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El pasado 24 de octubre, el Santo Padre quiso renovar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús con la publicación de la encíclica Dilexit nos, en la que explicaba las razones de esta elección:

«Algunos se preguntan si todavía hoy tiene algún significado.Pero cuando tenemos la tentación de navegar por la superficie, de vivir con prisas sin saber en el fondo por qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavos de los engranajes de un mercado al que no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón».

También nosotros queremos subrayar el valor de esta devoción, profundamente arraigada en la tradición salesiana. Don Bosco, inspirado en la espiritualidad de San Francisco de Sales, conocía muy bien la devoción al Sagrado Corazón, promovida por una de las hijas de San Francisco, la visitandina Santa Margarita María Alacoque. Esta devoción fue una fuente continua de inspiración para él, y nos proponemos explorarla en una serie de futuros artículos. Baste, por ahora, recordar el escudo salesiano, en el que Don Bosco quiso incluir el Sagrado Corazón, y la basílica romana dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, que él mismo se comprometió a hacer construir en Roma, gastando tiempo, energías y recursos.

Su sucesor, el Beato Miguel Rua, continuó la estela del fundador, cultivando la devoción y consagrando la Congregación Salesiana al Sagrado Corazón de Jesús.

En este mes de noviembre queremos recordar su carta circular, escrita hace 124 años, el 21 de noviembre de 1900, para preparar esta consagración, que aquí presentamos íntegra.


«Consagración de nuestra Pía Sociedad al Sagrado Corazón de Jesús

Queridos hermanos e hijos,

            Desde hace mucho tiempo y desde muchas partes se me pide con gran insistencia que consagre nuestra Pía Sociedad al Sagrado Corazón de Jesús, por un acto solemne y perentorio. Nuestras Casas del Noviciado y del Estudiantado, unidas en santa liga, y la querida memoria de nuestro inolvidable Hermano, don Andrea Beltrami, insistieron especialmente en ello. Después de un largo retraso, que me ha recomendado la prudencia, considero oportuno acceder a estas peticiones ahora que el siglo XIX toca a su fin, y el siglo XX avanza, feliz de muchas esperanzas.

