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Siempre había admirado a Don Bosco, su pasión por los jóvenes, su espiritualidad alegre y concreta, pero ignoraba que había una gran familia en torno a él. Cuando alguien me habló por primera vez de la Familia Salesiana hace algún tiempo, señaló un gran roble que se erigía majestuosamente frente a mí y me dijo: «Mira ese árbol. La Familia Salesiana es así: tiene un tronco fuerte y sólido que es Don Bosco, bien arraigado a la tierra, a la realidad concreta de la vida cotidiana —los jóvenes, los pobres, los retos de cada día que esperan respuestas, …— y tiene muchas ramas que miran al cielo —los distintos grupos nacidos de su carisma—. Hay grupos de religiosos y grupos de laicos, hombres y mujeres: hasta treinta y dos comunidades que comparten la misma espiritualidad, la misma pasión por la misión, ¡pero cada uno la realiza a su manera!»

Me gustó la imagen del árbol: las ramas estaban cerca unas de otras, creciendo de forma independiente pero unidas al tronco y alimentadas por la misma savia de la planta. Juntas hacían que el árbol fuera frondoso, exuberante, un refugio excepcional para los numerosos pájaros que lo habían elegido como hogar. ¡Podría haber sido un hogar para mí también! También me gustaba la idea de «familia»: me daba una buena sensación, de intimidad, de apoyo mutuo. Lo primero que atrajo mi interés fue el hecho de que todos los grupos juntos, a pesar de su autonomía, forman una gran comunidad donde se vive un ambiente de fraternidad y alegría, de cercanía y confianza. Es un estilo que caracteriza a todos los grupos: los Salesianos de Don Bosco, las Hijas de María Auxiliadora, los Salesianos Cooperadores, la Asociación ADMA y a todos aquellos que, a lo largo de los años, han sido fundados por «Hijos de Don Bosco», cada uno con su propia particularidad. Hay hermanas que se ocupan de los leprosos y otras que realizan su misión en pequeños centros donde no llegan los demás; religiosas que se ponen al servicio de los nativos y otras que acogen a los niños. También hay grupos de laicos, desde los que evangelizan a través de los medios de comunicación hasta los que se dedican a la actividad misionera ad gentes o se comprometen a estar presentes en el ámbito social, llevando los valores recibidos en los círculos salesianos. Por último, existen también Institutos Seculares masculinos y femeninos, con laicos consagrados que se comprometen a ser misioneros en el corazón del mundo.

Una gran variedad de vocaciones unidas por un único carisma, una única espiritualidad: la de Don Bosco.

Yo también quería entrar en esta aventura. A medida que avanzaba iba comprendiendo lo que significaba «pertenecer»: formar parte de una familia natural no significa simplemente tener el mismo apellido, sino también participar en su historia, compartir sus valores, sus proyectos, sus trabajos, y lo mismo ocurre con la Familia Salesiana. Pertenecer a ella es una elección, es una vocación a la que se responde, y a partir de ese momento se crece juntos, se crean y fortalecen lazos, se sueña juntos, se planifica juntos, se construye juntos, se ofrece y recibe apoyo, se AMA. Esto es lo que significa construir una Familia.

Ya en 2009, el sucesor de Don Bosco en aquel momento, el P. Pascual Chávez, dijo con contundencia: «Hago un llamamiento urgente a esta Familia a adquirir una nueva mentalidad, a pensar y actuar siempre como movimiento, con un intenso espíritu de comunión (concordia), con un convencido deseo de sinergia (unidad de intenciones), con una madura capacidad de trabajar en red (unidad de proyectos)».

