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Luis y Calixto: la misma vocación misionera por la salvación de las almas, pero una historia diferente.
El 25 de febrero de este año se cumple el 94 aniversario del martirio de monseñor Luis Versiglia y del padre Calixto Caravario, misioneros en tierra china.
Luis Versiglia y Calixto Caravario: dos figuras diferentes en muchos aspectos, pero unidas por un gran celo apostólico y su último acto de amor puro en defensa de la religión católica y de la pureza de tres jóvenes chinas.

Luis: el aspirante a veterinario que se convirtió en misionero salesiano

Luis Versiglia, nacido el 5 de junio de 1873 en Oliva Gessi (PV), de niño, aunque era un asiduo monaguillo en la iglesia parroquial de su pueblo, no tenía ninguna intención de hacerse sacerdote. De hecho, se enfadaba cuando sus paisanos, al verle tan devoto en la iglesia, le profetizaban su futuro como sacerdote. Esto no entra en su plan de vida en absoluto, ni siquiera cuando a los 12 años le envían a estudiar al internado Valdocco de Turín. Le encantan los caballos y sueña con ser veterinario. Estudiar en Turín refuerza en él la esperanza de ingresar más tarde en la prestigiosa Facultad de Veterinaria de la Universidad de Turín.

En Valdocco, sin embargo, conoce a Don Bosco, ya anciano y enfermo, y queda casi hechizado por su carisma.
Durante estos años en Valdocco, algo empezó a tomar forma en el alma de Versiglia. La caridad y la devoción que irradiaba el ambiente salesiano, junto con la fascinación de Don Bosco, fueron abriéndose paso poco a poco en el alma de Luis, hasta que sucedió un hecho decisivo, y a partir de ese día ya no tendría dudas. El 11 de marzo de 1888, en la Basílica de María Auxiliadora, mientras asistía a la ceremonia de despedida de un grupo de misioneros que partían hacia Argentina, quedó impresionado por el porte modesto y sereno de uno de los seis jóvenes que partían. De ahí su vocación. Desde aquel día nació en él el fuerte deseo de hacerse sacerdote, sacerdote misionero salesiano. (La historia de su vocación misionera está bien descrita en la carta que escribió a su Director, el P. Barberis, en 1890).
Así pues, Luis asistió al noviciado de Foglizzo (1888-1890), donde fue irreprochable en todo: caritativo con sus compañeros, muy piadoso y al mismo tiempo emprendedor y lleno de vida.  Luego obtuvo una beca para un curso de filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma y se licenció en filosofía a los veinte años.
Es ordenado sacerdote cuando sólo tenía veintidós años con una dispensa concedida por la Santa Sede en virtud de su madurez psíquica y moral, superior a su edad.
Inmediatamente fue enviado a enseñar filosofía a los novicios de Foglizzo, donde, con su carácter franco y siempre alegre, fue estimado y admirado por todos por su competencia, afabilidad e imparcialidad. Exige el cumplimiento de las normas, guiando a todos con el ejemplo.
Después de Foglizzo, se le confió la dirección del nuevo noviciado de Genzano di Roma, donde también transmitió el ideal misionero a sus clérigos.

Calixto: un joven puro y deseoso de ser misionero

Clérigo Caravario en Shanghai con el P. Garelli y 20 alumnos bautizando

La vocación de Calixto Caravario, en cambio, tiene una historia completamente distinta. Nació el 8 de junio de 1903, exactamente treinta años después de Luis Versiglia, en Courgnè (TO), y se trasladó a Turín con su familia a la edad de cinco años. De buena índole, muy apegado a su madre, para la que tenía gestos y atenciones singulares, y desde muy pequeño mostró una marcada vocación por el sacerdocio. Sus primeras diversiones son imitar los gestos del sacerdote que celebra la misa. Pronto aprende a servir la misa, lo hace con devoción y asiste con pasión y entrega al oratorio San José de Turín, que se convierte en su segunda casa.