            Ya en muchas circunstancias he recomendado a mis hijos y Hermanos salesianos, y a nuestras Hermanas, las Hijas de María Auxiliadora, la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús, y, seguro de que traería un gran bien espiritual a cada uno de nosotros, el año pasado hice un llamamiento para que cada salesiano se consagrase a Él. Estas recomendaciones fueron bien acogidas por todos; mis mandatos se cumplieron escrupulosamente, y los bienes que esperaba llegaron en abundancia.
            Ahora pretendo que cada uno se consagre de nuevo, de manera muy especial, a este Sacratísimo Corazón; más aún, deseo que cada Director consagre enteramente a Él la Casa que preside, e invite a los jóvenes a hacer de sí mismos esta santa ofrenda, los instruya en el gran acto que van a realizar y les dé consuelo para que se preparen convenientemente a ello.
            Podemos decir a los cristianos acerca del Corazón de Jesús lo que San Juan Bautista dijo a los judíos al hablar del divino Salvador: «Hay entre vosotros uno a quien no conocéis». Y bien podemos repetir a este respecto las palabras de Jesús a la Samaritana: «¡Oh, sí conocieras el don de Dios!». ¡Qué mayor amor y confianza sentirán hacia Jesús nuestros miembros y nuestros jóvenes si están bien instruidos en esta devoción!
            El Señor ha concedido gracias a cada uno de nosotros, las ha concedido a cada una de las Casas; pero fue aún más generoso con sus favores con la Congregación que es nuestra madre. Nuestra Pía Sociedad ha sido y es continuamente beneficiada de un modo muy especial por la bondad de Jesús, que ve cuánta necesidad tenemos de gracias extraordinarias para vencer la tibieza, renovar nuestro fervor y llevar a cabo la gran tarea que Dios nos ha confiado: es justo, pues, que nuestra Pía Sociedad esté entera y enteramente consagrada a ese Sacratísimo Corazón. Presentémonos todos juntos a Jesús, y le seremos queridos como quien le ofrece no sólo todas las flores de su jardín, sino el jardín mismo; no sólo los diversos frutos del árbol, sino el árbol mismo. Porque si la consagración de los individuos es aceptable a Dios, más aceptable debe ser la consagración de toda una comunidad, siendo como una legión, una falange, un ejército que se ofrece a Él.
            Y me parece que éste es verdaderamente el momento querido por la Providencia divina para realizar el acto solemne. La circunstancia se nos presenta como muy propicia y oportuna. Me parece hermoso y, diría, sublime, en el momento que divide dos siglos, presentarnos a Jesús, almas expiatorias de las faltas del uno, y apóstoles para ganar al otro a su amor. Oh, cómo Jesús bendito echará entonces una mirada benigna sobre nuestras diversas casas, que han venido a ser como otros tantos altares en los que le ofrecemos la contrición de nuestros corazones y lo mejor de nuestras energías físicas y morales; cómo bendecirá a nuestra Sociedad, que reúne estos holocaustos esparcidos por el mundo en uno solo y grandioso, para postrarse a los pies de Jesús y exclamar en nombre de sus hijos: «¡Oh Jesús! gracias, gracias; perdón, perdón; ¡ayuda, ayuda!». Y decirle: «Nosotros, Jesús, ya somos Tuyos por derecho, al haber sido comprados por Ti con Tu preciosísima Sangre, pero queremos serlo también por elección y consagración espontánea y absoluta: nuestras Casas ya son Tuyas por derecho, pues Tú eres el dueño de todas las cosas, pero queremos que sean Tuyas, y sólo Tuyas, también por nuestra voluntad espontánea; te las consagramos: Nuestra Pía Sociedad ya es vuestra por derecho, puesto que Tú la inspiraste, Tú la fundaste, Tú la hiciste nacer, por decirlo así, de tu propio Corazón; pues bien, queremos confirmar este derecho tuyo; queremos que, por la ofrenda que te hacemos, se convierta en un templo en medio del cual podamos decir con verdad que habita nuestro Salvador Jesucristo señor, dueño y rey. Sí, Jesús, vence todas las dificultades, reina, reina en medio de nosotros: Tú tienes el derecho, Tú lo mereces, nosotros lo queremos».
            Estos son los votos, los suspiros, los propósitos de nuestro corazón: tratemos de inspirarnos continuamente en ellos y de revigorizarlos en el amor de Dios en esta ocasión tan especial.
            Por tanto, queridos amigos, ha llegado el gran momento de hacer pública y solemne nuestra consagración y la de toda nuestra Pía Sociedad al Divino Corazón de Jesús: ha llegado el momento de hacer el acto externo y perentorio, tan deseado, por el que declaramos que nosotros y la Congregación permanecemos sagrados para el Divino Corazón. Ahora es necesario establecer algunas normas prácticas para regular esta gran función.
            Pretendo, en primer lugar, que esta solemne Consagración sea preparada por un devoto triduo de oraciones y predicaciones, que comenzará convenientemente en la tarde de los Santos Inocentes, 28 de diciembre, día en que murió San Francisco de Sales, nuestro gran Titular.
            En segundo lugar, me propongo que el Acto de Consagración sea hecho por todos juntos, jóvenes, adscritos, hermanos, superiores de cada casa, así como por el mayor número de cooperadores que puedan reunirse. Los hermanos que, por alguna circunstancia, se encuentren fuera de la propia comunidad y no puedan volver a ella, procuren ir a la casa salesiana más cercana y allí únanse a los demás hermanos en este acto. Aquellos que no puedan ir convenientemente a una de nuestras casas, hagan también esta consagración del mejor modo que las circunstancias les permitan.
            En tercer lugar, decreto que esta función se realice en la iglesia, en la noche del 31 de diciembre al 1 de enero, en el momento solemne que divide los dos siglos. Sabéis que el Santo Padre, también para este año, dispuso que en la medianoche del 31 de diciembre se celebrara solemnemente la Santa Misa, con el Santísimo Sacramento expuesto. Ahora, en nuestro caso, sería mejor que, reunidos en la iglesia media hora antes, se expusiera el Santísimo Sacramento y, después de al menos un cuarto de hora de adoración, se renovaran todos los votos bautismales, los hermanos renovaran también sus votos religiosos y, a continuación, se hiciera la consagración de sí mismos, de sus casas y de todo el consorcio humano al Sagrado Corazón de Jesús, con el formulario prescrito por el Santo Padre el año pasado. En ese mismo momento yo, con el Superior del Capítulo, haré la Consagración de toda la Congregación, utilizando un formulario especial.
            A continuación, se celebrará la Santa Misa en cada casa, seguida de la Bendición con el Santísimo Sacramento, después del canto del Te Deum, y de las demás prácticas que el Santo Padre o los distintos Obispos ordenen para la ocasión.

