El 23 de marzo de 2023, la Iglesia – tras el examen de las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la Caridad hacia Dios y el prójimo, y de las virtudes cardinales de la Prudencia, la Justicia, la Fortaleza y la Templanza y las demás virtudes afines, practicadas en grado heroico – reconoció como Venerable al Siervo de Dios Carlo Crespi Croci, Sacerdote profeso de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco.
Como Juan Bosco un sueño marcó su vida
Visitando Cuenca, en la plaza frente al santuario de María Auxiliadora, la mirada se detiene inmediatamente en un interesante e imponente conjunto escultórico dedicado a un italiano a quien los conquenses recuerdan todavía como el “apóstol de los pobres”. Más concretamente, se trata de un monumento que representa a un sacerdote y a un niño a su lado que le mira con afecto filial. Este hombre extraordinario que marcó el renacimiento humano, espiritual y cultural de un pueblo antes puesto de rodillas por la pobreza, el atraso y los conflictos políticos es el padre Carlo Crespi, misionero salesiano. Originario de Legnano (Milán), nació en 1891 como el tercero de trece hijos, en el seno de una familia rica e influyente. Desde muy pequeño dio muestras de una inteligencia, una curiosidad y una generosidad particulares, que puso al servicio de su padre, agricultor de una finca local, y de su madre Luigia, de quien aprendió muy pronto a rezar el rosario y a tener el nombre de María siempre “en los labios”, como atestiguaría muchos años después uno de sus antiguos alumnos. Al igual que su hermano Delfino, también futuro misionero, mostró un interés especial por la belleza de la creación, una inclinación que le resultaría útil muchos años después cuando se encontró en los bosques inexplorados de Ecuador clasificando nuevas especies de plantas. Asistió a la escuela local y a los doce años tuvo su primer encuentro con la realidad salesiana en el Instituto San Ambrosio Obra Don Bosco de Milán. Durante sus años de colegio, siguiendo las enseñanzas de San Juan Bosco, aprendió a poner en práctica la inseparable combinación de alegría y trabajo. En este mismo periodo, un “sueño revelador” marca el primer giro importante de su vida. Escribe en unos cuadernos: “La Virgen se me apareció en sueños y me mostró una escena: a un lado, el diablo que quería agarrarme y arrastrarme; al otro, el Divino Redentor, con la cruz, me mostraba otro camino. Yo estaba vestido de sacerdote y tenía barba; estaba de pie sobre un viejo púlpito, a mi alrededor una multitud de personas ansiosas por escuchar mis palabras. El púlpito no estaba en una iglesia, sino en una choza”. Estos fueron los primeros pasos de la llamada a la vida salesiana que cada vez se hacía más fuerte. En 1903, terminó sus estudios en el liceo salesiano de Valsalice. A su padre, preocupado por su futuro, le respondió confirmando su vocación sacerdotal en la Sociedad de San Juan Bosco: “Verá, padre, la vocación no te la impone nadie; es Dios quien llama; yo me siento llamado a ser salesiano”. El 8 de septiembre de 1907 hizo su primera profesión religiosa, en 1910 su profesión perpetua. En 1917 fue ordenado sacerdote. Fueron años dedicados al estudio apasionado de la filosofía, la teología y la enseñanza de las ciencias naturales, la música y las matemáticas. En la Universidad de Padua realizó un importante descubrimiento científico: la existencia de un microorganismo hasta entonces desconocido. En 1921 se doctoró en ciencias naturales, especializándose en botánica, y poco después se diplomó en música.
Misionero en Ecuador
Corría el año 1923 cuando partió como misionero y aterrizó en Guayaquil, Ecuador. Llegó a Quito y finalmente se estableció en Cuenca, donde permaneció hasta su muerte. “Bendíceme en el Señor y ruega por mí para que me convierta en santo, para que me inmoles en el altar del dolor y sacrifique cada instante de mi vida”, escribió en 1925 al entonces rector mayor, el don Filipe Rinaldi, manifestando su deseo de sacrificarse por completo por la causa misionera. El padre Crespi pasó los seis primeros meses de 1925 en los bosques de la zona de Sucúa-Macas. Se propuso conocer a fondo la lengua, el territorio, la cultura y la espiritualidad de la etnia shuar. Utilizando sus conocimientos en las diferentes áreas de la cultura, inicia una revolucionaria e innovadora labor de evangelización, hecha de intercambio y enriquecimiento mutuo de culturas muy diferentes. Es recibido con desconfianza inicial, pero el padre Carlo trae consigo objetos interesantes como telas, municiones, espejos, agujas, y tiene los modales de quien se preocupa. Llega a conocer los mitos indígenas y los vuelve a proponer según una nueva interpretación, transformada y enriquecida a la luz de la fe católica. El padre Carlo pronto se convierte en un amigo y el mensaje cristiano, transmitido con cuidado y respeto, deja de ser la religión del extranjero para convertirse en algo que el pueblo reconoce como propio. El padre Crespi se dio cuenta de que “solo el hombre que acepta acercarse a otras personas en su propio movimiento, no para mantenerlas en el suyo, sino para ayudarlas a ser más ellas mismas, se convierte verdaderamente en padre” (Papa Francisco, Carta Encíclica “Fratelli tutti”, 3 de octubre de 2020).
