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Encuentros en el día de la Epifanía con personas maravillosas de buen corazón y fe radiante

Queridísimos amigos del Boletín Salesiano, junto con mi afectuoso saludo os expreso mis mejores deseos para el nuevo Año 2024 que acabamos de comenzar. Deseo de corazón que sea un año lleno de la presencia de Dios en nuestras vidas y rico en bendiciones.
Tengo por costumbre, siempre que me es posible, escribir este saludo compartiendo algo que he vivido y que me ha afectado por una u otra razón. Pues bien, en la Epifanía del Señor, me encontraba en mi pueblo natal, Luanco-Asturias. En ese magnífico rincón de la tierra, estuve gratamente en contacto con mis raíces y con el mar y la naturaleza que me vieron nacer y crecer, así como con mis paisanos.  Aquel día fui a celebrar la Eucaristía. El párroco del pueblo había tenido la amabilidad de concederme este privilegio, mientras él se iba a otra de las parroquias que tiene encomendadas. Así pudimos celebrar esta solemnidad en varias comunidades cristianas.
Pues bien, lo que quiero contaros es que fue una mañana en la que el Señor me preparó algunos encuentros inesperados en los que, conociendo la situación de algunas personas, mi corazón se llenó de la certeza de cómo el Señor consuela y reconforta incluso cuando el dolor, la enfermedad o la limitación se han instalado en algunas vidas.
Comencé mi jornada, antes de celebrar la Eucaristía, visitando a una persona mayor que fue médico en mi pueblo durante muchos años. Era un gran médico de familia y creyente. Entre otras cosas, había sido estudiante salesiano en Salamanca. Durante años y años fue una de las personas de las que me hablaban mis padres cuando iban al médico.
Pues bien, en esta visita familiar que le hice, respondiendo a la invitación de su hija, me encontré con un hombre de fe que me dijo que como médico sólo podía dar una parte de lo mucho que había recibido de Dios y que ahora, con una fuerte enfermedad, sólo le pedía al buen Dios que le preparara para el Encuentro con Él. Tal era su convicción y su paz que fui a celebrar la Eucaristía habiendo recibido ya mi dosis de “buena palabra en el oído”.

En las manos de Dios
Y en la Eucaristía me encontré, como en otras ocasiones, con un joven de unos treinta años que, debido a un accidente, lleva años en silla de ruedas. También en silla de ruedas fue con su madre a la India para entrar en contacto con los más pobres entre los pobres. Y mi joven amigo me impresiona por la serenidad, la sonrisa y la alegría con la que vive en su corazón; la misma alegría con la que participa en la Eucaristía diaria y con la que recibe al Señor. Y este joven amigo seguramente tendría todo para quejarse de “su desgracia”, o peor aún: podría culpar a Dios, como solemos hacer cuando algo nos supera. Pero no, simplemente vive sin compadecerse de sí mismo y agradece el don de la vida, incluso en silla de ruedas. Al final de las celebraciones, cuando le veo, siempre nos saludamos y sus palabras son siempre de agradecimiento, pero más bien soy yo quien debería darle las gracias por el gran testimonio de vida y de fe en el Señor de la vida que nos da a todos.
Así de hermoso y evocador fue el día de mi Epifanía cuando, al salir de la iglesia, una pareja de mediana edad me saludó y me deseó lo mejor para el Año Nuevo. También ellos tenían rostros alegres; vi más alegría y serenidad en el marido (enfermo de cáncer) que en su amada esposa (que sufría por él). Pero ambos me hablaron de su certeza de que tenían que vivir este tiempo y esta enfermedad confiando y abandonándose en Dios.

Fe de madre
Finalmente, entre todos los saludos me faltó un último. Una madre anciana, que se presentó, me recordó que hacía unos años había perdido a uno de sus hijos, que había fallecido a causa de una enfermedad, y que actualmente padecía cáncer. Me pidió que la tuviera presente ante el Señor. Le pregunté cómo se sentía y me dijo que estaba sufriendo, pero que se sentía muy confortada por la fe. Os aseguro que no tenía palabras que decir, porque la emoción que sentí durante la mañana y los testimonios de vida que llegaron y me sobrecogieron fueron muy intensos.
Y no podía dejar de prometer mis oraciones a cada uno, y así lo hice, y al mismo tiempo me di cuenta, una vez más y de una manera más fuerte, de cómo el Señor sigue haciendo cosas grandes en los humildes, en las personas más afectadas por las situaciones de la vida, en aquellos que sienten que sólo Él es verdaderamente consuelo y ayuda.
Y todo esto me parece tan importante que no puedo guardármelo para mí. Incluso parecería que no es algo sobre lo que escribir, quizás porque no está de moda, quizás porque hoy se habla de otras cosas, pero yo me rebelo contra todo lo que me impide compartir y testimoniar lo que es importante, profundo y esperanzador en nuestras vidas.
Y no sé por qué, pero tengo la intuición de que muchos lectores se sentirán en sintonía con lo que os cuento y con lo que yo mismo he vivido, porque lo que os cuento, que sucedió una mañana de Reyes en un pequeño pueblo cerca del mar, no sólo sucede allí. Es decir, forma parte de nuestra condición humana y en ella el Señor está siempre a nuestro lado, si se lo permitimos.
Os deseo lo mejor, queridos amigos. Y sigamos creyendo que, en cada momento, incluso en los más difíciles, tenemos motivos para la esperanza.

Ángel Card. FERNÁNDEZ ARTIME
Rector Mayor de los Salesianos de Don Bosco