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(continuación del artículo anterior)

LA DULZURA SEGÚN SAN FRANCISCO DE SALES (7/8)


Algunos episodios de la vida de Francisco nos introducen en la contemplación de la «dulzura salesiana».

Para mejorar la situación del clero en las parroquias, Francisco había decidido que se presentaran a concurso al menos tres candidatos para cada parroquia. Se elegiría al mejor.
Ahora bien, ocurrió que un caballero de Malta, furioso porque uno de sus criados había sido excluido de un concurso (¡este candidato era más hábil cortejando a las mujeres que comentando el Evangelio!), entró bruscamente en el despacho del obispo y lo insultó con improperios y amenazas, mientras Francisco permanecía de pie con el sombrero en la mano. El hermano del obispo le preguntó luego si la cólera se había apoderado de él en algún momento y el santo le respondió: «No puedo ocultar que entonces y a menudo la cólera hierve en mi cerebro como el agua que hierve en una olla sobre el fuego, pero, por la gracia de Dios, aunque tenga que morir por resistirme violentamente a esta pasión, nunca diré una palabra en su favor».

Se estaba construyendo el primer monasterio de la ciudad (Sainte Source) y las obras no avanzaban, dado que los dominicos protestaban con los obreros porque, según ellos, no existía la distancia necesaria entre los dos edificios. Se producen vivas protestas y el obispo se apresura amable y pacientemente a calmar los ánimos. Esta calma y esta dulzura no agradaron a Juana de Chantal, que estalló diciendo:
«Su dulzura no hará nada más que aumentar la insolencia de esta gente malvada». «No lo hará, no lo hará», contestó Francisco. Y luego: «Madre, ¿quiere que destruya en un cuarto de hora el edificio de paz interior que estoy construyendo desde hace más de dieciocho años?».

Para entender lo que es la dulzura salesiana, es necesario partir de una premisa. Un experto nos habla de ello: el salesiano don Pietro Braido:
«No es sentimentalismo, que remite a formas de expresión acarameladas; no es bonachonería, propia de quienes cierran de buena gana los ojos a la realidad para no tener problemas y complicaciones; no es la miopía de quienes todo lo ven bonito y bueno y para quienes todo está siempre bien; no es la actitud inerte de quienes no tienen nada que proponer… La dulzura salesiana (don Bosco usará el término amabilidad) es otra cosa: nace sin duda de una caridad sólida y profunda y exige un control cuidadoso de los propios recursos emocionales y afectivos; se expresa en un carácter con un estado de ánimo constantemente sereno, signo de una persona con una rica humanidad; requiere capacidad de empatía y diálogo y crea una atmósfera serena, libre de tensiones y conflictos. Así pues, la dulzura de Francisco no debe confundirse con la debilidad: al contrario, es una fuerza que requiere control, bondad de corazón, claridad de propósitos y una fuerte presencia de Dios».

¡Pero Francisco no nació así! Dotado de una marcada sensibilidad, cambiaba fácilmente de estado de ánimo y era propenso a los estallidos de ira.
Lajeunie escribe:
«Francisco de Sales era un verdadero saboyano, tranquilo y amable habitualmente pero capaz de terribles arrebatos de rabia: un volcán bajo la nieve. Por su misma naturaleza se enojaba con rapidez, pero se esforzaba en corregirse cada día».
Con este temperamento vivo y sanguíneo, su dulzura habitual era puesta a prueba a menudo. Le dolían mucho las palabras insolentes y desagradables y los gestos vulgares. En 1619, en París, confesó que su corazón seguía teniendo arrebatos de cólera y que tenía que ponerle freno con ambas manos como a un caballo desbocado.
«He hecho un pacto con mi lengua para no decir ni una sola palabra cuando estoy enfadado. Por gracia de Dios he tenido la fuerza necesaria para frenar la pasión de la ira, a la que estaba predispuesto naturalmente». Era la gracia de Dios la que le daba la capacidad de dominar las pasiones coléricas a las que era propenso su temperamento. Su dulzura era por tanto una fuerza, el fruto de una victoria.

No es difícil descubrir en las siguientes citas la experiencia personal del santo, basada en la paciencia, el autocontrol, la lucha interior…
Dice a una señora:
«Sea muy amable y afable en medio de las ocupaciones que tiene, porque todos esperan este buen ejemplo de usted. Es fácil gobernar la barca cuando no se ve obstaculizada por los vientos; pero en medio de los problemas, de las dificultades, es difícil mantenerse sereno, al igual que es difícil dirigir el rumbo en medio de las borrascas».
A la Señora de Valbonne, que Francisco considera «una perla», le escribe:
«Debemos permanecer siempre firmes en la práctica de nuestras dos queridas virtudes: la dulzura con el prójimo y una amabilísima humildad hacia Dios». Encontramos unidas las dos virtudes más entrañables al corazón de Jesús: la dulzura y la humildad.

