Un maestro viajaba con un discípulo encargado de cuidar el camello. Un atardecer, habiendo llegado a una posada, el discípulo estaba tan cansado que no ató al animal.
“Dios mío”, rezó mientras se acostaba, “cuida del camello: te lo confío”.
A la mañana siguiente el camello había desaparecido.
– ¿Dónde está el camello? preguntó el amo.
– No lo sé, respondió el discípulo. Tienes que preguntárselo a Dios. Anoche estaba tan agotado que le confié nuestro camello. Desde luego, no es culpa mía que se escapara o que lo robaran. Le pedí explícitamente a Dios que velara por él. Él es el responsable. Usted siempre me insta a tener la mayor confianza en Dios, ¿no es así?
– Ten la mayor confianza en Dios, pero primero ata tu camello, respondió el amo. Porque Dios no tiene más manos que las tuyas.
Sólo Dios puede dar la fe;
tú, sin embargo, puedes testimoniarla.
Sólo Dios puede dar esperanza;
Tú, sin embargo, puedes infundir confianza en tus hermanos.
Sólo Dios puede dar amor;
Tú, sin embargo, puedes enseñar a otros a amar.
Sólo Dios puede dar la paz;
Tú, sin embargo, puedes sembrar la unidad.
Sólo Dios puede dar fuerza;
Tú, sin embargo, puedes dar apoyo a los desanimados.
Sólo Dios es el camino;
Tú, sin embargo, puedes mostrar el camino a los demás.
Sólo Dios es la luz;
Tú, sin embargo, puedes hacerla brillar a los ojos de todos.
Sólo Dios es la vida;
Tú, sin embargo, puedes reavivar en los demás el deseo de vivir.
Sólo Dios puede hacer lo que parece imposible;
Tú, sin embargo, puedes hacer lo que es posible.
Sólo Dios se basta a sí mismo;
él, sin embargo, prefiere contar contigo.
(Canción brasileña)
Las manos de Dios
🕙: < 1 min.