No se trata, pues, de una agregación de grupos que, como las mónadas, viven de forma autorreferencial ignorando el camino de los demás, sino de la respuesta a una llamada a vivir en plena comunión, ¡provocando una verdadera revolución copernicana! Se trata de poder sentir, cuando se entra en un grupo salesiano, que no se está solo, que en primer lugar se entra a formar parte de una familia, de un movimiento de espiritualidad apostólica, que luego se concreta en un modo particular de vivir el mismo don. Se trata de aprender a reconocerse como parte de un todo y de entender que caminando y trabajando en sinergia con los demás todos nos enriquecemos y podemos conseguir mejores resultados. Se trata de aprender a reconocer la riqueza de los carismas de los demás, de comprometerse a hacer crecer no solo el propio, sino también el de los otros grupos, y de construir una comunión basada en el respeto a las especificidades de cada uno, de colaboración, de aprecio por todos.

Don Bosco tuvo realmente una intuición original y fascinante: ¡unir las fuerzas para hacer más eficaz nuestra misión!

En una carta al cardenal Giovanni Cagliero (27 de abril de 1876), Don Bosco escribía: «Antes bastaba con unirse en la oración, pero ahora que hay tantos medios de perversión, perjudiciales sobre todo para los jóvenes de ambos sexos, es necesario unirse en el campo de la acción y del trabajo».

Y de nuevo en el Boletín Salesiano de enero de 1878, dirigiéndose a los cooperadores: «Debemos unirnos entre nosotros y todos con la Congregación. Unámonos, pues, apuntando al mismo fin y utilizando los mismos medios para conseguirlo. Unámonos como una sola familia con los lazos de la caridad fraterna».

Sin embargo, «trabajar juntos» no significa siempre trabajar «codo con codo», no significa intervenir de una manera uniforme, no significa hacer todos lo mismo, sino saber leer juntos los contextos personales y sociales de los jóvenes, saber encontrar posibles estrategias de intervención para alcanzar objetivos compartidos y saber coordinarse, en sinergia, con reciprocidad, con responsabilidad común e individual.

Como en cualquier familia, en la Familia Don Bosco cada uno tiene su propio papel, pero todos se esfuerzan por alcanzar los mismos objetivos. Cada grupo tiene su propia especificidad, que debe ser respetada y valorada; tiene su propia caracterización que no cumple por sí misma todo el carisma que el Espíritu ha dado a través de Don Bosco a la Iglesia y al mundo, sino que saca a la luz aspectos del mismo siempre nuevos y originales. Por otra parte, nadie puede pretender ser el «dueño» del carisma, sino simplemente su custodio. En la Familia Salesiana se puede decir que cada grupo está incompleto sin el otro. Todo esto me hace pensar en un rostro de Don Bosco formado por muchas piezas de un rompecabezas: si faltan algunas piezas, los rasgos de la figura se desfiguran, el rostro no es reconocible. Las piezas unidas mostrarán un Don Bosco completo.

¡Juntos, en comunión, para vivir la misión! De esta manera todos los grupos pueden colaborar en la formación y profundización carismática; pueden, a partir de situaciones concretas, planificar juntos y promover un compromiso compartido en el territorio donde cada uno pueda ofrecer su propia «especialización»; pueden trabajar en red con espíritu fraterno, para ser más eficaces.

Sabemos bien lo urgente que es hoy comprometerse por un mundo más justo y más humano, lo necesario que es indicar horizontes de esperanza a muchos jóvenes, lo indispensable que es dar testimonio de solidaridad, de unidad y de comunión en una sociedad tentada constantemente a encerrarse en sí misma.

Sí, es una Familia realmente hermosa.

Quiero cantar mi agradecimiento a Don Bosco que, a disposición del Espíritu Santo, sembró una semilla en la tierra. Esa semilla brotó, se convirtió en una gran planta con muchas ramas, hojas, flores… Un gran árbol.

Ahora sé que quien sienta la misma pasión que Don Bosco, el mismo deseo de hacerse misión para los jóvenes, los pobres y los últimos, encontrará su lugar entre sus ramas y contribuirá a hacer el mundo más hermoso.

Giuseppina BELLOCCHI