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(continuación del artículo anterior)

Medicina
            Junto a las facultades de Derecho y Teología, los estudios de Medicina y Botánica gozaron de extraordinario prestigio en Padua, sobre todo después de que el médico flamenco Andrea Vesalio, padre de la anatomía moderna, asestara un golpe mortal a las viejas teorías de Hipócrates y Galeno con la práctica de la disección del cuerpo humano, que escandalizó a las autoridades establecidas. Vesalio había publicado en 1543 su De humani corporisfabrica, que revolucionó el conocimiento de la anatomía humana. Para procurarse cadáveres, se pedían los cuerpos de los ajusticiados o se desenterraban los muertos, lo que no ocurría sin provocar las disputas, a veces sangrientas, de los sepultureros.
            No obstante, se pueden hacer varias constataciones. En primer lugar, se sabe que durante la grave enfermedad que le postró en Padua a finales de 1590, había decidido donar su cuerpo a la ciencia si moría, y ello para evitar las disputas entre estudiantes de medicina empeñados en buscar cadáveres. ¿Aprobaba, pues, el nuevo método de disección del cuerpo humano? En cualquier caso, parecía alentarlo con este gesto tan discutido. Además, se detecta en él un interés permanente por los problemas de salud, por los médicos y los cirujanos. Hay una gran diferencia, escribió, por ejemplo, entre el bandolero y el cirujano: “El bandolero y el cirujano cortan los miembros y hacen correr la sangre, uno para matar, el otro para curar”.
            También en Padua, a principios del siglo XVII, un médico inglés, William Harvey, descubrió las reglas de la circulación sanguínea. El corazón se convirtió realmente en el autor de la vida, el centro de todo, el sol, como el príncipe en su estado. Aunque el médico inglés no publicaría sus descubrimientos hasta 1628, es posible suponer que en la época en que Francisco era estudiante, tales investigaciones ya estaban en marcha. Él mismo escribió, por ejemplo, que “cor habet motum in se proprium et alia movere facit”, es decir, que “el corazón tiene en sí un movimiento que le es propio y que hace que todo lo demás se mueva”. Citando a Aristóteles, afirmará que “el corazón es el primer miembro que vive en nosotros y el último que muere”.

Botánica
            Probablemente durante su estancia en Padua, Francisco también se interesó por las ciencias naturales. No podía ignorar que en la ciudad existía el primer jardín botánico, creado para cultivar, observar y experimentar con plantas autóctonas y exóticas. Las plantas eran ingredientes de la mayoría de los medicamentos y su uso con fines terapéuticos se basaba principalmente en textos de autores antiguos, que no siempre eran fiables. Poseemos ocho colecciones de Similitudes de Francesco, compiladas probablemente entre 1594 y 1614, pero cuyo origen se remonta a Padua. El título de estas pequeñas colecciones de imágenes y comparaciones extraídas de la naturaleza manifiesta ciertamente su carácter utilitario; su contenido, en cambio, atestigua un interés casi enciclopédico, no sólo por el mundo vegetal, sino también por el mineral y el animal.
            Francisco de Sales consultó a los autores antiguos, que en su época gozaban de una autoridad indiscutible en la materia: Plinio el Viejo, autor de una vasta HistoriaNatural, verdadera enciclopedia de la época, pero también Aristóteles (el de la Historiade los Animales y La Generación de los Animales), Plutarco, Teofrasto (autor de una Historia de las Plantas), e incluso San Agustín y San Alberto Magno. También conocía a autores contemporáneos, en particular el Commentari a Dioscorides del naturalista italiano Pietro Andrea Mattioli.
            Lo que fascinaba a Francisco de Sales era la misteriosa relación entre la historia natural y la vida espiritual del hombre. Para él, escribe A. Ravier, “todo descubrimiento es portador de un secreto de la creación”. Las virtudes particulares de ciertas plantas son maravillosas: “Plinio y Mattioli describen una hierba que es salutífera contra la peste, los cólicos, los cálculos renales, invitándonos a cultivarla en nuestros jardines”. A lo largo de los numerosos caminos que recorrió durante su vida, le vemos atento a la naturaleza, al mundo que le rodeaba, a la sucesión de las estaciones y a su misterioso significado. El libro de la naturaleza se le aparecía como una inmensa Biblia que debía aprender a interpretar, por eso llamaba a los Padres de la Iglesia ‘herbolarios espirituales’. Cuando ejercía la dirección espiritual de personas muy diversas, recordaba que ‘en el jardín, cada hierba y cada flor requieren cuidados especiales’.



