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(continuación del artículo anterior)

LA BÚSQUEDA Y EL CUMPLIMIENTO DE LA VOLUNTAD DE DIOS SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES (5/8)


Este es el tema más popular en los escritos de San Francisco de Sales, el tema al que vuelve con más frecuencia.

El descubrimiento de Dios como Padre providente y el amor a su voluntad van de la mano en la vida de Francisco, que nos recuerda que:
«Todos los días le decimos “hágase tu voluntad», pero cuando tenemos que hacerla de verdad, ¡qué difícil es! Nos ofrecemos a Dios tan a menudo diciéndole “soy tuyo; aquí está mi corazón”, pero, cuando Él quiere servirse de nosotros, ¡somos tan negligentes! ¿Cómo podemos decir que somos suyos si no queremos ajustarnos a su santa voluntad?».

 «¡La voluntad de Dios debe convertirse en lo único que queremos y buscamos, sin apartarnos de ella por ningún motivo! Camine bajo la guía de la Providencia de Dios pensando solo en el día presente y dejando a Nuestro Señor el corazón que le ha dado, sin querer recuperarlo nunca para nada».

Francisco de Sales enseña que seguir la voluntad de Dios es el mejor camino para llegar a ser santo y este camino está abierto a todos. Escribe:
«Me propongo ofrecer mis enseñanzas a quienes viven en las ciudades, en familia, en la corte, y que, a causa de su condición, se ven obligados por las conveniencias sociales a vivir en medio de los demás. La devoción debe ser vivida de una forma diferente por el caballero, el artesano, el criado, el príncipe, la viuda, la doncella, la novia; pero no es suficiente, el ejercicio de la devoción debe ser proporcional a las fuerzas, las ocupaciones y los deberes del individuo».

Lo que Francisco de Sales llama devoción, el papa Francisco lo llama santidad y escribe palabras que parecen salir directamente de la pluma de Francisco de Sales:
«Para ser santo no es necesario ser obispo, sacerdote, monja o religioso. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada a quienes son capaces de mantenerse alejados de las ocupaciones ordinarias, de dedicar mucho tiempo a la oración. Esto no es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo cada uno su testimonio en las ocupaciones cotidianas, dondequiera que estemos».

En una carta, Francisco escribe:
«Por amor a Dios, abandónese por completo a su voluntad y no crea que puede servirle de otra manera, porque solo le servimos bien cuando le servimos como Él quiere».

Esto requiere:
«No sembrar en el campo del prójimo, por muy bonito que sea, hasta no haber sembrado totalmente el nuestro. Esa distracción del corazón que lleva a tener el corazón en un lugar y el deber en otro es siempre muy perjudicial».

De vez en cuando me hacen esta pregunta:
«¿Cómo puedo entender cuál es la voluntad de Dios para mí?».

He encontrado una respuesta en la vida del santo.

Juana de Chantal tuvo que esperar más de seis años antes de poder consagrarse por completo al Señor y de fundar con Francisco lo que más tarde se convertirá en la Orden de la Visitación. A lo largo de este período, el santo trató de comprender cuál era la voluntad de Dios al respecto. Él mismo nos lo cuenta en una carta a Juana:
«Ese gran movimiento de espíritu que la ha guiado como a la fuerza y con gran consuelo, la larga reflexión que me impuse antes de darle a usted mi aprobación, el hecho de que ni usted ni yo hayamos confiado solo en nosotros mismos, el hecho de que hayamos dado a las primeras agitaciones de su conciencia todo el tiempo necesario para calmarse y las oraciones no de un día ni de dos, sino de varios meses que precedieron a su elección son signos infalibles que nos permiten afirmar sin lugar a dudas que tal era la voluntad de Dios».

Valioso es este testimonio que pone de relieve la prudencia de Francisco, que sabe esperar con calma sin renunciar a todos los medios disponibles para descifrar la voluntad de Dios para él y para la baronesa. Son medios que también se aplican a ti hoy: reflexionar detenidamente ante el Señor, buscar el consejo de personas sabias, no tomar decisiones precipitadas, rezar mucho.
Francisco le explica el motivo a Juana:
«Mientras Dios quiera que usted permanezca en el mundo por amor a Él, permanezca en él de buena gana y con alegría. Muchos salen del mundo sin salir de sí mismos y buscan así sus gustos, su tranquilidad y su satisfacción. Salimos del mundo para servir a Dios, para seguir a Dios y para amar a Dios. Como no aspiramos a otra cosa que a su santo servicio, dondequiera que lo sirvamos siempre nos encontraremos satisfechos».

