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(continuación del artículo anterior)

7. ¿Quién encuentra un amigo…?

Queridos jóvenes
el don y la responsabilidad de una amistad auténtica y cristiana han caracterizado toda mi existencia. Probablemente tan intensamente que se ha convertido en una de las fuentes más concretas para descubrir y redescubrir la belleza del amor de Dios, especialmente en los momentos oscuros y delicados.
Este deseo tan profundo de amar a mis seres queridos a la manera de Dios y de amar desapasionadamente a mis amigos por el amor que recibí del buen Jesús, me llevó a expresar una especie de promesa: “Quedará siempre muy ardiente en mi corazón el deseo de conservar todas mis amistades”.
Pienso que la amistad no es sólo complicidad, bromas desenfadadas, confidencias que tal vez excluyen a otros con malicia, pequeñas venganzas… sino auténtica educación para aceptar el amor divino-humano que Jesucristo nos tuvo.

En mi familia, la alegría de la amistad consistía en recibir y dar amor sencillo y auténtico. En París, tuve amigos auténticos, compañeros de estudio que me ayudaron pasándome los apuntes de los cursos de teología a los que no pude asistir y sugiriéndome los mejores cursos que podía seguir. En Padua, el discernimiento en la amistad significaba para mí distinguir a los verdaderos amigos de aquellos que sólo me buscaban por una despreocupada alegría estudiantil. Estos últimos también me gastaron algunas bromas pesadas, pero siempre supe responder de la misma manera, con decisión y rectitud de espíritu.
Cuando me hice sacerdote, se me ofreció la oportunidad de una verdadera amistad con el senador Favre. La diferencia de edad y de responsabilidad era muy grande: pero la relación amistosa fue siempre serena y respetuosa, y por las cartas que intercambiamos, un afecto fraternal de una calidad difícil de alcanzar.
Como obispo, en 1604, conocí a Madame Francesca de Chantal, que más tarde se consagró y fundó conmigo la congregación de la Visitandinas. Describiría la amistad entre nosotros como “más blanca que la nieve y más pura que el sol”, primero como una dirección espiritual llevada desde el corazón y después como un intercambio de dones en el Espíritu. El tema predominante de lo que fue un rico intercambio de cartas y conversaciones fue la orientación hacia el camino de la confianza total en Dios: de la amistad entre personas humanas iluminadas por el Espíritu al corazón de la relación con Jesucristo, a quien podemos abandonarnos con total confianza, en la luz y en la tormenta, en la alegría y en los días más oscuros.


Oficina de Animación Vocacional

(continuación)