¡Un niño de cien años!

La dimensión del sueño volvió a marcar su vida en 1936, cuando enfermó de tifus y, a pesar de los pronósticos de los médicos, se recuperó y relata: “Hacia las tres de la mañana, se abrió la puerta y entró santa Teresa y me dijo: puer centum annorum, infirmitas haec non est ad mortem, longa tibi restat vita” (niño de cien años: esta enfermedad no es para morir, te queda una larga vida). El padre Carlo tiene ahora 45 años, vivirá otros 46. Instalado definitivamente en Cuenca, el Siervo de Dios lleva a cabo una verdadera “Revolución blanca”. Pone en marcha una obra de promoción humana sin precedentes, fundando varias obras: el oratorio festivo, la Normal Orientalista para la formación de misioneros salesianos, la escuela primaria “Cornelio Merchán”, la escuela de artes y oficios (más tarde Colegio Técnico Salesiano), la Quinta Agronómica o primer instituto agrícola de la región, el Teatro Salesiano, la Gran Casa de la comunidad, el Orfanato “Domingo Savio”, el museo “Carlo Crespi”, famoso aún hoy por sus numerosas exposiciones científicas. De Italia trajo medios y personal especializado para invertir en sus proyectos. Utilizando sus extraordinarios conocimientos en ciencia y música, organiza conferencias y conciertos en embajadas, teatros y forja amistades con las principales familias de Guayaquil y de la capital. Crea una relación relajada con el gobierno local, aunque éste es fuertemente anticlerical. Obtiene el despacho de aduanas gratuito y la cobertura de los gastos de transporte a Cuenca de cientos de cajas de materiales. Sus obras se convierten rápidamente en el corazón palpitante de cambios sociales y culturales que marcan una época en beneficio de la población, especialmente de los más pobres.
El padre Carlo crea nuevas posibilidades de vida y lo hace a través de un proyecto de evangelización y desarrollo que otorga a la población conquense ante todo autonomía para crecer. Como afirmó con autoridad San Juan Pablo II en su Carta Encíclica Centesimus annus de 1991, “no se trata sólo de dar lo superfluo, sino de ayudar a pueblos enteros, excluidos o marginados, a entrar en el círculo del desarrollo económico y humano”. En Cuenca surge el rostro de una Iglesia capaz de insertar la enseñanza del Evangelio en un modelo vivencial: la enseñanza de las escrituras y las actividades laborales fundamentales (agricultura, ganadería y tejido) son el canal de acceso para dar a conocer a Jesús a todos. En perfecta adhesión a la enseñanza de San Juan Bosco, el Siervo de Dios aplica el “sistema preventivo”, ofreciendo a los jóvenes en particular una especie de “gracia preventiva”, un anticipo de confianza para dar posibilidades de cambio, de conversión, de crecimiento. Mirando a Don Bosco, sabe armonizar pedagogía y teología, animando a los jóvenes con juegos, películas, actividades teatrales, fiestas y, no menos importante, el catecismo. Para el padre Carlo, ya es posible vislumbrar futuros buenos padres de familia. Su espiritualidad exquisitamente eucarístico-mariana lo guía en otras empresas excepcionales, como la organización del Primer Congreso Eucarístico Diocesano en Cuenca en 1938, para celebrar el 50 aniversario de la muerte de San Juan Bosco. En virtud de su devoción al Santísimo Sacramento, Cuenca fue confirmada de nuevo como Ciudad Eucarística en aquellos años. Inmerso en labores apostólicas y negocios oficiales, el padre Carlo nunca olvidó a sus pobres. Generaciones de conquenses encontraron en él un corazón generoso, capaz de hospitalidad y paternidad. En una mano sostiene una campana para “despertar” con un golpecito en la cabeza a algún joven necesitado de corrección; en la otra empuña alimentos y dinero para donarlos a sus pobres. El hábito de sotana viejo y descolorido, los zapatos gastados, la dieta frugal, la especial dedicación a los niños y a los pobres no pasan desapercibidos a los ojos de los cuenquenos. El padre Crespi es pobre entre los pobres. La gente le acoge como a un cuencano elegido y empieza a llamarle “San Carlo Crespi”. Las autoridades civiles, conquistadas por la labor del padre Crespi, responden con numerosos honores: es declarado “habitante más ilustre de Cuenca en el siglo XX”. Recibe el doctorado Honoris Causa post mortem de la Universidad Politécnica Salesiana.