También es necesario ejercer la dulzura con uno mismo.
«Siempre que se dé cuenta de que su corazón ha abandonado la dulzura, conténtese con tomarlo muy suavemente con la punta de los dedos para devolverlo a su lugar, no la emprenda con él a puñetazos o demasiado bruscamente. Debemos estar dispuestos a servir a este corazón en sus enfermedades y también a tener alguna delicadeza con él; y debemos atar nuestras pasiones e inclinaciones con cadenas de oro, es decir, con las cadenas del amor».
«El que sabe conservar la dulzura en medio de los dolores y enfermedades y la paz en medio del desorden de sus múltiples ocupaciones es casi perfecto. Esta constancia de ánimo, esta dulzura y gentileza de corazón es más rara que la castidad perfecta, pero tan deseable o más. De ella, como del aceite de la lámpara, depende la llama del buen ejemplo, pues no hay nada que edifique tanto como la bondad caritativa».

Francisco recuerda a los padres, educadores, profesores y superiores en general que deben usar la dulzura sobre todo cuando se trata de hacer algún comentario o reprimenda a alguien. Aquí se observa el espíritu salesiano:
«Incluso al reprenderlos, como es necesario, hay que hacerlo con mucho amor y dulzura. De este modo, las reprimendas obtienen fácilmente algún resultado positivo. La corrección dictada por la pasión, aunque tenga una base razonable, es mucho menos eficaz que la que proviene únicamente de la razón».
«Les aseguro que cada vez que he recurrido a las críticas punzantes he tenido que arrepentirme de ellas. Los hombres hacen mucho más por amor y caridad que por severidad y rigor».

La dulzura va de la mano de otra virtud: la paciencia. A continuación, algunas cartas que la recomiendan:
«Mientras permanezcamos aquí abajo, debemos resignarnos a cargar con nosotros mismos hasta que Dios nos lleve al Cielo. Por lo tanto, debemos ser pacientes y no pensar nunca que podemos corregir en un día los malos hábitos que hemos adquirido por lo poco que hemos cuidado nuestra salud espiritual […]. Debemos ser pacientes con todos, admitámoslo, pero en primer lugar con nosotros mismos».
A la señora de Limonjon le escribe:
«No es posible llegar en un día a donde usted aspira: hay que ganar hoy este punto, mañana ese otro; y así, un paso tras otro llegaremos a ser dueños de nosotros mismos, y no será una conquista pequeña».

Para Francisco, la paciencia es la primera virtud que hay que poner en marcha en la construcción de un sólido edificio espiritual.
«El efecto de la paciencia es el de poseer bien la propia alma y, cuanto más se libera la paciencia de la inquietud y de la prisa, mayor es su perfección».
«Tenga paciencia con su cruz interior: el Salvador la permite para que, un día, pueda conocer mejor lo que es por usted misma. ¿No ve que la inquietud del día se calma con el descanso de la noche? Esto significa que nuestra alma solo necesita abandonarse por completo a Dios y estar dispuesta a servirle tanto en medio de las rosas como de las espinas».

Aquí tenemos otras dos cartas. A la señora de la Fléchère le escribe:
«¿Qué quiere que le diga sobre el regreso de sus miserias, salvo que debe volver a tomar las armas y el valor y luchar con más decisión que nunca? Tendrá que emplear mucha paciencia y resignación para poner en orden sus asuntos. Dios bendecirá su trabajo».

Y escribiendo a la señora de Travernay añade:
«Debe saber tomar con paciencia y dulzura y por amor a Aquel que lo permite las molestias que le toca vivir a lo largo del día. Por lo tanto, levante a menudo su corazón a Dios, implore su ayuda, y considere como fundamento principal de su consuelo la suerte que tiene de ser suya».

Por último, este texto que yo llamo el himno a la caridad según san Francisco de Sales.
«El que vive con dulzura no ofende a nadie, soporta de buen grado a los que le hacen daño, sufre con paciencia los golpes que recibe y no reacciona al mal con maldad. El que vive con dulzura nunca se altera, sino que adapta todas sus palabras a la humildad venciendo el mal con el bien. Haga siempre las correcciones con el corazón y con palabras dulces. De este modo, las correcciones producirán mejores efectos. No recurra nunca a las represalias contra quienes le han dado un disgusto. No se resienta nunca ni se enfade por ningún motivo, porque se trata siempre de una imperfección».

(continuación)

P. Gianni GHIGLIONE
Salesiano de Don Bosco, experto en San Francisco de Sales, autor de varios libros salesianos.