En las escuelas primarias del Colegio San Juan Evangelista tuvo como profesor durante dos años al clérigo Carlo Braga, hoy Siervo de Dios.
Repetía constantemente a su madre que de mayor sería sacerdote.
En 1914 comenzó el gimnasio en el Oratorio de Valdocco, donde se sintió particularmente atraído por los misioneros que visitaban allí a los Superiores y con los que pasaba a menudo ratos de recreo, alimentando su deseo por las Misiones.
En 1918 comienza el noviciado en Foglizzo y emite los votos religiosos al año siguiente. Acudió al Oratorio San Luis de Via Ormea, donde inició a más de un joven en el sacerdocio.
En 1922 conoce a monseñor Versiglia, que había llegado a Turín desde China para asistir al Capítulo General, y le expresa su vivo deseo de seguirle en la Misión. Los Superiores, sin embargo, no le permitieron realizar su sueño inmediatamente, porque esto le obligaría a interrumpir sus estudios, pero Calixto aseguró a Versiglia: “Monseñor, verá que seré fiel a mi palabra: le seguiré a China. Verá que le seguiré con toda seguridad”.
Al año siguiente, a través de un grupo de misioneros que partían para China, envió una carta al P. Braga, misionero en Shiu-chow, pidiéndole que “le preparase un lugarcito”.

Luis y Calixto: experiencias misioneras diferentes, pero unidas por la entrega total al prójimo y por ganarse el afecto y la adhesión de los jóvenes.
Don Versiglia mantuvo vivo su ideal misionero a lo largo de los años y la oportunidad de ir a la misión se le presentó en 1906, cuando el Rector Mayor de los Salesianos, tras negociaciones con el obispo de Macao, le nombró jefe de una expedición a Macao, colonia portuguesa en la costa sur de China, para dirigir y gestionar un orfanato.
La expedición estaba formada por otros dos sacerdotes y tres coadjutores: un sastre, un zapatero y un impresor. Los misioneros llegaron a Macao el 13 de febrero de 1906.
Don Versiglia adoptó el método educativo de Don Bosco, tratando de crear un ambiente familiar basado en la bondad amorosa. Para sus huérfanos “Luì San-fù’ (Padre Luis) tiene una dedicación total y amorosa y es plenamente correspondido por ellos. En cuanto llega, corren hacia él y le saludan festivamente. Por eso Don Versiglia llegó a ser conocido en Macao como el “padre de los huérfanos”.
En el orfanato que dirige Versiglia, los juegos y la música son herramientas educativas fundamentales. Es la razón que le impulsa a abrir un oratorio festivo y a montar una banda de música, con instrumentos de metal y tambores, que enseguida capta la curiosidad y la simpatía de todos los chinos, a cuyos ojos los pequeños músicos parecen “un grupo fantástico, caído de otro mundo”.
Con el paso de los años, el padre Versiglia transformó el orfanato en una escuela profesional de Artes y Oficios para alumnos huérfanos, tan apreciada que se toma como modelo para otras escuelas de Macao. Los muchachos que allí se gradúan encuentran inmediatamente empleo en las oficinas administrativas de la ciudad o consiguen abrir sus propias tiendas de artesanía. Esta escuela realiza una valiosa contribución a la promoción social y cultural, y su importancia es reconocida por todos.
En 1911, el obispo de Macao confió a Versiglia la evangelización del distrito de Heung Shan, región situada en el vasto delta del río de las Perlas.
En este territorio, la tarea de evangelización es particularmente difícil. “Hay de todo por hacer, preparar catequistas, profesores, escuelas…”, escribe Don Versiglia. Una tarea difícil sobre todo por la falta de personal, tanto masculino como femenino, y la gran desconfianza del pueblo chino hacia los misioneros, considerados como extranjeros enviados por los países colonialistas y, por tanto, enemigos.
Pocos meses después, la milenaria monarquía china fue derrocada y se instauró la República en octubre de 1911, pero los enfrentamientos entre las tropas imperiales y las revolucionarias continuaron. La piratería volvió a florecer y estallaron epidemias. La peste bubónica llegó a extenderse y Don Versiglia no escatimó sacrificios para ayudar a quien lo necesitara, visitando lazaretos, consolando a los enfermos y administrando bautismos. Una vez al mes visita también a los leprosos relegados a una isla cercana.
En el firme deseo de Versiglia de ayudar a todos, incluso a los más desdichados, alejados y olvidados, de asistirles tanto materialmente en las necesidades cotidianas de la vida, como espiritualmente salvando sus almas, no podemos sino ver en él un amor sin límites por el prójimo.
En 1918 nació la primera Misión Salesiana completamente autónoma en China, la Misión de Shiu-Chow, que abarcaba una vasta región montañosa, donde sólo se podía circular en barca, a pie o a caballo, y los habitantes estaban dispersos en aldeas muy alejadas unas de otras.