Movido por la esperanza”
En 1962, un incendio, probablemente provocado, destruye el Instituto «Cornelio Merchàn”, fruto de muchos años de duro trabajo. La certeza del padre Carlo Crespi de que María Auxiliadora le ayudaría también esta vez se hizo contagiosa: los habitantes de Cuenca recobraron la confianza y participaron sin vacilar en la reconstrucción. Un testigo contará años más tarde: “el día después (del incendio) se vio al padre Crespi con su campanita y su gran platillo recogiendo contribuciones de la ciudad”.
Ahora, viejo y cansado, sigue en el santuario de María Auxiliadora difundiendo la devoción a la Virgen con el mismo entusiasmo que antaño. Confiesa y aconseja a interminables filas de fieles. Cuando se trata de escucharlos, los horarios, las comidas e incluso el sueño ya no cuentan. Incluso no es raro que el padre Carlo se levante en mitad de la noche para confesar a un enfermo o a un moribundo. La gente no tiene dudas: él sólo mira al prójimo con los ojos de Dios. Sabe reconocer el pecado y la debilidad, sin escandalizarse ni aplastarse nunca por ello. No juzga, sino que comprende, respeta, ama. Para los conquenses, su confesionario se convierte en el lugar donde, en palabras del papa Francisco, el padre Carlo alivia las heridas de la humanidad “con el óleo de la consolación” y “las venda con misericordia” (Misericordiae vultus, 2015). Y a medida que cura, es curado a su vez por la experiencia de la misericordia recibida. El programa predicho en su juventud con el “sueño revelador” de la Virgen María ha encontrado por fin su plena realización. El 30 de abril de 1982, a la edad de 90 años, el padre Carlo Crespi, en el silencio y el recogimiento de la clínica Santa Inés de Cuenca, sostiene el rosario entre sus manos como le había enseñado su madre. Ha llegado el momento de cerrar sus ojos a este mundo para abrirlos a la eternidad. Un reguero de gente conmovida y apenada asiste al funeral. Seguros de que ha muerto un santo, muchos acuden para tocar su cuerpo por última vez con algún objeto; esperan recibir aún la protección del padre que acaba de dejarles. Incluso su confesionario es asaltado para preservar alguna pequeña parte de él.
Así termina la vida terrenal de un hombre que, aun siendo consciente de la vida notablemente cómoda que podría haber llevado en su propia casa, aceptó la llamada salesiana y, como verdadero imitador de Don Bosco, se convirtió en testigo de una Iglesia que exhorta a “salir de la propia comodidad y tener el valor de llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (Papa Francisco, Evangelii gaudium, 2013). La vida del padre Carlo Crespi indica a los cristianos de ayer y de hoy cómo la oración puede y debe insertarse en lo concreto de la acción cotidiana, estimulándola e inspirándola. Él, permaneciendo totalmente salesiano y totalmente mariano, es un testimonio creíble de un “estilo evangelizador capaz de impactar en la vida” (Papa Francisco, Discurso a la Acción Católica Italiana, 3 de mayo de 2014). Hasta el día de hoy, su tumba y su monumento siguen adornándose perennemente con flores frescas y placas de agradecimiento. Aunque la fama de santidad de este ilustre hijo de Cuenca no muestra signos de disminuir, la finalización de la Positio super virtutibus marca un paso importante en la causa de beatificación. Sólo queda esperar con confianza el sabio juicio de la Iglesia.
Mariafrancesca Oggianu
Colaboradora de la Postulación Salesiana
