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La mayor dificultad en el servicio de la animación vocacional hoy no está tanto en la claridad de ideas, sino en tres aspectos: en primer lugar, la modalidad de la praxis pastoral; en segundo lugar, la implicación, el testimonio y la oración de toda la comunidad educativo-pastoral y, dentro de ella, la comunidad religiosa en la “cultura vocacional”.

Con el “cambio climático” en nuestras sociedades, los valores cambian, se transmiten y a veces se camuflan. Este cambio parece inevitable e irreversible. Sin embargo, sentimos la responsabilidad de ser proactivos y generar propuestas educativo-pastorales a los jóvenes que favorezcan su respuesta al proyecto de Dios con libertad, autenticidad y determinación. En los últimos años se ha hablado y escrito mucho sobre la animación vocacional para revitalizar nuestros esfuerzos, reconocer los nuevos movimientos del Espíritu, abrirnos a la reflexión de la Iglesia y desarrollar nuevas comprensiones del acompañamiento y el discernimiento vocacional.

Hoy muchos jóvenes se hacen las mismas preguntas y no siempre encuentran el espacio para examinarlas y explorarlas. Las preguntas vienen de dentro, como movimientos interiores que a menudo no saben interpretar ni reconocer. Cada uno de nosotros ha necesitado más de una vez la presencia de una persona que pudiera darnos las herramientas necesarias para pasar de esas turbulencias interiores a la confianza en un proyecto de vida significativo.

Del mismo modo, entendemos por “cultura vocacional” aquel ambiente, creado por los miembros de una Comunidad Educativo-Pastoral (no sólo la comunidad religiosa), que promueve la concepción de la vida como vocación. Es un entorno que permite a cada individuo, creyente o no creyente, entrar en un proceso en el que se le capacita para descubrir su pasión y sus objetivos en la vida. “Sentir la vocación a algo” significa sentirse llamado por una realidad preciosa, por la que puedo leer y dar sentido a mi vida. Implica no tanto hacer lo que queremos, sino descubrir lo que estamos llamados a ser y hacer.

Se puede decir que esta cultura vocacional tiene algunos componentes fundamentales: la gratitud, la apertura a lo trascendente, el cuestionamiento de la vida, la disponibilidad, la confianza en uno mismo y en los demás, la capacidad de soñar y de desear, el asombro ante la belleza, el altruismo… Estos componentes son sin duda la base de cualquier planteamiento vocacional.

Pero también debemos hablar de los componentes específicos de esta cultura vocacional salesiana. Se trata de aquellos elementos que favorecen, entre otras cosas: el conocimiento y la valoración de la llamada personal de Dios (a la vida, al seguimiento y a una misión concreta) y de los caminos de la vida cristiana (secular y de especial consagración); la práctica del discernimiento como actitud de vida y medio para hacer una opción vital; los aspectos relevantes del propio carisma salesiano.

Pero, ¿cuáles son las condiciones de una “cultura vocacional”?

1.- La oración constante es la base de toda pastoral vocacional. Por un lado, para los agentes de pastoral y para toda la comunidad cristiana: si las vocaciones son un don, debemos pedir al Dueño de la mies (cf Mt 9, 38) que siga suscitando cristianos con vocación a las diferentes formas de vida cristiana. Por otra parte, una tarea fundamental de toda pastoral será ayudar a los jóvenes a rezar.

2.- Son las personas las que promueven las vocaciones, no las estructuras. No hay nada más provocador que el testimonio apasionado de la vocación que Dios da a cada uno, sólo así el que es llamado desencadena, a su vez, la llamada en los demás. Los salesianos debemos esforzarnos por hacer comprensible nuestro modo de vivir con el Señor. Todos los salesianos somos corazón, memoria y garantes no sólo del carisma salesiano, sino también de nuestra propia vocación.

3.- Otro punto central de la “cultura de la vocación” es la renovación y revitalización de la vida comunitaria. Allí donde se vive y se celebra la vocación, las relaciones fraternas, el compromiso con la misión y la acogida de todos y cada uno, pueden surgir verdadera y propiamente preguntas de carácter vocacional.

4.- Con los tres puntos precedentes, hemos querido expresar que la acción pastoral en este campo que no esté sostenido por la oración y el testimonio de vida, está aquejada de incoherencia, como lo estaría en cualquier otro ámbito de la pastoral. Además, dado que la vocación requiere resistencia y persistencia, compromiso y estabilidad, debemos ir más allá de una mentalidad o sensibilidad vocacional y poseer una praxis vocacional, una pedagogía vocacional con gestos que la hagan creíble y la sostengan en el tiempo y en el espacio. Esta pedagogía tiene que ver con la centralidad de los itinerarios de fe en la iniciación cristiana, con las propuestas de vida comunitaria acompañada y con el acompañamiento personal; una animación vocacional en el interior de la pastoral juvenil.

5.- Si la confianza en Dios que llama funciona como un pulmón que oxigena la pastoral vocacional, el otro pulmón es la confianza en el corazón generoso de los jóvenes. Los corazones de nuestros jóvenes están hechos para grandes cosas, para la belleza, para la bondad, para la libertad, para el amor…, y esta aspiración aparece continuamente como una llamada interior en lo profundo de sus corazones. Desde esta perspectiva, hemos podido elaborar dos enfoques vocacionales: el primer enfoque se centra en los jóvenes más cercanos a nuestro carisma, es decir, aquellos que, por sus vínculos con las comunidades y las obras salesianas, están abiertos a una experiencia de Dios, a relaciones comunitarias significativas y al servicio con los jóvenes; el segundo enfoque se centra en aquellos que pueden sentirse atraídos por profundizar en la vocación salesiana como opción de vida fundamental.

6.- Finalmente, para completar el mapa, no olvidemos la promoción de la vocación de especial consagración. En esta propuesta se define un aspecto concreto de la promoción vocacional, que busca despertar y acompañar a las personas llamadas a una forma concreta de vida (el ministerio ordenado, su propia congregación o movimiento), como una forma concreta de seguir a Jesús.

La Iglesia de hoy también necesita la vocación del salesiano consagrado. Quizá deberíamos recordar que el dinamismo del discernimiento vocacional es una tarea espiritual iluminada por la esperanza de conocer la voluntad de Dios; es una tarea humilde, porque implica la conciencia de no saber, pero expresa el coraje de buscar, de mirar y de caminar hacia delante, liberándose de ese miedo al futuro que se ancla en el pasado y que nace de la presunción de saberlo ya todo.

La vocación es un proceso que dura toda la vida, percibida como una sucesión de llamadas y respuestas, un diálogo en libertad entre Dios y cada ser humano, que toma la forma de una misión a descubrir continuamente en las distintas fases de la vida y en contacto con nuevas realidades. Una vocación, por tanto, es la forma particular en que una persona estructura su vida en respuesta a una llamada personal a amar y servir; la forma de amar y servir que Dios quiere para cada uno.

Partiendo de la cita del Papa Francisco (Evangelii Gaudium, 107), podemos indicar tres caminos a seguir para una animación vocacional coherente: vivir un fervor apostólico contagioso, rezar con insistencia y atreverse a proponer. En resumen: ¿qué podemos hacer? Rezar, vivir y actuar.

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P. Miguel Angel GARCIA MORCUENDE
Consejero de Pastoral Juvenil de los Salesianos de Don Bosco.