En 1921, fue consagrado obispo.
Todos los hermanos dieron testimonio de la gran caridad de Versiglia, que le llevaba a ser casi el servidor de sus misioneros, y en las enfermedades les asistía día y noche. Caridad incluso en las pequeñas cosas. Don Garelli, por ejemplo, contará que cuando llegó de Italia a la residencia de Shiu-chow, que era pequeña, pobre y sin muebles, Versiglia le dijo: “Ya ve, aquí sólo hay una cama. Yo ya estoy acostumbrado a la vida misionera, pero tú no. Todavía estás acostumbrado a las comodidades de la vida civilizada. Así que tú duermes en esa cama y yo aquí, en el suelo”.
Incluso siendo obispo, sigue sacrificándose por sus hermanos y por los chinos, y se ofrece para cualquier servicio: impresor, sacristán, jardinero, pintor, incluso barbero.
Emprende visitas pastorales muy fatigosas y muy largas, algunas de hasta dos meses, en condiciones muy incómodas, duerme en las tablas de los barcos públicos en medio de gente que te pisotea, en hoteles destartalados, en medio de diluvios…
Construye escuelas, residencias, iglesias, dispensarios, un orfanato, un orfanato maternal, una residencia de ancianos, todo ello gracias a sus especiales aptitudes: 1) tiene dotes de arquitecto; de hecho, él mismo diseña y planifica todos los edificios y luego dirige las obras, 2) tiene grandes dotes oratorias que le permiten recaudar los fondos necesarios. En sus dos únicos viajes a Italia, en 1916 y 1922, y en su viaje al Congreso Eucarístico de Chicago, al que acudió por motivos concretos, impartió varios seminarios en los que encandiló a la gente abriendo el corazón de muchos benefactores.
Los de Shiu-chow fueron años aún más difíciles. El gobierno republicano, para expulsar a los poderosos generales que aún controlan vastas zonas del norte, pide ayuda a Rusia, que envía su armamento, pero también comienza a hacer propaganda bolchevique contra el imperialismo occidental, y los misioneros son vistos como enemigos a los que hay que echar, sus residencias son ocupadas a menudo por los militares, etc. Con los años, el clima se vuelve cada vez más caluroso, cada vez es más peligroso viajar, la piratería hace estragos, algunos misioneros son secuestrados por piratas.
Mons. Versiglia hace todo lo posible por defender las residencias y a las personas en peligro y afirma: “Si hace falta una víctima para el Vicariato, ruego al Señor que me lleve”.