Una vez que la voluntad de Dios se entiende con suficiente claridad, se requiere obediencia, es decir, ¡ponerla en práctica, vivirla!
A la baronesa de Chantal le escribe estas líneas en mayúsculas: serán el programa de toda su vida y, me atrevería a decir, el concentrado de la espiritualidad de Francisco:

HAY QUE HACER TODO POR AMOR Y NADA POR MIEDO; HAY QUE AMAR LA OBEDIENCIA MÁS QUE TEMER LA DESOBEDIENCIA

Obedecer es afirmar el amor a Dios, que me llama a vivir su voluntad en circunstancias concretas de la vida.

La obediencia es la forma del amor
He aquí las consecuencias de esta entrega a la voluntad de Dios que Francisco recuerda a tantas personas con espléndidas imágenes. A la señora Brûlart, madre de familia, le escribe:
«Todo lo que hacemos recibe su valor de nuestra conformidad a la voluntad de Dios. Debemos amar lo que Dios ama. Ahora ama nuestra vocación, así que amémosla nosotros también y no perdamos el tiempo pensando en la de los demás».

Es necesario destacar y alentar los progresos.
«Me ha dicho usted una palabra maravillosa: que Dios me ponga en la salsa que quiera, no me importa mientras pueda servirle. Debemos amar esta voluntad de Dios y la obligación que comporta para nosotros, aunque sea la de guardar cerdos o realizar los actos más humildes durante toda la vida, porque, sea cual sea la salsa en la que nos ponga el buen Dios, no debe importarnos para nada. Este es el objetivo de la perfección».

Y ahora algunas imágenes: la del jardín.
«No siembre sus deseos en el jardín de otro, ocúpese solamente de cultivar bien el suyo. No desee no ser lo que es, desee ser lo que es de la mejor manera posible. Este es el gran secreto y el secreto menos comprendido de la vida espiritual. ¿De qué sirve construir castillos en España si tenemos que vivir en Francia? Esta es una vieja lección mía, y usted la comprende muy bien».

La imagen del barco.
«Nos parece que cambiando de barco estaremos mejor. Sí, ¡estaremos mejor si cambiamos nosotros mismos! Soy el enemigo jurado de todos esos deseos inútiles, peligrosos y malvados. De hecho, aunque lo que deseamos sea bueno, nuestro deseo es malo porque Dios no nos pide ese bien, sino otro al que quiere que nos apliquemos».

La imagen del niño.
Es necesario confiar «nuestro propósito general a la divina Providencia abandonándonos en sus brazos como el niño pequeño que, para crecer, come cada día lo que su padre le da, seguro de que siempre le proporcionará alimento en proporción a su apetito y a sus necesidades».

Francisco insiste en este punto, que es fundamental:
«¿Qué le importa a un alma verdaderamente enamorada que el Esposo celestial sea atendido de una u otra manera? ¡El que solo busca la satisfacción de su amado es feliz con lo que le hace feliz!».

Es conmovedor leer este pasaje, escrito tras una grave enfermedad de Juana de Chantal:
«Usted es más valiosa para mí que mi propia persona, pero esto no me impide conformarme plenamente a la voluntad divina. Nosotros deseamos servir a Dios en este mundo con todo nuestro ser: si Él considera mejor que uno de nosotros esté en este mundo y el otro en el otro o ambos en el otro, que se cumpla su santísima voluntad».

Para terminar, algunas breves notas de sus cartas:
«Queremos servir a Dios, pero siguiendo nuestra voluntad y no la suya. Dios declaró que no le agrada ningún sacrificio contrario a la obediencia. Dios me manda que sirva a las almas y yo quiero permanecer en la contemplación: la vida contemplativa es buena, pero no cuando se opone a la obediencia. No podemos elegir nosotros mismos nuestros deberes: debemos ver lo que quiere Dios y, si Dios quiere que le sirva haciendo una cosa, no debo querer servirle haciendo otra».
«Si somos santos según nuestra propia voluntad, nunca seremos santos de verdad: ¡debemos serlo según la voluntad de Dios!»

(continuación)


P. Gianni GHIGLIONE
Salesiano de Don Bosco, experto en San Francisco de Sales, autor de varios libros salesianos.