(continuación del artículo anterior)
LA AMISTAD SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES (2/8)
Después de haber conocido a Francisco de Sales a través de la historia de su vida, nos fijamos en la belleza de su corazón y presentamos algunas virtudes con el objetivo de despertar en muchos el deseo de profundizar en la rica personalidad de este santo.
La primera imagen, la que fascina inmediatamente a quienes se acercan a Francisco de Sales, es la amistad. Es la tarjeta de visita con la que se presenta.
Hay un episodio de Francisco a los veinte años que poca gente conoce: tras diez años de estudio en París, ha llegado el momento de volver a su casa de Annecy, en Saboya. Cuatro de sus compañeros lo acompañan hasta Lyon y se despiden de él entre lágrimas.
Este hecho nos ayuda a comprender y apreciar lo que Francisco escribe hacia el final de su vida, ofreciéndonos una rara instantánea de su corazón:
«Creo que no hay almas en el mundo que amen más cordialmente y más tiernamente y, para decirlo con sencillez, más amorosamente que yo, porque Dios ha querido hacer así mi corazón. Y, sin embargo, amo a las almas independientes y vigorosas, porque demasiada ternura trastorna el corazón, lo inquieta y lo distrae de la meditación amorosa de Dios. Lo que no es Dios no es nada para nosotros».
Y hablando con una señora sobre su sed de amistad afirma:
«Debo decirle en confianza estas pocas palabras: no hay hombre en el mundo cuyo corazón sea más tierno y esté más sediento de amistad que el mío, ni que sienta las separaciones con más dolor que yo».

Fuente: Wikipedia
De entre los cientos de destinatarios de sus cartas he escogido tres, a quienes Francisco explica las características de la amistad salesiana tal como él la vivió y como nos la propone hoy a nosotros.
El primer gran amigo que conocemos es su conciudadano Antonio Favre. Francisco, licenciado brillante en jurisprudencia, tiene un gran deseo de conocer a esta lumbrera y de ganarse su estima.
En una de sus primeras cartas encontramos una expresión que suena como una especie de juramento:
«Este regalo (la amistad), tan apreciable también por su escasez, tiene un valor impagable y especialmente entrañable para mí, dado que nunca me hubiera podido tocar por mis propios méritos. Siempre vivirá en mi pecho el ardiente deseo de cultivar diligentemente todas las amistades».
La primera característica de la amistad es la comunicación, dar noticias y compartir estados de ánimo.
A principios de diciembre de 1593 nace la última hermanita de Francisco, Juana, y este se lo cuenta rápidamente a su amigo:
«Me he enterado de que mi querida madre, que tiene cuarenta y dos años, pronto dará a luz a su decimotercer hijo. Corro a visitarla, sabiendo que siempre se alegra mucho de mi presencia».
Estamos a pocos días de su ordenación sacerdotal y Francisco le confiesa a su amigo:
«Usted es el único hombre al que considero capaz de comprender plenamente la agitación de mi espíritu: es algo tremendo presidir la celebración de la misa y es realmente difícil celebrarla con la debida dignidad».
No había pasado ni un año desde la ordenación de Francisco y lo encontramos de «misionero» en Chablais. Comunica su cansancio y amargura a su amigo de esta manera:
«Hoy empiezo a predicar el Adviento a cuatro o cinco humildes personas: todos los demás ignoran malamente lo que significa el Adviento».
Unos meses más tarde le cuenta con alegría sus primeros éxitos apostólicos:
«¡Por fin empiezan a dorarse las primeras espigas!».
Otro gran amigo de Francisco fue Juvenal Ancina. Se conocieron en Roma (1599) y ambos fueron consagrados obispos algunos años después. Francisco le escribe varias cartas. En una de ellas le ruega a su amigo, obispo de Saluzzo, que lo mantenga «estrechamente unido a él en su corazón y que se digne a darle también a menudo los avisos y recuerdos que el Espíritu Santo le vaya inspirando».
Entre sus amistades de París destaca la que estableció con el famoso padre Pierre de Bérulle, a quien conoció en el círculo de Madame Acarie. A él le escribe pocos días después de su consagración episcopal:
«Soy obispo consagrado desde el 8 de este mes, día de Nuestra Señora. Esto me impulsa a rogarle que me ayude cordialmente con sus oraciones. No hay remedio: siempre tendremos que lavarnos los pies porque caminamos en el polvo. Que nuestro buen Dios nos conceda la gracia de vivir y morir a su servicio».
Otro gran amigo de Francisco fue Vicente de Paúl. Entre ellos nació una amistad que se prolongó más allá de la muerte del fundador de la Visitación, dado que Vicente se hizo cargo de la Orden convirtiéndose en su referente hasta el final de sus días (1660). Vicente siempre estuvo agradecido al santo obispo, de quien había recibido saludables reproches por su carácter impetuoso y susceptible. Los conservó en su corazón y le sirvieron para ir corrigiéndose poco a poco. Pensando en su amigo, no dudaba en describirlo como «la persona que más que nadie había representado la viva imagen del Salvador».
Leyendo estas cartas descubrimos algunas de las cualidades que deben ser el fundamento de una verdadera amistad: comunicación, oración y servicio (perdón, corrección…).
Son muchos los hombres y mujeres a los que Francisco dirige cartas de amistad espiritual. Algunos ejemplos:
A la señora de la Fléchère le escribe:
«Tenga paciencia con todos, pero sobre todo con usted misma. Lo que quiero decir es que no deben turbarle sus imperfecciones, debe tener siempre el valor de recuperarse rápidamente».