Calixto: joven misionero apasionado por Cristo hasta la entrega total
La experiencia misionera de Calixto es diferente y más breve, pero igualmente llevada a cabo con la mayor entrega de sí mismo.
Consiguió realizar su sueño misionero a los veintiún años (1924), cuando obtuvo el permiso para seguir a Don Garelli a Shanghai, donde a los Salesianos se les confió la dirección de un gran instituto profesional.
En la entrega de la cruz misionera en la Basílica de María Auxiliadora, el clérigo Caravario formuló esta oración: “Señor, mi cruz no quiero que sea ni ligera ni pesada, sino como Tú quieras. Dámela como Tú quieras. Sólo te pido que la lleve con gusto”. Palabras que nos dicen mucho sobre su disposición a aceptar la voluntad de Dios incluso en el sufrimiento y la penuria.
Así pues, Caravario llegó a Shanghai en noviembre de 1924, y aquí, además de estudiar chino, se le encomendó una ingente cantidad de trabajo: el cuidado completo, veinticuatro horas al día, de cien huérfanos, la escuela de catecismo, la preparación para el bautismo y la confirmación, la animación de los recreos. Persiguiendo su ideal de hacerse sacerdote, comenzó también a estudiar teología con gran seriedad.
En 1927, debe abandonar Shanghai debido al estallido de la revolución y es enviado a la lejana isla de Timor, colonia portuguesa del archipiélago indonesio, eclesiásticamente dependiente del obispo de Macao, para abrir una escuela de artes y oficios. Permanecerá en Timor dos años, que aprovechará para enriquecer su cultura religiosa y su relación con Dios con vistas al sacerdocio. En Timor, como en Shanghai, su apostolado dio fruto a varias vocaciones, y se ganó la confianza y el afecto de los jóvenes “que lloraron todos su partida” cuando se cerró la casa salesiana de Dili en 1929.
Así pues, fue enviado a la misión de Shiu-chow, donde conoció a su profesor de primaria, a Don Carlo Braga, y al obispo Versiglia, que lo ordenó sacerdote el 18 de mayo de 1929. Ese día escribió a su madre: “Madre, te escribo con el corazón lleno de alegría. Esta mañana he sido ordenado sacerdote, soy sacerdote para siempre. Ahora tu Calixto ya no es tuyo: debe ser completamente del Señor. ¿El tiempo de mi sacerdocio será largo o corto? No lo sé. Lo importante es que presentándome al Señor puedo decir que he hecho fructificar la gracia que me ha concedido”.
Caravario estaba extremadamente delgado y débil debido a la malaria contraída en Timor, y Versiglia le confió la misión de Lin-chow, pensando que el buen clima de aquella zona beneficiaría su salud física.
Al igual que Versiglia, Caravario afronta las dificultades de los viajes apostólicos con espíritu de sacrificio y adaptación. “En esta tierra hay muchas almas que salvar y los obreros son pocos; por tanto, debemos, con la ayuda del Señor, salvarlas aun a costa de cualquier sacrificio”.
Gracias a sus cualidades de pureza, piedad, mansedumbre y sacrificio, es considerado por sus hermanos como el modelo perfecto de sacerdote misionero.

Luis y Caravario: juntos en el último sacrificio
El 24 de febrero de 1930, Mons. Versiglia partió para la visita pastoral a la residencia de Lin-chow junto con el P. Calixto Caravario, dos profesores y tres jóvenes que habían estudiado en el internado de Shiu-chow. El 25 de febrero, remontando el río Lin-chow, su embarcación es detenida por una docena de piratas bolcheviques que exigen quinientos dólares como salvoconducto (que los misioneros obviamente no llevan consigo) e intentan secuestrar a las jóvenes, pero Versiglia y Caravario se oponen firmemente para proteger la pureza de las jóvenes. Monseñor Versiglia está decidido a cumplir con su deber hasta el punto de dar su vida: “Si es necesario morir para salvar a las que me han sido confiadas, estoy dispuesto”. Los piratas se abalanzan sobre ellos, insultan a la religión católica y los golpean brutalmente. Luego los conducen a un matorral, les disparan y destrozan sus cuerpos.
Las muchachas, liberadas unos días más tarde por el ejército regular, darán testimonio de la serenidad con la que los dos misioneros van a la muerte.
Luis y Calixto se sacrificaron para defender la fe y la pureza de las tres jóvenes.
Quienes los conocieron atestiguan que su fuerza de voluntad y su apego a Dios impregnaron toda su vida de manera heroica, y que su celo por la salvación de las almas era inconfundible.
La santidad de estas hermosas almas fue su conquista diaria y su martirio su coronación.


Dra. Giovanna Bruni