Programa de vida personal
            Durante su estancia en Padua, ciudad en la que había más de cuarenta monasterios y conventos, Francisco volvió a recurrir a los jesuitas para su dirección espiritual. Destacando como es debido el papel protagonista de los jesuitas en la formación del joven Francisco de Sales, hay que decir, sin embargo, que no fueron los únicos. Una gran admiración y amistad lo unió al Padre Filippo Gesualdi, un predicador franciscano del famoso convento de San Antonio de Padua. Frecuentaba el convento de los Teatinos, donde el padre Lorenzo Scupoli venía de vez en cuando a predicar. Allí descubrió el libro titulado Combate Espiritual, que le enseñó a dominar las inclinaciones de la parte inferior del alma. Francisco de Sales ‘escribió no pocas cosas’, afirmó Camus, ‘de las que inmediatamente descubro la semilla y el germen en algunos pasajes de dicho Combate’. Durante su estancia en Padua, parece que también se dedicó a una actividad educativa en un orfanato.

            Es sin duda debido a la benéfica influencia de estos maestros, en particular del padre Possevino, el hecho que Francisco escribió varias reglas de vida, de las que se conservan fragmentos significativos. La primera, titulada Ejercicio de preparación, era un ejercicio mental que debía realizarse por la mañana: “Procuraré, por medio de él -escribió-, prepararme para tratar y cumplir mi deber de la manera más loable”. Consistía en imaginarse todo lo que podía ocurrirle durante el día: “Pensaré, pues, seriamente en los imprevistos que pueden sucederme, en las empresas en las que puedo verme obligado a intervenir, en los sucesos que pueden ocurrirme, en los lugares a los que tratarán de persuadirme para que vaya”. Y éste es el propósito del ejercicio:

Estudiaré con diligencia y buscaré los mejores medios para evitar pasos en falsos. Así dispondré y determinaré dentro de mí lo que me convendrá hacer, el orden y conducta que habré de guardar en tal o cual circunstancia, lo que será oportuno decir en compañía, el porte que habré de observar y lo que habré de huir y desear.

            En la Conducta particular para pasar bien el día, el estudiante identificaba las principales prácticas de piedad que se proponía realizar: oraciones matutinas, misa diaria, tiempo de ‘descanso espiritual’, oraciones e invocaciones durante la noche. En el Ejercicio del Sueño o Descanso Espiritual, especificaba los temas en los que debía centrar sus meditaciones. Junto a los temas clásicos, como la vanidad de este mundo, la detestación del pecado, la justicia divina, había reservado un espacio para consideraciones, de sabor humanista, sobre la ‘excelencia de la virtud’, que ‘hace al hombre bello por dentro y también por fuera’, sobre la belleza de la razón humana, esa ‘antorcha divina’ que difunde un ‘esplendor maravilloso’, así como sobre la ‘infinita sabiduría, omnipotencia e incomprensible bondad’ de Dios. Otra práctica de piedad estaba consagrada a la comunión frecuente, a su preparación y a la acción de gracias. Se observa un avance en la frecuencia de la Comunión con respecto al periodo parisino.
            En cuanto a las Reglas para las conversaciones y reuniones, tienen un interés particular desde el punto de vista de la educación social. Contienen seis puntos que el estudiante se propuso observar. En primer lugar, había que distinguir claramente entre los simples encuentros, en los que ‘la compañía es momentánea’, y la ‘conversación’, en la que entra en juego la afectividad. En cuanto a los encuentros, se lee esta regla general:

Nunca despreciaré ni daré la impresión de rehuir por completo el encuentro de ninguna persona; esto podría dar pie a parecer altivo, soberbio, severo, arrogante, censor, ambicioso y controlador. […] No me tomaré la libertad de decir o hacer nada que no se ajuste a la medida, no sea que parezca insolente, dejándome llevar por una familiaridad demasiado fácil. Sobre todo, tendré cuidado de no morder ni picar ni burlarme de nadie […]. Respetaré a todos en particular, observaré la modestia, hablaré poco y bien, para que los compañeros vuelvan a un nuevo encuentro con placer y no con aburrimiento.

            En cuanto a las conversaciones, término que en la época tenía un sentido amplio de conocimiento habitual o compañía, Francisco era más prudente. Quería ser ‘amigo de todos y familiar de pocos’, y siempre fiel a la única regla que no admitía excepciones: “Nada contra Dios”.
            Por lo demás, escribió, “seré modesto sin insolencia, libre sin austeridad, amable sin afectación, dócil sin contradicción a menos que la razón sugiera lo contrario, cordial sin disimulo”. Se comportaba de forma diferente con los superiores, los iguales y los inferiores. Su norma general era ‘adaptarse a la variedad de la compañía, pero sin perjudicar en modo alguno la virtud’. Dividía a las personas en tres categorías: los descarados, los libres y los cerrados. Permanecerá imperturbable ante los insolentes, se mostrará abierto con las personas libres (es decir, sencillas, acogedoras) y será muy prudente con los sujetos melancólicos, a menudo llenos de curiosidad y recelo. Con los adultos, por último, se impondrá estar en guardia, tratarlos ‘como con fuego’ y no acercarse demasiado. Por supuesto, podría hablarles de amor, porque el amor ‘engendra libertad’, pero lo que debe dominar es el respeto que ‘engendra modestia’.
            Es fácil darse cuenta del grado de madurez humana y espiritual que había alcanzado entonces el estudiante de Derecho. Prudencia, sabiduría, modestia, discernimiento y caridad son las cualidades que saltan a la vista en su programa de vida, pero también hay una ‘libertad honesta’, una actitud benévola hacia todos y un fervor espiritual fuera de lo común. Esto no le impidió pasar por momentos difíciles en Padua, de los que quizá haya reminiscencias en un pasaje de la Filotea en el que afirma que ‘un joven o una joven que no acompañe en el hablar, en el jugar, en el bailar, en el beber o en el vestir el desenfreno de una compañía libertina será objeto de burlas y mofas por parte de los demás, y su modestia será tildada de intolerancia o afectación’.


Regreso a Saboya
            El 5 de septiembre de 1591, Francisco de Sales coronó todos sus estudios con un brillante doctorado in utroque jure. Despidiéndose de la Universidad de Padua, partió, decía, de ‘aquella colina en cuya cima habitan, sin duda, las Musas como en otro Parnaso’.
            Antes de abandonar Italia, era oportuno visitar este país tan rico en historia, cultura y religión. Con Déage, Gallois y algunos amigos saboyanos, partieron a finales de octubre hacia Venecia, luego hacia Ancona y el santuario de Loreto. Su destino final era llegar a Roma. Desgraciadamente, la presencia de bandoleros, envalentonados por la muerte del papa Gregorio XIV, y también la falta de dinero no se lo permitieron.
            A su regreso a Padua, reanudó durante algún tiempo el estudio del Códice, incluido el relato del viaje. Pero a finales del año 1591, abandonó a causa del cansancio. Había llegado el momento de pensar en regresar a su patria. Efectivamente, el regreso a Saboya tuvo lugar hacia finales de febrero de 1592.

P. Wirth MORAND
Salesiano de Don Bosco, profesor universitario, biblista e historiador salesiano, miembro emérito del Centro de Estudios Don Bosco, autor de varios libros.