            En los Oratorios festivos, y donde, por cualquier circunstancia, no sea posible o conveniente celebrar este servicio a medianoche, podrá celebrarse a la mañana siguiente, a una hora más conveniente, habiendo concedido el Santo Padre permiso para mantener expuesto el Santísimo Sacramento desde la medianoche hasta el mediodía del 1 de enero, confiriendo indulgencia plenaria a quienes hagan entretanto una hora de adoración.
            No quisiera que esta Consagración fuera un acto estéril: debe ser fuente de un gran bien para nosotros y para nuestro prójimo. El acto de Consagración es breve, pero el fruto debe ser imperecedero. Y para obtenerlo, creo conveniente recomendaros algunas prácticas especiales, aprobadas y encomiadas por la Iglesia, y enriquecidas por la misma Iglesia con muchas indulgencias, que, a la vez que mantendrán vivo el recuerdo de este gran acto, servirán también para excitar cada vez más esta devoción en nosotros, en los jóvenes y en los fieles confiados a nuestros cuidados.
            Propongo, por tanto, que la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús se solemnice en todas partes como una de las fiestas principales del año.
            En todas las Casas se conmemore el primer viernes del mes con un oficio especial y se recomiende a todos los hermanos y jóvenes que comulguen ese día.

            Inscríbase todo hermano en la asociación llamada Práctica de los NueveOficios, y esfuércese por desempeñar verdaderamente el oficio que le corresponde.
            Cada casa estará asociada a la Confraternidad de la Guardiade Honor, y ostentará el cuadrante; y cada hermano y joven fijará la hora especial en que se proponga hacer su hora de guardia, según lo prescrito por dicha Confraternidad.
            En el noviciado y estudiantados, quien pueda, hará la Hora Santa, según las normas establecidas para la práctica de esta devoción.
            Como nada puede contribuir mejor al provechoso cumplimiento del mencionado acto de Consagración, y a la buena práctica de la devoción al Sagrado Corazón, que saber en qué consiste, he recopilado, y en lo sucesivo os expongo, una conveniente instrucción. De este modo espero que la devoción al Sacratísimo Corazón de Jesús sea más apreciada y deseada por todos nosotros y también por nuestros buenos alumnos.

            Íntimamente convencido de que este acto solemne que vamos a realizar será grato al Sacratísimo Corazón de Jesús, y que producirá un gran bien a nuestra Pía Sociedad, mientras os saludo y os bendigo, os pido de nuevo que os unáis a mí en el agradecimiento a este Divino Corazón por los grandes favores que ya nos ha concedido, y en la oración para que el nuevo siglo, al mismo tiempo que sea para nosotros un consuelo y una ayuda, sea también verdaderamente el siglo del triunfo de Jesús Redentor, para que Él, nuestro querido Jesús, llegue a reinar en las mentes y en los corazones de todos los pueblos del mundo, y que Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat se repita pronto en toda la extensión de su significado.

Atentamente in Corde Jesu
Sac. MICHELE RUA

INSTRUCCIÓN SOBRE LA DEVOCIÓN AL SANTO CORAZÓN DE JESÚS

Jesús, nuestro sumamente compasivo Redentor, habiendo venido a la tierra para salvar a todos los hombres, puso en su Iglesia una inestimable riqueza de bienes, que debían ser de valor para ese fin. Y, sin embargo, no contento con esta providencia universal y generosa, siempre que surgía una necesidad especial, quería proporcionar a los hombres una ayuda aún más eficaz. Con este fin, ciertamente por inspiración del Señor, se instituyeron gradualmente muchas solemnidades divinas; con este fin, el Señor hizo construir muchos santuarios en todas las partes del mundo, y con este fin, con este fin, se instituyó en la Iglesia una gran santidad de prácticas religiosas, según las necesidades.

N. 22, Turín, 21 de noviembre de 1900,
Fiesta de la Presentación de María en el Templo»