Retrato, Simon François de Tours; Fuente: Wikipedia
Y la señora de Charmoisy:
«Debe estar atenta a empezar dulcemente y echar un vistazo de vez en cuando a su corazón para ver si ha mantenido esa dulzura. Si no la ha mantenido, es necesario recobrarla antes de hacer nada».
Estas cartas son un tratado de amistad no porque hablen de la amistad, sino porque el escritor vive una relación de amistad sabiendo crear un clima y un estilo que hacen que esta se perciba y fructifique en una buena vida.
Lo mismo ocurre con la correspondencia con sus hijas, las visitandinas.
A la madre Favre, que siente el peso de su cargo, le escribe:
«Debemos armarnos de valiente humildad y rechazar todas las tentaciones de desaliento en la santa confianza que tenemos en Dios. Como este cargo le ha sido impuesto por la voluntad de aquellos a quienes debe obedecer, Dios se pondrá a su derecha y lo llevará con usted, o mejor dicho, lo llevará Él, pero usted lo llevará también».
Y a la madre Bréchard:
«El que sabe conservar la dulzura en medio de los dolores y enfermedades y la paz en medio del desorden de sus múltiples ocupaciones es casi perfecto. Esta constancia de estado de ánimo, esta dulzura y gentileza de corazón es más rara que la castidad perfecta, pero tan deseable o más. De ella, como del aceite de la lámpara, depende la llama del buen ejemplo, pues no hay nada que edifique tanto como la bondad caritativa».

Autor desconocido, Monasterio de la Visitación de María en Toledo, Ohio (EE.UU.); Fuente: Wikipedia
Entre las diversas madres fundadoras corresponde un lugar especial a la fundadora, Juana de Chantal, a quien Francisco escribe desde el principio:
«Crea firmemente que tengo una viva y extraordinaria voluntad de servir a su espíritu con todas mis fuerzas. Aproveche mi afecto y utilice todo lo que Dios me ha dado para el servicio de su espíritu. Aquí estoy, a su total disposición».
Y declara a Juana:
«Amo este amor. Es fuerte, amplio, sin medidas ni reservas pero dulce, fuerte, purísimo y tranquilísimo: en una palabra, es un amor que vive solo en Dios. Dios, que ve todos los pliegues de mi corazón, sabe que en esto no hay nada que no sea para Él y según Él, sin el que no quiero ser nada para nadie».
Este Dios al que Francisco y Juana desean servir está presente en todo momento, es la garantía para que este amor siga siendo siempre una consagración a Él exclusivamente:
«Me gustaría poder expresarle el sentimiento que he tenido hoy de nuestra entrañable unidad al comulgar, porque ha sido un sentimiento grande, perfecto, dulce y poderoso a tal punto que casi podría considerarse un voto, una consagración».
«¿Quién podría haber fundido dos espíritus de manera tan perfecta que no fueran más que un solo espíritu indivisible e inseparable si no Aquel que es la esencia misma de la unidad? […]. Mil y mil veces mi corazón está cerca de usted cada día con mil y mil buenos deseos que presenta a Dios para su consuelo».
«La santa unidad que Dios ha forjado es más fuerte que todas las separaciones y la distancia de los lugares no puede dañarla en lo más mínimo. Que Dios nos bendiga siempre con su santo amor. Nos ha hecho un solo corazón en el espíritu y en la vida».
Termino con un deseo, el que Francisco escribe a una de las primeras visitandinas, María Jacqueline Favre:
«¿Cómo está ese pobre corazón tan amado? ¿Es siempre valiente y vigilante para evitar las sorpresas de la tristeza? Por favor, no lo atormente ni siquiera cuando le haya jugado alguna mala pasada: repréndalo con dulzura y condúzcalo de nuevo a su camino. Este corazón se convertirá en un gran corazón, hecho según el corazón de Dios».