de la mujer sabia: “Ten mucha confianza en los que trabajan contigo en la viña del Señor… Ten cuidado que muchos en vez de la gloria de Dios buscan su propia utilidad…. No busquéis la elegancia ni el esplendor en las obras. Buscad la gloria de Dios; tened como base la pobreza de obras. Muchos aman la pobreza en los demás, pero no en sí mismos. La enseñanza más eficaz es que seamos los primeros en hacer lo que ordenamos a los demás”.
Margarita, que había consagrado a Juan a la Santísima Virgen, a la que le había encomendado al comienzo de sus estudios, recomendándole la devoción y la propagación del amor a María, le tranquilizaba ahora: “La Virgen no dejará de guiar sus asuntos”.
Toda su vida fue una entrega total. En su lecho de muerte pudo decir: “He hecho toda mi parte”. Murió a los 68 años en el Oratorio de Valdocco, el 25 de noviembre de 1856. Los chicos del Oratorio la acompañaron al cementerio, llorándola como ‘Mamá’.
Don Bosco, entristecido, dijo a Pietro Enria: “Hemos perdido a nuestra madre, pero estoy seguro de que nos ayudará desde el Cielo. Era una santa”. Y el mismo Enria añadió: “Don Bosco no exageró al llamarla santa, porque se sacrificó por nosotros y fue una verdadera madre para todos nosotros”.
Para concluir
Mamá Margarita fue una mujer rica de vida interior y de fe granítica, sensible y dócil a la voz del Espíritu, dispuesta a captar y realizar la voluntad de Dios, atenta a los problemas del prójimo, disponible para proveer a las necesidades de los más pobres y especialmente de los jóvenes abandonados. Don Bosco recordaría siempre las enseñanzas y lo que había aprendido en la escuela de su madre y esta tradición marcaría su sistema educativo y su espiritualidad. Don Bosco había experimentado que la formación de su personalidad estaba vitalmente enraizada en el extraordinario clima de entrega y bondad de su familia; por eso quiso reproducir en su obra sus cualidades más significativas. Margarita entrelazó su vida con la de su hijo y con los inicios de la obra salesiana: fue la primera ‘Cooperadora’ de Don Bosco; con activa bondad se convirtió en el elemento materno del Sistema Preventivo. En la escuela de Don Bosco y de Mamá Margarita esto significa cuidar la formación de las conciencias, educar a la fortaleza de la vida virtuosa en la lucha, sin rebajas ni compromisos, contra el pecado, con la ayuda de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, creciendo en la docilidad personal, familiar y comunitaria a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo para fortalecer las razones del bien y testimoniar la belleza de la fe.
Para toda la Familia Salesiana, este testimonio es una ulterior invitación a asumir una atención privilegiada a la familia en la pastoral juvenil, formando e implicando a los padres en la acción educativa y evangelizadora de sus hijos, valorando su contribución en los itinerarios de educación afectiva y favoreciendo nuevas formas de evangelización y de catequesis de y a través de las familias. Mamá Margarita es hoy un modelo extraordinario para las familias. La suya es una santidad familiar: como mujer, esposa, madre, viuda, educadora. Su vida contiene un mensaje de gran actualidad, especialmente en el redescubrimiento de la santidad del matrimonio.
Pero hay que subrayar otro aspecto: una de las razones fundamentales por las que Don Bosco quiso tener a su madre a su lado en Turín fue encontrar en ella una custodia para su propio sacerdocio. “Llévate a tu madre contigo”, le había sugerido el viejo párroco. Don Bosco acogió a Mamá Margarita en su vida de sacerdote y educador. De niño, huérfano, fue su madre quien le llevó de la mano, de joven sacerdote fue él quien la llevó de la mano para compartir una misión especial. No se puede entender la santidad sacerdotal de Don Bosco sin la santidad de Mamá Margarita, modelo no sólo de santidad familiar, sino también de maternidad espiritual hacia los sacerdotes.